Estamos en el vientre de nuestra madre, el silencio y la energía amén del cariño hacen de las suyas para permitir protegernos y preparar el camino a una nueva vida.
Nacemos, la alegría y las sonrisas rodean nuestra entrada a esta vida y así comenzamos el camino.
El kinder, los niños que comparten y los que no (jaja) acompañan esa etapa donde todo es más grande que nosotros y donde nuestros padres van poniendo plumas en nuestro camino para evitar que los golpes con los muebles y el piso duelan menos.
Los hermanos (para quienes tienen o tuvieron el privilegio de tenerlos), aquellos seres que acompañan nuestra andar por la casa luchando por el cariño de nuestros mentores y haciendo que nuestros días no sean aburridos.
La escuela, ese lugar de trámite donde no siempre los recuerdos son gratos, pero que a fuerza de repetición y resistencia te van formando y te permiten surcar el mar del crecimiento.
La adolescencia, esa etapa donde la inmadurez y las pruebas hacen de las suyas a cada rato, dejándonos cicatrices, algunas invisibles, otras imborrables. Es aquí donde entendemos que la experiencia se forja a punta de golpes y no siempre escuchando a quien ya transitó por ese camino. La escucha no es la mayor característica en esa etapa – y tristemente para algunos en ninguna otra..
La universidad, el noviazgo, nuestro primer coche, y muchas cosas más van en esta etapa dando forma a lo que acabaremos siendo un tiempo después.
El matrimonio, los hijos, el trabajo , el forjar un futuro todo en una bola que se mezcla a velocidades vertiginosas y que nos tiene mareados por un tiempo hasta que cumplimos con esa etapa y migramos a la siguiente.
La madurez, etapa previa a la vejez y que es aquí donde quisiera detenerme para hacer el paréntesis más grande de está reflexión.
No es si no hasta ese momento que la velocidad baja y nos permite ver las cosas desde una perspectiva más madura, donde todo lo que hemos vivido ha forjado nuestro juicio y nos permite entender la vida de manera diferente.
Un amanecer, la pérdida de un ser querido, el vuelo de los hijos, el postre de la vida ( los nietos), el amor de nuestra vida ( para quienes tenemos el privilegio de haberlo encontrado), las consecuencias de lo que hicimos y dejamos de hacer, en fin todo puesto frente a nuestros ojos hablándonos y queriendo decir, vive la vida mientras la tengas, disfruta de las cosas sencillas -que aunque a veces no lo entendamos- son las más valiosas y por supuesto, suspira, ríe, llora y aprecia cada minuto que la vida te regala para no arrepentirte de haberla vivido sin que valiera la pena.
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