Una vez más y de acuerdo con una resolución de la ONU de 1999 que lo instauró, el 25 de noviembre ha sido celebrado el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Aquí en nuestro país se puso especial énfasis ese día en condenar las múltiples formas de violencia que padecen las mujeres, haciendo hincapié en la necesidad de proporcionar una educación estructurada bajo los principios de la igualdad de géneros y el respeto debido a la integridad física y mental de todos los miembros de la sociedad.
La clase de violencia a la que en nuestro entorno están sometidas muchas mujeres es bien conocida. Los golpes, la intimidación, las violaciones, el chantaje emocional y la tortura psicológica son por desgracia prácticas difundidas que es necesario combatir por distintos medios. Pero sin pretender aminorar la gravedad del problema nacional, vale la pena también asomarnos a lo que ocurre en otros rincones del planeta donde la situación al respecto es todavía más grave. Se trata de las numerosas regiones del mundo musulmán donde el maltrato femenino llega a niveles terroríficos debido a que tal conducta se reproduce no sólo debido a una actitud machista tradicional, sino también con base en interpretaciones torcidas de presuntos mandatos religiosos que llegan al extremo de legitimar con todo el peso de las autoridades clericales, violencias extremas de características escalofriantes.
Y es que en muchas de esas sociedades la violencia va más allá de la reclusión obligatoria de las mujeres a su entorno doméstico, las sanciones a formas de vestir no autorizadas o la limitación extrema de sus libertades elementales, entre ellas la de expresión y movimiento. La violencia tiene ahí otras facetas entre las que se encuentran los matrimonios infantiles arreglados, los asesinatos por causa de pérdida del honor y la mutilación genital femenina, práctica ésta que en algunas sociedades de raigambre islámica y en ciertas regiones del África Negra no musulmanas, siguen cobrando víctimas numerosas aún hasta la fecha. Los cálculos son de que en la actualidad aproximadamente 135 millones de mujeres y niñas están afectadas por dicha práctica, a pesar de que no constituye un mandato explícito en el Corán. Sin embargo, su vigencia obedece a que opera como un mecanismo más en la cadena de control de los cuerpos y espíritus de las mujeres.
Desafortunadamente las mujeres heroicas que en esas latitudes han tenido el valor de rebelarse para acabar con esas aberraciones han sufrido persecución, vejaciones y fatwas que las condenan a muerte. Las historias personales de Ayaan Hirsi Alí, Taslima Nazreen, Azar Nafisi y Shirin Ebadi, entre otras, nos muestran el grado de resistencia al cambio de las sociedades de las que ellas provienen. Ni más ni menos esta misma semana la iraní Shirin Ebadi fue víctima de la confiscación por parte del gobierno de Teherán de la medalla y el diploma que la acreditan como ganadora del Premio Nobel de la Paz 2003. Evidentemente esta mujer sufre hoy todavía de represalias por haber sido capaz de escribir y hablar sobre la forma como la revolución islámica de los ayatolas despojó a las mujeres de su país de derechos humanos elementales presuntamente a nombre de la revolución y los mandatos divinos.
Y no cabe duda que ningún beneficio proporcionan a la causa de la no violencia contra las mujeres las consideraciones que por motivos políticos y económicos se tienen en Occidente hacia los representantes gubernamentales de los regímenes que practican tamaña discriminación contra las mujeres. El respeto a la soberanía y la ideología del multiculturalismo no justifican de manera alguna la pasividad e indiferencia con que se observa el que la población femenina de esas regiones esté sujeta a tales ataques contra su humanidad. Porque si bien es cierto que las cosas cambiarán sólo cuando los propios miembros de esas sociedades se rebelen abiertamente contra las estructuras de poder que los aprisiona, mucho les ayudaría contar con un apoyo firme y contundente de organismos internacionales, liderazgos políticos y opinión pública internacional capaces de presionar efectivamente para poner fin a tanto abuso.
Excélsior, 29 noviembre, 2009.
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