La Thulé

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Aunque se conocen los horrores perpetrados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, es menos conocido el papel que cumplieron unas extrañas sociedades secretas en la elaboración de la doctrina y en la ascensión al poder del régimen de Hitler.

Aunque en el proceso de Nürenberg (1946) se mencionaron las relaciones del Tercer Reich con el ocultismo y la magia negra, el tema no llamó la atención de los jueces. Sin embargo, quizás a través de ellas, se podría comprender mejor la gestación de algunas teorías preconizadas por los nazis, así como las actuaciones de algunos de los dirigentes más conspicuos del régimen.

Uno de los fundamentos de la ideología hitleriana es el pangermanismo, doctrina que aspira a la unión económica y política de todos los pueblos de origen alemán. A esta reinvindicación de una comunidad alemana en su sentido más amplio, los nazis agregaron el mito de la pureza de raza.


A esta corriente movilizadora de la opinión pública, se incorporaron numerosas sociedades secretas dedicadas al ocultismo y al extremismo político. En esto, la Alemania de los años 30 y 40 no se diferenciaba mucho de la China o de Japón, países en donde la política y el militarismo, estrechamente unidos, buscaban una justificación ideológica apoyándose en una mitología hecha a su medida.

La más influyente de estas sociedades secretas que se extendieron por toda Alemania a principios del siglo XX fue el grupo de Thulé, fundado en 1912. Su nombre provenía de la última Thule romana, país mítico ubicado en el Norte Grande, en una llanura rodeada de resplandecientes montañas de hielo y habitada por una raza superior. Como la Atlántida, Thulé se habría hundido en el mar, pero algunos de sus habitantes habrían escapado al cataclismo y engendrado la raza aria. Los miembros del grupo Thulé veían en la raza nórdica y, especialmente en los alemanes, altos, atléticos y rubios, de ojos azules, a los más puros descendientes de los sobrevivientes de Thulé. El pangermanismo se encontraba, pues, fundado sobre bases racistas, en las cuales el mito cumplía un rol legitimador.

El iniciador de este grupo fue el alemán Sebottendorf y entre sus miembros se encontraban muchas de las personalidades del futuro Tercer Reich. Entre ellos, Dietrich Eckart, antiguo dramaturgo, que dio a conocer a Hitler las ideas del grupo; Rudolf Hess, quien sería más adelante el segundo hombre del partido nazi e inspirador de una parte importante del manifiesto de Hitler, Mein Kampf, redactado cuando ambos estaban en prisión después del fracaso del alzamiento del 3 de noviembre de 1923 en Münich; Alfred Rosenberg, el ideólogo de la doctrina racista hitleriana y Karl Haushofer, militar de carrera y diplomático, inventor de la idea del Lebensraum, el “espacio vital” indispensable, según él, para el completo desarrollo de una “raza superior”, la alemana.

Es del blasón del grupo Thulé de donde Hitler sacó el emblema del Tercer Reich. La cruz gamada, nacida de la svástica, símbolo solar ario cuya existencia fue divulgada a los miembros de la sociedad secreta por Haushofer. Este, que vivió durante mucho tiempo en el Tíbet a comienzos de siglo, conocía bien las prácticas y símbolos del budismo tibetano. En Alemania se reunía con extraños personajes, que más parecían brujos que chamanes, los que se agrupaban bajo el nombre de “Bonetes negros”, una de las sectas religiosas del Tíbet. Pero, y evidentemente no fue por azar, el emblema difundido por él se encuentra invertido con respecto al verdadero sentido del símbolo oriental: la terminación de los rayos de la cruz está orientada de manera de formar un círculo que gira de izquierda a derecha, mientras que la svástica da vueltas en el sentido contrario. No era una fuerza positiva, sino un ideal maléfico, claramente expuesto, el que inspiraba de este modo al emblema de la raza de los amos.

Es en la conducta de Hess donde se manifiesta la influencia del grupo Thulé y muy especialmente la de Karl Haushofer. Ésta inspiró en particular el intento de Hess por negociar una paz separada con Inglaterra, pues según la doctrina preconizada por Haushofer, la única repartición viable de occidente era entre los anglosajones y los germanos. Los ingleses no constituirían un enemigo a quien se debería aplastar a cualquier precio, sino más bien un adversario con el cual habría que negociar zonas de influencia. Hitler cultivó por un tiempo esta idea por lo que se reunió a principios de los años 30, en Wahnfried, última residencia de Ricardo Wagner (quien también glorificaba la leyenda nórdica) con un anciano inglés llamado Houston Stewart Chamberlain, un iluminado que afirmaba, con el mismo ardor que más tarde lo harían los nazis, la superioridad de los arios, es decir, los germanos y los anglosajones.

Sin embargo el Führer se decidió, finalmente, luego de muchas vacilaciones, a romper con Inglaterra. Fue por tanto, por su propia iniciativa que, el 10 de mayo de 1941, Hess voló hacia Inglaterra y se dejó caer en paracaídas sobre Renflexshire, al sur de Escocia. Su objetivo era reunirse con el duque de Hamilton, miembro del Parlamento británico y Comandante de Ala de la Real Fuerza Aérea, quien actuaría como intermediario en las negociaciones de paz. Este habría sido contactado en 1940 por el propio Haushofer con miras a un encuentro eventual y luego nuevamente algunos meses antes de la expedición de Hess por unos intermediarios suizos y portugueses, miembros de una famosa sociedad secreta llamada Amanecer Dorado (Golden Dawn), a la que también pertenecía Haushofer.

Hamilton transmitió al nivel superior el anuncio de la visita de Hess, pero las negociaciones no llegaron a ninguna parte, puesto que el alemán sólo se representaba a sí mismo.

Aunque Hitler no perteneció jamás formalmente a ninguna sociedad secreta, sentía atracción por el ocultismo y la magia negra, lo que se pudo comprobar a partir de 1920. Se decía que era supersticioso y que se preocupaba por conocer la opinión de los astrólogos antes de tomar decisiones importantes. Entre 1942 y 43, cuando empezaron las primeras derrotas del ejército alemán, habría hecho deportar a algunos de estos “adivinos” que habían osado anunciarle estas derrotas.

Su “consejero astral” más importante fue Eric-Jan Hanussen, un mago negro que organizaba veladas de iniciación de dudosa moralidad para un círculo restringido y era conocido por atender a precios muy altos, las consultas astrológicas de los jerarcas nazis. Fue perseguido por el odio de algunos dirigentes del Reich que no apreciaban la influencia que parecía ejercer sobre Hitler y fue objeto de una campaña de prensa muy hostil dirigida por Goebbels. Se dice que “predijo” dos días antes el incendio del Reichstag y casi hizo fallar el golpe.

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