El último enfrentamiento entre Israel y el Hamás en Gaza puso en evidencia la debilidad del gobierno presidido por Netanyahu.
No se logró en los recientes enfrentamiento más allá de una victoria táctica cuyo resultado final aún debe concertarse. Y no sólo algunos organismos de las Naciones Unidas se inclinan a identificarse con los líderes del Hamás. Incluso el propio secretario de Estado norteamericano Anthony Blinken – con prescindencia de su condición de judío – se inclina a revelar conforme a las instrucciones del presidente norteamericano una actitud mesurada respecto a los intereses de Israel.
Bibi apenas puede disimular, por un lado, su apoyo a una colonización acelerada de las tierras conquistadas en la Guerra de los Seis Días, y, por otro, su hostil actitud a la erección de un Estado palestino.
Por otra parte, los acuerdos que promovió con países localizados en la Península árabe – Katar en particular – no han impedido ni impedirán el apoyo financiero y políticos de éstos a la reconstrucción de Gaza.
Más aún: la reciente solicitud por parte de su esposa Sara dirigida a reparar los amplios ventanales de una de las residencias que la familia Netanyahu posee y renta en Jerusalem – solicitud que si es satisfecha implica un gasto de varios millones de libras israelíes – acentúa las críticas en su contra.
Un escenario que explica- entre otros factores – la razón del secreto encuentro del secretario Blinken con Yair Lapid en el curso de las pocas horas que estuvo en Jerusalén.
Nuevas e inquietantes circunstancias que obligan a repensar quién y cómo cabe gobernar a Israel en los próximos y decisivos años cuando la amenaza nuclear iraní conduce a un nuevo e incierto escenario.
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