“La Tregua” de Mario Benedetti, medio siglo después

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La más popular publicación de Mario Benedetti (1920-2009) vio la luz en 1960. Ambientada en Montevideo, varias cosas ya no están: los trolleybuses, el Café El Tupí en el Palacio Salvo. La calle Sierra ahora se llama Fernández Crespo.

Tampoco existe “el mazacote informativo de el diario El Día, apenas interrumpido por una que otra morisqueta anticlerical”. La robusta complexión del matutino La Mañana, ganadera como ella sola”. En palabras del protagonista: “que diferentes y que iguales. Entre ellos juegan una especie de truco, engañándose unos a otros, haciéndose señas, cambiando de parejas. Pero todos se sirven del mismo mazo, todos se alimentan de la misma mentira”. Sigue estando el Diario El País con su civilizada hipocresía, la Ciudad Vieja y fundamentalmente ese monstruo folklórico que es el Palacio Salvo, tan feo que a uno lo pone de buen humor. Pocitos ya no es un barrio de pitucos que se levantan tarde, sino que se ha transformado en un barrio familiar con una fuerte presencia judía.


No está el Café Sorocabana. En su sucursal de 25 de Mayo y Misiones, fue escrita la novela, entre almuerzo y almuerzo del autor y en él transcurre la declaración de amor de Martín Santomé, viudo de 49 años, a su compañera de trabajo 25 años menor, Laura Avellaneda.

En el Uruguay de la novela algunas cosas siguen igual. Santomé para iniciar su trámite de jubilación debe dar coimas. ” Ahora también da coima el que quiere conseguir algo lícito y esto quiere decir, relajo total”.

Martín tenía 49 años, había enviudado 20 años antes. Planeaba jubilarse, no por el ocio sino por el derecho a trabajar en aquello que quería. Se hizo cargo de sus tres hijos, pero dicha circunstancia no le da orgullo sino cansancio. Salir adelante con sus hijos era su obligación. El único escape para que la sociedad no se encarara con él y le dedicara la mirada inexorable que se reserva a los padres desalmados. Con sus hijos no se entendía, especialmente con el menor, Jaime, de tendencias homosexuales. Su hija Blanca trabó una amistad con Avellaneda, solo para conocer a su padre. A Esteban le reprochaba ser un funcionario público.

Escribía un diario íntimo es decir reflexionaba. Al su joven amor lo llamaba por su apellido, Avellaneda. Rechazó un ascenso. Con Laura planeaba diversiones sencillas, ir al cine, a un restorán, a una confitería. Algún domingo, frío pero con sol, caminarían por la orilla buscando un aire mejor. Comprarían algún libro, disco, pero sobre cualquier otra cosa, los entretendría hablar. El amor entre ellos fue clandestino y de la muerte de Laura se enteró por un llamado a su lugar de trabajo.

Cincuenta años después, en una sociedad aniñada e hiperconsumista pocos se reflejan en Santomé. Un amor como el descrito no solo no sería clandestino sino que es frecuente. Nadie autoreflexiona. Ganar mas dinero es una religión por lo que nadie entendería como alguien puede planear retirarse a los 49 años rechazando un ascenso. No obstante Santomé no fue feliz. Era evidente para él, que “Dios le concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Le concedió una tregua. Ahora, metido en su destino, es más oscuro que antes, mucho más”.

La Tregua fue llevada al cine dos veces. En 1974 por Sergio Renán juntando un elenco increíble encabezado por Héctor Alterio y Ana María Piccio, candidata al Oscar como mejor película extranjera. También hubo una versión del mexicano Alfonso Rosas del año 2003. Paradójicamente a principios de la primera década del dos mil, otra película, Whisky, se transformaría en el mayor éxito cinematográfico uruguayo describiendo un Montevideo oscuro, decadente, donde uno de los protagonistas, de sesenta años, relega la felicidad en el cuidado de la empresa familiar y de su anciana madre, demostrando la gran verdad de que pintando a tu aldea, pintarás al mundo.

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Acerca de David Malowany

Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

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