Vas cruzando un bosque plagado de plantas muy grandes y estorbosas que no te permiten avanzar. Plantas enormes a la altura de todo tu cuerpo, hasta tu rostro. Jurarías que cada una de ellas fue ubicada en el lugar exacto para estorbar tu paso. Quitas una y viene otra como cachetazo de frente, directo sobre tu rostro. Pero tienes que pasar, cruzar el bosque, seguir adelante. Ya no hay regreso. Si te quedas parado, te comen los insectos de todo tipo.
Sigues… Sigues…
Avanzas… Avanzas…
Cada paso que logras avanzar es una experiencia nueva, un aprendizaje.
Vas adquiriendo conocimientos para quitarte de encima la próxima planta. Vas aprendiendo dónde poner tu mano para no ser golpeado por la planta que se aproxima apenas quites la que tienes en frente. Vas sabiendo qué machete usar. Entiendas que hay veces que conviene agacharse y otras brincar. Algunas veces usar el hacha y otras el machete o simplemente un palo o las manos.
Así vas avanzando y aprendiendo, aprendiendo y avanzando.
Hasta que por fin logras salir del bosque y te encuentras con un bello campo llano y radiante de un fresco aroma soleado. Puedes correr en él con los ojos cerrados y de brazos abiertos.
Todo, gracias a las experiencias adquiridas que, mientras pegaban en tu rostro, las creías molestas sin saber que te estabas llenando de experiencias.
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