Las ilusiones de la Primavera Árabe están muertas

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La Administración Obama no ha emitido apenas ni un murmullo de protesta ni ha hecho comentario alguno ante la noticia de que un tribunal egipcio ha absuelto de todos los cargos presentados contra él al expresidente Hosni Mubarak. Si tenemos en cuenta que, desde el inicio de las protestas de la Primavera Árabe hace cuatro años hasta la caída del Gobierno de los Hermanos Musulmanes en 2013, la Administración fue fuente de opiniones, consejos y advertencias para El Cairo, este cambio llama la atención. Ello le ha costado al Departamento de Estado que le reprendan en el editorial del New York Times, en el que se criticaba la decisión y se instaba a volver a los intentos de promover la democracia en Egipto. Pero por una vez la Administración, que ha cometido tantos errores, sobre todo en Oriente Medio, es quien lleva razón. Puede que el Times sea el último en enterarse de ello, pero la Primavera Árabe se ha acabado y es necesario que todos, de derechas o de izquierdas, admitan que es hora de revaluar nuestras expectativas sobre Egipto y de centrarnos en algo más importante, la lucha contra el islam radical, en vez de en una fútil búsqueda de liberación.

Las protestas en el mundo árabe suscitaron en Occidente esperanzas de que, al fin, la región iba a sufrir una necesaria transformación, pasando del dominio de los autócratas a una situación en la que la democracia, o al menos el establecimiento de instituciones democráticas, podría brindar esperanzas de una nueva era de libertad. El régimen de Mubarak era una corrupta dictadura militar lista para ser derribada, y tanto progresistas como neoconservadores esperaban que ello traería mejoras para Egipto.

Pero todos nos equivocábamos. En vez de una oportunidad de auténtica democracia, lo que vino a continuación fueron unas elecciones que llevaron al poder a los Hermanos Musulmanes. Sus objetivos no tenían nada que ver con la liberalización, y mucho menos a que el Gobierno tuviera que asumir responsabilidades por sus acciones. Tras un año de sufrimiento que habría llevado, de no haberse puesto coto, a una dictadura aún peor que la de Mubarak, el pueblo egipcio tomó las calles con multitudinarias manifestaciones que dejaron en nada las que acabaron con el antiguo régimen.


Ello trajo consigo, a su vez, el actual Gobierno encabezado por Abdel Fatah al Sisi, que no tiene interés alguno en proseguir las investigaciones sobre las actuaciones del régimen de Mubarak, sobre todo en sus últimos días, cuando los manifestantes eran asesinados por los mismos soldados que ahora constituyen el baluarte del nuevo régimen militar. De hecho, puede que el Gobierno de Sisi haya cometido ya cosas mucho peores en sus intentos por suprimir a los Hermanos Musulmanes y a otros grupos islamistas.

Pero, si bien el Times y quienes condenan la deplorable situación de los derechos humanos en Egipto no yerran respecto a la naturaleza del nuevo régimen, se equivocan de medio a medio en el tema de si Estados Unidos debería tratar de hacer algo por debilitar a Sisi, como cortarle las ayudas a El Cairo.

Independientemente de lo que opinemos de Sisi y del hundimiento de las esperanzas de cambio en Egipto, así como del mínimo éxito obtenido por otras iniciativas semejantes en el mundo árabe y musulmán, los últimos cuatro años han demostrado que hay que abordar otros problemas mayores antes de que los occidentales nos dediquemos a preocuparnos en exceso por la ausencia de democracia en la región.
Por desgracia, en realidad en Egipto nunca ha habido un electorado, de ningún tamaño, a favor de una democracia liberal. La opción siempre estaría entre un Gobierno militar, estable pero autoritario, y uno de islamistas. De haberse impuesto estos últimos, Egipto no sólo habría sido menos libre que con los militares, sino que habría contribuido a desestabilizar aún más la región y ayudado en sus iniciativas a grupos terroristas como Hamás, aliado de los Hermanos Musulmanes.

Por desgracia, la política inconsistente y, en última instancia, incompetente, de la Administración Obama, provocó el rechazo tanto de Sisi como de los egipcios, que la culparon del ascenso de los Hermanos. Llevará mucho tiempo que Estados Unidos pueda recobrar su confianza. Pero la cuestión fundamental en la región es si los grupos islamistas, como el Estado Islámico, se impondrán a regímenes que, aunque no son ni democráticos ni libres, al menos constituyen un ​bastión frente a la marea extremista y violenta. Eso hace que sea absolutamente esencial que Norteamérica siga apoyando a Gobiernos como el de Sisi y ayudándolos en el esfuerzo general por combatir la oleada de extremismo islamista que barre la región.

Eso implica también que tanto liberales como neoconservadores deberán dejar de lado sus ilusiones y esperanzas de promover la democracia en Oriente Medio. Hay que librar la guerra contra el islamismo y, en última instancia, ganarla, antes de que se pueda volver a ese debate sobre el mundo árabe… si es que se vuelve. Quienes no puedan asumir esta realidad no estarán demostrando tener principios, sino siendo obtusos.

Commentary ​
​http://elmed.io/las-ilusiones-de-la-primavera-arabe-estan-muertas/

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