El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, estuvo de visita en Estados Unidos esta semana. Su estancia en Washington fue memorable en el sentido de que pocas veces se había registrado un espectáculo así de extraño. Mientras que el trato dado por Donald Trump a su homólogo turco fue cordial y amistoso, calificándolo de “altamente respetable y buen amigo” con el cual se espera acordar el incremento del monto del comercio entre ambas naciones de 20 a 100 mil millones de dólares anuales, en el Congreso norteamericano el malestar y el repudio fueron más que evidentes.
Las condenas, no sólo de parte del partido demócrata, sino bipartidistas, a las políticas recientes del mandatario turco, no se hicieron esperar. Hay que recordar que la decisión de Trump del 9 de octubre pasado, por la que retiró a sus tropas del noreste de Siria abriéndole así la puerta a Erdogan a invadir esa zona y aplastar a los kurdos que habían sido aliados de EU en el combate al ISIS, fue recibida con estupor e indignación entre la mayoría de congresistas en Washington. A quienes, por cierto, también les ha indignado la compra que hiciera Erdogan a Rusia del sistema de seguridad antiaérea S-400, en contravención a las normas bajo las que se debe regir en estos temas un miembro de la OTAN como es Turquía.
Todo ello, aunado al perfil de dictador populista que ha construido Erdogan a lo largo de los 17 años en que ha estado a la cabeza de su país, ha provocado que en el legislativo de EU no exista casi ninguna simpatía por el mandatario turco. Según lo denunció el senador demócrata Edward Markey, el récord de respeto a los derechos humanos en Turquía es inaceptable, ya que desde el fallido golpe de Estado de 2015, al menos 80 mil ciudadanos turcos han sido arrestados y más de mil 500 organizaciones no gubernamentales han sido clausuradas bajo el argumento de formar parte de redes terroristas.
Es por eso que a contracorriente de la miel con la que Trump trató a Erdogan, la Cámara de Representantes, en un acto que pretendía mostrar su repudio a la figura presidencial turca, aprobó el 29 de octubre, mediante una aplastante votación de 405 a favor y 11 en contra, su reconocimiento al genocidio de los armenios ejecutado por los turcos en la segunda década del siglo pasado. Y aún hubo más: se puso sobre la mesa la propuesta de ley de sancionar a Turquía por su compra a Rusia de sistemas de misiles tierra-aire, al igual que la necesidad de dejar de venderle a los turcos armas que pudieran ser usadas en Siria, y de sancionar a altos oficiales turcos involucrados en la ofensiva contra los kurdos. Todas estas iniciativas fueron aprobadas con 403 votos a favor y 16 en contra. Y es de notar que entre los republicanos esta votación quedó resuelta en el mismo sentido, con 176 a favor y 15 en contra.
Sin embargo, las probabilidades de que estas iniciativas prosperen son casi nulas, no sólo por la oposición de Trump, sino también porque entre poderosos senadores republicanos quienes, aun estando en línea con el repudio a las políticas de Erdogan, —Lindsey Graham y Mitch McConnell en especial—, no tienen, sin embargo, disposición de llevar estas propuestas legislativas al Senado debido al daño que calculan se le infligiría con ello a Trump, quien está viviendo momentos difíciles dentro del proceso que se desarrolla en el tema de su impeachment.
De tal manera que como lo expresara en el Washington Post, Asli Aydintasbas, miembro del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, el evento de la visita del presidente turco a Estados Unidos “fue un gran triunfo para Erdogan… ya que ha conseguido afianzar su poder dentro de su propio país y obtener una gran audiencia en Estados Unidos, donde pudo reiterar sus puntos principales, como el de que el YPG, que representa a la mayoría de las unidades de protección del pueblo kurdo en el noreste de Siria, es una entidad terrorista”.
La pregunta obvia es qué hay detrás de tanta zalamería y tolerancia de Trump hacia Erdogan, cuando aun las bancadas republicanas que apoyan al inquilino de la Casa Blanca en tantas cosas, en esto se le han opuesto firmemente. ¿Serán cuestiones relacionadas con la empatía entre dos gobernantes populistas ávidos de poder? ¿O habrá más de por medio, negocios personales o quizá acuerdos para protección de intereses privados no muy limpios? Estas son especulaciones que, inevitablemente, surgen cuando las cosas no parecen tener ninguna congruencia en términos de los intereses geoestratégicos mayores de Estados Unidos según lo aprecian, incluso, los compañeros republicanos de Trump.
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