Estamos viviendo una época donde la violencia se ha convertido en una parte de la cotidianeidad y por eso se necesita un saber vivir muy particular para seguir tirando. La violencia existe como tal y carece de destino, carece de cualidades, carece de carácter pero se acomoda en cualquier momento y surge fuera y dentro de nosotros. Cuando una persona se acostumbra a ella, no sabe como oponer resistencia y el vivir en ese caos se convierte en normalidad.
Con frecuencia sentimos que hemos abandonado un lugar seguro y no podemos volver a él. Hemos entrado en un mundo en que la vida no es justa y deja de ser lo que pensamos era. Sin embargo es importante ver y reconocer lo que es para poder seguir delante de la mejor manera posible.
Algunos científicos sociales sostienen que el estudio adecuado de la sociedad es el que la estudia como un sistema complejo donde estructuras subyacentes interactúan entre sí y los actores sociales pueden ayudar a construir negociar y reconstruir esos significados de su mundo con los cuales no están de acuerdo. Es así, como la parte social y personal interactúa y promueve diferentes significados del mundo vital en el cual se están desarrollando. Es poner un granito de arena aunque no sea muy notorio.
La violencia es un acto social que afecta diversas esferas de nuestra vida; es un elemento de la naturaleza humana. Se utiliza la fuerza y la intimidación para conseguir algo e imponer la propia voluntad a las necesidades y deseos del otro. Existen grados de violencia; la negativa es un impulso biológico que tiende a matar. La positiva se pone al servicio de la vida.
Existe un potencial agresivo en cada ser humano y uno de los objetivos que la cultura persigue es poner este instinto al servicio de la creatividad y la construcción humana, en vez de ser usado para la destrucción. Esto no siempre se logra y el mundo complejo en que vivimos ha creado diferentes formas en que la agresividad produce placer y poder.
Es importante darnos cuenta que todos somos violentos por naturaleza y que hemos aprendido a manejarla para lograr una adecuada convivencia social y familiar. La incapacidad de algunas personas para enfrentar sus problemas cotidianos las lleva a desarrollar, respuestas y acciones violentas que son vividas por el actor como normales. El enfado, la frustración, producen dolor y este desaparece momentáneamente cuando es sustituido por la violencia.
Recuerdo a una mujer mayor que entrevisté y era víctima de violencia familiar y lo vivía con tal naturalidad que al final de la sesión me dijo: “No me diga que a usted nunca la golpea su marido…”
Otra señora me comentaba: somos de una familia dada a peleas y conflictos. Me sería imposible dar cuenta de todas las trifulcas que tapizan nuestra historia y que todavía siguen en marcha: las peleas, altercados, broncas y peloteras, los silencios y venganzas, los pequeños desaires y los grandes enfrentamientos que dejan su cicatriz en las reuniones del clan y convierten las reuniones en algo desagradable. Basta decir que siempre hay en ella alguien que no se habla con alguien, un tercero que intenta que hagan las paces y un cuarto que aguarda disculpas. Hasta el más pacifista de nosotros se ve arrastrado al torbellino de disputas que no ha causado. Cuando se aprieta el botón surge y no siempre se puede parar a tiempo.
La violencia es parte de lo cotidiano en el mundo que nos está tocando. El mundo ha sido violento desde siempre aunque en estos momentos se está poniendo en palabras lo que durante mucho tiempo fue considerado normal y no se veía como una reacción que se puede elegir.
Cuando se habla de las interacciones en la familia se tiende a describir e idealizar la parte tranquila y amorosa y se evitan las de odio y violencia. No es agradable hablar de aquello que los seres humanos somos capaces de hacer y más cuando no se quieren personalizar. No es fácil responsabilizarse de aquellos núcleos humanos que traemos dentro y son incómodos y vergonzosos.
En ocasiones, al estar con personas cercanas uno percibe el enojo y la molestia del otro y este no los acepta. Sin embargo, influyen en la interacción. Para quedar bien con ese otro, se niega la propia percepción y entonces nos vemos en la necesidad de silenciarnos hasta el punto que de tanto callar, no tenemos de que hablar y como no se pueden expresar los sentimientos verdaderos nos podemos transformar en extraños que conviven bajo un mismo techo.
Todos somos capaces de producir violencia y esto causa tal horror que mejor se pone fuera de nosotros. Son los otros los violentos y negamos lo propio; al negarlo, muchas veces lo actuamos sin tomar la responsabilidad por lo que estamos haciendo. Hay niveles de violencia y un valor cultural generalizado que nos enseña a controlar y manejar esta emoción cuando es usada en forma negativa. ¿Vivo en un mundo hostil o en uno amigable? Yo elijo tener confianza porque me siento mejor que vivir con miedo.
Es importante reconocer este momento social que nos ha tocado y a pesar de esto encontrar nuestra propia libertad, tomar nuestras decisiones y reconocernos para poder seguir adelante con éxito y derecho a la vida. La libertad comienza cuando reconocemos nuestros límites y los de afuera.
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