La visita del Papa Benedicto XVI a Israel

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El papa Benedicto XVI visitó recientemente Israel y era de esperarse que su visita fuese examinada con lupa de aumento por el gobierno, la prensa y el público israelí. Se tenía la esperanza de que la misma representase un cambio positivo para el pueblo judío, para las relaciones cristiano-judías y para el Estado de Israel.

Esta visita tiene lugar nueve años después de la del primer papa polaco, Juan Pablo II, que vio a amigos judíos asesinados por los alemanes. Juan Pablo II, de manera personal, dio vida a las enseñanzas de Nostra Aetate (nuestro tiempo), adoptadas en 1965 por el Segundo Concilio Vaticano, que repudió y eliminó la afirmación de que los judíos de todos los tiempos son culpables en forma colectiva por la crucifixión de Jesús y por ello malditos por Dios, noción que es la base del antisemitismo cristiano-histórico. Juan Pablo II fue el primer Sumo Pontífice que visitó una sinagoga, que llamó a los judíos “sus hermanos mayores”, que estableció relaciones diplomáticas con Israel (diciembre de 1993), que visitó Israel y oró en el Muro de los Lamentos (marzo del 2000) y que reconoció la deficiencia del catolicismo en enfrentar el Holocausto. Que pidió perdón por todos los actos cometidos contra los judíos, que declaró el antisemitismo un pecado contra Dios y afirmó como válido el Pacto del judaísmo con Dios.

La visita del Papa incluyó una recepción en la casa del presidente Shimón Peres; una visita al Monte del Templo y el Muro de los Lamentos; misas en la iglesia de Gethsemaní en Jerusalén y en la de la Natividad en Belén; un diálogo interreligioso en Notre Dame y una gran misa en Nazaret.


Para los judíos el Monte del Templo es donde estuvieron el Primero y Segundo Templo. Para los musulmanes es el Noble Santuario, desde donde, según la tradición, el profeta Mahoma ascendió al cielo, y es el tercer lugar en importancia religiosa para el Islam. Benedicto XVI es el primer papa que lo visita. Y así como en la mezquita se quitó los zapatos, siguió la práctica judía de colocar una nota en el Muro de los Lamentos.

Su visita se vio afectada por el vitriólico discurso del sheik Taysee Tamini en Notre Dame, quien acusó a Israel de “matar a niños en Gaza, destruir casas palestinas y mezquitas”. Tamini no es Hamas, y representa nada menos que a los religiosos moderados. El Papa, aun sin entender el discurso en árabe, abandonó el recinto como protesta.

Durante la misa en Belén pidió la creación de un estado palestino, llamó “trágica” la barrera de seguridad, rezó para que se acabase el embargo a Gaza y pidió a los palestinos que se resistan al terror y la violencia.

Benedicto XVI mencionó con dolor el hecho de que las comunidades católicas han estado disminuyendo sistemáticamente en la región; que se debe a que son más educados, tienen una enorme movilidad geográfica y una baja tasa de natalidad. Por otra parte, prometió a los principales rabinos evitar el proselitismo católico.

Para los israelíes, lo más importante debía ser la visita del ex cardenal José Ratzinger, de origen alemán, quien en su adolescencia fue miembro de las juventudes nazis, a Yad Vashem, el monumento a los mártires y héroes del Holocausto. Había grandes expectativas en torno a su presencia y su discurso en Yad Vashem, y acá se perdió una oportunidad. En ese acto se encontró con algunos sobrevivientes así como con “justos entre las naciones”.

Una palabra no dicha puede hacer más daño que mil pronunciadas. Su visita se inició con una colocación de una ofrenda floral en la solemne “Sala de la Recordación”, en cuyo piso están grabados los nombres de 26 campos de concentración y exterminio nazis. El Papa apareció frío y reservado. En su discurso dijo: “Estoy en silencio en el monumento erigido para recordar a los millones de judíos matados en la terrible tragedia del Holocausto. Perdieron su vida, pero nunca perderán sus nombres. Permanecen para siempre en el corazón de sus seres queridos, sus compañeros que sobrevivieron, y todos los que están decididos a que semejante atrocidad y tragedia nunca vuelvan a suceder”. Es decir, dijo “millones” sin especificar “seis millones”, pero lo más notorio fue que usó el término “matados” y no “asesinados”. No tuvo una sola palabra de compasión, condolencia o deseos de compartir el dolor del pueblo judío; sólo habló del dolor de la humanidad. No mencionó a los alemanes o los nazis… y ni una palabra de arrepentimiento o disculpa.

Nada es más fácil que identificarse con el sufrimiento, el dolor y el pesar. Y cuando no se hace, es porque hay una decisión deliberada de no hacerlo. Ninguna campana de iglesia dejaría de tocar si el Sumo Pontífice hubiese mencionado algo sobre el antisemitismo cristiano. El que haya aceptado nuevamente en la Iglesia al arzobispo Richard Williamson, quien niega el Holocausto; el que haya dicho que la “Iglesia siente profunda compasión por las víctimas” y denunciado el antisemitismo y la negación del Holocausto, habrían sido pasos importantes hace una década. Pero actualmente, después de la manera en que su predecesor trató el tema, lo que dijo es muy poco y muy tarde.

Este papa tiene aún muchos cambios que hacer con respecto al pueblo judío: alejar al arzobispo Richard Williamson, cuyos comentarios antisemitas y negación del Holocausto han avergonzado a la Iglesia; suprimir la plegaria del Viernes Santo que menciona la conversión de los judíos y que Benedicto XVI reinstauró en su idioma original (latín); evitar el proceso de santificación del papa Pío XII, que no hizo lo suficiente para combatir o condenar el Holocausto y cuyos archivos se han negado a abrir; liquidar las cuentas de judíos de Croacia, Ucrania y Yugoeslavia en el Banco del Vaticano.

Esta visita, que fue tan costosa para Israel y en la cual se cifraron tantas esperanzas, lamentablemente pasará a la historia sin pena ni gloria.

Acerca de Tzila R. de Chelminsky

Nacida en México y cursando sus estudios hasta la preparatoria en planteles de la red judaica, obtiene en la UNAM el título de Licenciada en Economía.Su actividad social en México y en Israel ha sido intensa, llegando a ser Presidenta de varias organizaciones. En Israel ha sido fundadora y directora del Fondo Rosario Castellanos para llevar a esas tierras la cultura mexicana. Ha sido agregada cultural de la Embajada de México en Israel de 1993 a 1998 y asesora en asuntos culturales hasta el día de hoy. Colaboró en varios periódicos y revistas en México y desde hace 13 años escribe mensualmente desde Israel en "Foro".

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