Lágrimas de Shabat: Analogía

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Algunas personas me preguntan por qué esta columna que nos ha hecho llorar durante 1 año, se titula LÁGRIMAS, que es un nombre triste. Les cuento que así como me han insinuado, he pensado otros nombres para darle gusto a mis lectores, pero no he podido encontrar uno que se acomode mejor a esta triste realidad. Hay lágrimas de muchas clases, aunque todas ruedan por las mejillas. Las hay de tristeza, de alegría, de emoción, de nostalgia, de recuerdo. En fin, no pude encontrar otro titulo mejor y aquí van mis lágrimas de hoy.

Escribí una nota pequeña alusiva a la muerte de Sinwar en mi otra columna, CRÓNICAS, pues cuando murió, ya había escrito esta y ademas tofus los medios se refieren a esta noticia. Hay muertes que se lloran y otras, aunque suena un poco raro, se celebran como un triunfo. Me imagino que cuando murió Caín se derramaron menos lágrimas que con Abel. Así que el pueblo judío, aunque no celebre como los musulmanes repartiendo baklabá en las calles, está tranquillo, porque acabar con uno de los terroristas más grandes que ha tenido la historia, es un triunfo para la humanidad.

Hubo una época en Colombia en que era más fácil morir que vivir. Fue la época del narcotráfico. Era un riesgo salir, viajar, Se vivía, pero muy cerca de la muerte. Las bombas explotaban en todo lado, centros comerciales, aeropuertos y en edificios residenciales. A veces caían restos de vidrios en las cunas de inocentes bebés. Había olor a muerte. Hubo ciudades más afectadas que otras, por ejemplo Medellín, la ciudad que me vio nacer, también vio nacer a Pablo Escobar y fue de las más afectadas por la violencia. Yo vivía en Bogotá, donde la vida transcurría un poco más tranquila, aunque también había riesgo. Igual sucedió en Cali donde vivían los del otro cartel que internamente luchaban con Pablo Escobar, pero la ciudad más afectada era Medellín, donde vivían mis padres. Vivían en Medallo, como se le conoce y mis amigos me decían: para qué viajas a Medellín y mi respuesta era, allá viven mis padres y tengo que ir a verlos.


En el camino al aeropuerto, había un sendero verde denominado “La Cola del Zorro”, donde todos los días aparecían muertos tirados, sin que nadie respondiera por esos hechos vandálicos.

Finalmente Medellín que era una hermosa ciudad recuperó su paz, así como otras ciudades donde operaban los carteles de la droga. Hubo un presidente que la mayoría de colombianos detestan, pero fue el único que se amarró los pantalones y fue capaz de devolver la seguridad a las carreteras. Lo que es del papa es del papa. Después hizo otras cosas no muy buenas, pero salvó a Colombia en ese momento de la inseguridad reinante.

Existía el pánico a las motos porque los sicarios andaban en moto “cobrando cuentas”. Mataban en venganza y por contrato por ínfimas sumas, hasta el punto de que prohibieron a los parrilleros en las motos, pues era más difícil manejar y matar simultáneamente, a tener un ayudante.

Hago este paralelo con esta larga guerra que estamos viviendo aquí donde todos los días mueren jóvenes soldados y otras personas víctimas del terrorismo; ni que decir de la cantidad de gente que murió ese sombrío 7 de octubre y los secuestrados que deambulan entre la vida y la muerte esperando poder ser rescatados en algún momento, como si su vida perteneciera a estos salvajes.

Y también duele la muerte de víctimas civiles palestinas, que aunque son puestos como carne de cañón y ellos lo permiten, también tienen derecho a la.vida.

Así como se esparció la violencia como un virus generalizado y contagioso, así un día se pudo volver a congraciar con la vida y Medellín volvió a ser la hermosa ciudad que era cuando yo vivía allá. La ciudad de la eterna primavera.

Como dicen por ahí, no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista; así que tenemos la esperanza de que en algún momento se acabe esta guerra y que la gente se muera de muerte natural y no como consecuencia de la guerra. Que algún día recuperemos esta belleza de país, tanto para los habitantes del norte que llevan desplazados tanto tiempo, como para los de los kibutzim del sur, para que el turismo se reactive y la gente pueda volver a disfrutar de las bellezas naturales de este país, de sus playas, la arqueología, sus deliciosos restaurantes gourmet y de la libertad y tranquilidad que se respiraba en las ciudades, a pesar de estar rodeado de enemigos.

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