Lágrima de fierro

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Un trozo de alambre de púas cambia su destino original y transformado en obra de arte denuncia la maldad humana.

El martes donamos al Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México una obra plástica con su propia historia dentro de la otra, la de la matanza ignominiosa de millones de inocentes.


Al entregarla pronuncié algunas palabras: “El presidente Adolfo López Mateos visitó Polonia los días 1, 2 y 3 de abril de 1963. Tuve el honor de acompañarlo en un recorrido que abarcó desde la tumba del soldado desconocido polaco hasta el monumento a los mártires y héroes del gueto de Varsovia, donde hicimos guardia frente a una plaza destruida en que el reciente invierno había dejado manchas blancas. Me acerqué a un pequeño montículo de escombros, de ruinas, de basura y arranqué un alambre de púas”.

(De aquella visita en 1963 recojo parte de mi “Clepsidra” diaria en “Novedades”: “En este abril se cumplen 20 años del levantamiento de 50 mil hambrientos, enfermos e inermes sobrevivientes del barrio judío contra los asesinos selectos de Hitler. Por las alcantarillas y las azoteas, por las cornisas, al hilo de las aceras en un combate sin esperanza, las sombras del gueto rechazaron dos veces a los tanques y camiones blindados. Y muchos soldados nazis murieron antes de que el general Stroop, orgulloso, enviara a Hitler su regalo de cumpleaños: un telegrama que decía “no hay más barrio judío en Varsovia”. Y éste es el túmulo: un bloque hecho con la piedra que el Führer había enviado a Varsovia para levantar el monumento de su victoria. Figuras en bronce muestran aspectos de la rebelión. Alrededor, decenas de multifamiliares. En la calle Mila, donde estuvo el cuartel general rebelde, unos niños juegan”).

“Cuidé el alambre de púas que se rompió fácilmente; tal vez ayudó el frío. Demetrio Bilbatúa, quien recuerda aquello mejor que yo, tomó algunos testimonios gráficos. Y traje ese alambre a México, ¿Por qué un alambre de púas? Es especialmente significativo en la evocación de lo que estamos ahora tratando de que no desaparezca del recuerdo. Lo envolví en algodón, lo traje a México, lo guardé algún tiempo y un día tuve la idea de acudir a mi admirado y querido amigo José Luis Cuevas, narrarle la historia y pedirle que hiciera algo con este alambre. En 1965 según ustedes verán junto al retrato del autor, me entregó el cuadro que tuve en el lugar más visible de mi casa durante mucho tiempo”.

(En 1966 se hizo una breve exhibición de la obra en el Centro Deportivo Israelita. Carlos Monsiváis al verla dijo que era un intento de convertir la memoria en acción, que la defensa del gueto era la victoria final contra el antisemitismo y reincorporaba a nuestro idioma la palabra fraternidad. Margarita Nelken: “Es un berbiquí que ahonda en la conciencia de la humanidad”. Luis Guillermo Piazza: “El rostro y el cuerpo fetal del horror… el alambre, corona de espinas… representa un compromiso mayor… tal vez el autorretrato más formidable y completo de Cuevas”). “Pero llegado el momento de tomar ciertas decisiones, Sarita y yo consideramos que el mejor lugar era este museo. Esa es la historia y ese es el cuadro. Agradezco que lo tengan aquí”.

La señora Sharon Zaga, directora del MMT, al agradecer dijo: “Esta obra plasma sentimientos, emociones e integra elementos tan simbólicos como el alambre de púas en una obra trascendente, impulsora de reflexiones personales. Con aportes como éste construimos y renovamos el museo, por esto me enorgullezco en proclamar que este es un museo único en México, en Latinoamérica, y me atrevo a decir que en el mundo. Hablar de la intolerancia, del odio, de la discriminación no resulta sencillo, pero es necesario, urgente”.

El autor de la obra, José Luis Cuevas, cerró el acto: “Hace tiempo no he visto el cuadro. Es un collage, ensamble, mejor dicho, en el que incorporé ese pedazo de alambre traído por mi amigo. Me emocionó mucho haber hecho esta obra por encargo de Jacobo. Acababa de estar en Auschwitz, una de las experiencias más terribles en mi vida. Lo primero con lo que uno se encuentra son unas maletas, el equipaje que llevaban los judíos que no sabían que los iban a matar en una forma verdaderamente espantosa. Les decían que nada más estarían ahí un tiempo corto. Salí sumamente conmovido. Yo siempre dije que nunca había llorado en mi vida. Incluso frente a situaciones terribles como la muerte de gente muy cercana a mí, pero sí lo hice en mi vista a Auschwitz. No pude evitar las lágrimas. El título que le puse es “Yo no olvido”.

Yo tampoco.

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