El odio o aversión hacia las mujeres para algunos estudiosos sobre el tema tiene sus orígenes en la cultura griega, cuando en realidad la misoginia se encuentra presente en un sin número de idiosincrasias alrededor del mundo, siendo considerada como una práctica naturalizada a través de la historia y que devela que la conquista en materia de derechos e igualdad, es un camino largo y tortuoso para todos los que aspiran al bien común pero en especial para las mujeres de cualquier época.
De esta manera las féminas fueron consideradas inferiores a los hombres no solo en fuerza física, sino también en agudez y constitución intelectual. Cuando en realidad las mujeres hemos demostrado desde siempre el ser tan competentes como los hombres en los diversos campos del quehacer evolutivo, siendo seres humanos diferentes pero iguales en capacidades y dignidad.
La misoginia por ende debe ser analizada desde una perspectiva más amplia que incluya el hecho de que en esta tradición identitaria al igual que en cualquier otra, la hostilidad hacia el sexo femenino se ve consolidada como un mecanismo de control social y represión, ya que la mujer ha sido la procreadora y generadora de vida a través del tiempo, aunque no por ello ha quedado exenta de ser esclavizada tras el paso de los siglos.
De esta forma se naturalizó un imaginario colectivo de opresión y deslegitimación social hacia el sexo opuesto, el cual fomentaba en la mujer el ser sumisa como manera de ordenar la realidad en la que se encontraba circunscrita. Así debía dedicarse solo a las labores de procreación y cuido del hogar que eran hasta ese entonces, el sitio que le correspondía por naturaleza ocupar según la democracia ateniense.
A su vez estas conductas de menosprecio eran transmitidas por generaciones al igual que la condición de ser esclava, siendo la mujer objeto de venta o intercambio como referente de mercancía humana por parte de los administradores de la Polis. Todo lo planteado se desarrolló en la cuna de la llamada “civilización occidental” como eje central del supuesto pensamiento racional.
Durante este periodo la mujer fue vista como un ser inferior, pernicioso y si se quiere nocivo desde el momento de su concepción y hasta su muerte. Lo cual deja en evidencia el yugo arrastrado hasta nuestros días y que es denominado hoy como patriarcado. Asimismo la misoginia ha sido reinterpretada por algunos en el siglo XXI para increpar a aquellas mujeres que no se dejan avasallar por la ignorancia, discriminación y represión de una masculinidad mal encausada. La cual deja en evidencia los serios problemas para gestionarse en armonía y consenso con el sexo opuesto al igual que con todas las virtudes y talentos que este ofrece.
Por otra parte es importante destacar como también se le adjudicó a la mujer el ser la culpable de esparcir o avivar dicho odio y recelo hacia su persona, cuando en realidad esta idea ha sido implantada desde el discurso del varón que es discriminador para lograr mantenerla bajo su dominio y control por siglos.
Sin embargo poco se ha expuesto sobre el hecho que el hombre en la antigua Grecia también asumía el rol de “mujer” pese a que se le instruía en el odio hacia esta de forma consciente, aunque de forma inconsciente anhelaba ser como ella, quedando demostrado al suplantarla en los conocidos banquetes o fiestas de la Acrópolis, donde la masculinidad de algunos quedaba en entre dicho al ser subyugada por la de otro varón, lo que para otros puntos de vista contribuyó a la caída de esta antigua civilización.
No obstante la misoginia se niega a morir e incluso vemos un retroceso en cuanto a la conformación de nuevos canales de diálogo discursivo que potencien una madura reflexión entre mujeres y hombres. En particular donde no se caiga en exclamaciones peyorativas que lo único que hacen es denigrar a la mujer como también al hombre que se debe valer de esta urdimbre de diatribas, a falta de argumentos de peso con los cuales deliberar en cualquier ámbito de su actuar frente a sus pares en iguales condiciones.
Especial para el Diario Judío.com de México.