Al contrario los radicales suelen ser personajes que, en momentos de estabilidad, son marginales dado su maniqueísmo. Su oportunidad surge cuando las posturas políticas se polarizan, de tal forma que se tiene que optar entre extremos o la gente busca las certezas que ellos enarbolan. De esa forma llegan a conquistar el poder, convertidos generalmente en los “hombres del momento” ungidos para salvar a la nación.
Es común que un bando político acuse a otro de ser “reaccionario”, “radical” o “rupturista” entre los calificativos más amables a los que se puede recurrir en este momento. Sin embargo todas las corrientes están expuestas a irse a los extremos. La razón: la creencia de que existen valores o principios absolutos que todos deberían seguir.
De los principios al credo
Todo político o analista tiene (o debería tener) una base teórica o ideológica para interpretar el entorno social, su problemática y las soluciones que propone. Es por ello que el político milita en un partido y quien escribe sigue una corriente determinada de pensamiento. Los moderados ven a ese fundamento como un conjunto de convicciones que pueden ser contrastadas, y al negociar deberán ceder en algunos puntos si desean alcanzar una mayoría. Esto no significa claudicación: todo proceso de cambio en una sociedad plural es gradual, incremental y permanente, sujeto a la prueba y al error.
En cambio en los extremos se tienen convicciones irrenunciables e innegociables, las cuales incluso fueron reveladas o tal vez descubiertas a través de, dicen algunos, una aguda observación de los procesos sociales. De esta forma un militante se ve a sí mismo como el instrumento de un plan superior que, pase lo que pase, se cumplirá. Y como diría Voltaire, quien cree en absurdos es capaz de cometer atrocidades.
Es fácil golpear aquí a los fundamentalismos religiosos, los cuales aparecen en las tres grandes religiones monoteístas. En estos extremos el sujeto abandona su capacidad de raciocinio e imaginación a manos de una creencia. Los textos sagrados se convierten en un referente absoluto frente a los cuales no queda más que obedecer, pues ya todo fue decidido de antemano.
Sin embargo cabe señalar que el marxismo también sigue un patrón religioso y un plan predeterminado. Había un estado de gracia, equiparable al Edén (comunismo primitivo), una caída en gracia (los diversos modos de producción, donde los propietarios explotan al resto de la sociedad) y una futura redención tras una confrontación final (la llegada del comunismo tras la dictadura del proletariado). Irónico, si pensamos que el propio Marx dijo que la religión era el opio de los pueblos.
El problema con este tipo de pensamientos (provengan del ala política que sea) es que, al existir un canon y dogmas, también hay intérpretes, profetas, mesías y demás iluminados; quienes van a hacer todo lo posible para refutar a sus pares. Las soluciones que ofrecen suenan fáciles y por lo general involucran la revancha de un grupo sobre otro – e incluso el aplastamiento de los contrarios.
Los grupos que existen en los extremos facilitan la dominación a través del miedo, ya sea a través de la coacción del grupo o la condenación eterna. De esa forma aparecen las sectas, la división y la eterna confrontación. Es decir, los custodios del absoluto apuestan por la ruptura antes que transigir.
Los militantes de ambos polos ideológicos provienen de gente que busca certezas antes que enfrentarse a las dudas e incertidumbres que trae la reflexión y el cuestionamiento. A final de cuentas es más fácil entender el mundo a través de la confrontación de dos grandes bandos antagónicos que responsabilizarse del mundo que uno se construye. El problema se presenta en épocas de crisis y riesgo de colapso de las instituciones, como ya se dijo.
¿Puede haber certidumbre?
En cambio en una democracia la norma es la confrontación, el debate y la negociación. No hay absolutos en el orden social y toda dinámica generará resultados predecibles e impredecibles. El cambio es permanente e inestable por antonomasia. Lejos de ser un referente absoluto, las leyes son resultado de equilibrios en la sociedad, los cuales van a modificarse tarde o temprano. Es decir, son inexistentes las soluciones mágicas para los problemas de un Estado.
Aunque a algunos pueda no gustarle, nada está escrito en la dinámica social. Quien busque certezas va a terminar desilusionado: la democracia no sirve para confortar a los afligidos. Sin embargo, puede ayudar a que el individuo asuma su propia responsabilidad a través de los derechos y obligaciones que trae su condición. Es decir, tiene la posibilidad de convertirse en un ciudadano pleno. De eso trata la libertad.
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