“¡Tamara, te amo!” La chica pasa rauda por la bicisenda de Tucumán, en el corazón del Once porteño, y la escritora Tamara Tenenbaum se ríe, y tira un beso al aire para devolver el saludo.
Con tres libros publicados entre 2019 y este mes de abril -acaba de salir a la calle su primera novela, Todas nuestras maldiciones se cumplieron- la joven -32 años- se ha convertido en toda una voz de una generación que sigue sus recomendaciones, sus columnas, sus vivos de Instagram, sus podcasts.
Especialmente para las millenials, que devoraron y devoran El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI, un ensayo sobre las relaciones amorosas en tiempos de la cuarta oleada feminista pero en clave muy personal: la piedra de toque es la historia de la propia autora, nacida y criada en una comunidad judía ortodoxa, en Buenos Aires.
Ese libro tiene diez ediciones en la calle y el próximo agosto se inicia el rodaje para MGM de una serie basada en él, con Lali Espósito como protagonista y Tenenbaum como coguionista y productora ejecutiva.
En su debut como novelista, la escritora retoma el tema de su origen, esbozado también en algunos de los cuentos de su libro Nadie vive muy cerca de nadie: su padre murió en el atentado a la AMIA, poco antes de que ella cumpliera cinco años, y hasta los doce ella y sus dos hermanas fueron criadas por su madre y su abuela, con polleras largas y observancia religiosa dentro de la ortodoxia más moderna.
No vio un “no judío” hasta esa edad, cuando pidió ir a un colegio público y laico de excelencia como excusa para salir al mundo en una familia “donde la educación siempre fue muy importante. Mi mamá es médica y aunque que las mujeres tengan una profesión no se estila en la comunidad, en nuestra familia sí”.
En la novela aparecen la muerte, el estatus de víctima, el difícil dinero de la indemnización por la muerte del padre, el corte de todos los lazos con la comunidad de origen, la relación madre-hija y, cómo no, “las cosas que hice para recordarme que podía hacer cualquier cosa u olvidar cualquier otra”.
“Todo me hacía ruido en el mundo ortodoxo desde siempre, era una vida que no me gustaba”
Todos los temas que pueden provocar más morbo están, en la novela, en un segundo plano que reverbera a lo largo de todo el relato y lo impulsa.
Filosa a la vez que envuelta en cierta melancolía, la escritura de Tenenbaum va construyendo, de a fragmentos y con precisión, una voz que parte de su experiencia personal para contar también la historia de una generación que va dejando atrás la juventud -y el cinismo- en la Buenos Aires de principios de siglo.
-¿Cómo fue romper los lazos con el mundo judío ortodoxo, algo que aparece en todos tus libros? Alguna vez te han señalado el paralelo con la serie Poco Ortodoxa.
-Todo me hacía ruido en el mundo ortodoxo desde siempre, era una vida que no me gustaba. Fue un proceso. Mi mamá siempre fue bastante moderna, yo fui la primera que rompí con esa vida pero ella nunca tuvo un conflicto con eso, al contrario. Luego cuando de alguna manera yo mostré que era posible hacerlo y sobrevivir, lo hicimos todas.
-¿Y es como en la serie?
-Lo que alguna vez dije en relación con esa serie es que no me gustó tanto la idealización absoluta del mundo exterior, pero a mí me pasó también y es lógico. Pensás: “de este otro lado todo el mundo es feliz”, y no es así. Aunque sí soy más feliz en esta vida que en la anterior.
-Ese combustible también es parte de Todas nuestras maldiciones se cumplieron. ¿Cómo empezaste a escribirla?
-Me di cuenta que había toda una parte de mi historia que no había contado. Y sentí que el tema de mi papá tenía algo que me interesaba trabajar aunque fuera desde un lugar medio silencioso. Empecé a escribir y, a pesar de que eran textos algo fragmentarios, se fue armando una novela. Quería escribir sobre lo que se dice y lo que no se dice, que para mí es lo más difícil: cómo se trabaja con algo que pesa aunque nadie lo diga.
“De la serie ‘Poco Ortodoxa’ no me gustó la idealización absoluta del mundo exterior. Pensás: ‘de este otro lado todo el mundo es feliz’, y no es así.”
-Habías elegido antes la poesía para hablar de la muerte de tu padre en el atentado a la AMIA. ¿Por qué?
-Creo que la poesía me permitía armar algo más explícito o más crudo, sin tener que hacer lo que te pide la narrativa, que es darle un cierre de alguna manera a lo que uno piensa o siente. La poesía no tiene que justificarse narrativamente. Pero son temas que atraviesan todo lo que escribo. No porque me interese tanto hablar de mí misma, sino porque me gusta trabajar con mundos con mucho detalle tanto en ficción como no ficción, me gusta usar imágenes precisas.
-¿Entonces trabajás a partir de vos?
-Los mundos que conozco me sirven para pensar cosas que van mucho más allá de mi historia. La otredad, la identidad, hasta dónde el pasado es algo que se lleva o no se lleva puesto… problemas con los que creo que conecta a gente a la cual no necesariamente le interesa ni mi vida ni mis universos.
Marcas del pasado
-En esta novela, la narradora juega todo el tiempo con esas marcas del pasado dentro del mundo ortodoxo, pero a la vez como alguien que se hace a sí misma más allá del pasado que le tocó.
-Sí. Yo lo considero una autoficción, aunque hay por supuesto una construcción de la voz de la narradora que en algunas cosas se parece a mí y en otras cosas no. Pero los puntos nodales son de verdad y sé que eso no es irrelevante, porque a la gente la situación de lectura no le es igual si lo que se cuenta sucedió o no, el efecto de verdad produce algo positivo o negativo.
“Las cosas feas que a uno le pasan construyen identidades que muchas veces uno quiere sostener”
-¿Y en tu caso? ¿Positivo o negativo?
-A mí lo que me interesa es que sea literatura, no es una reconstrucción periodística ni un testimonio. No exagero la importancia de esa época de mi vida, creo que me puede servir narrativamente, pero en mi vida cotidiana no me afecta demasiado. La última vez que fui religiosa fue hace veinte años… ya no tengo prácticamente nada de eso. Nunca fui a Israel, no hablo idish, no celebro las festividades, hago la vida de cualquier chica. Y eso es interesante: lo rápido que uno puede cambiar de vida.
-¿La elección del título de la novela tiene algo que ver con esto que mencionas?
-El titulo me parecía una especie de ironía, de alguna manera la narradora siente que su vida salió bastante bien, cuando tendría que estar contando la historia de una tragedia. Eso también tiene un peso y una culpa, la del sobreviviente. Y también una culpa, rara, de estar disfrutando de una juventud maravillosa a la edad en que mi mamá estaba deslomándose y criándonos a mis hermanas y a mí.
-¿Problematizas que haya salido bien?
-Todas nuestras maldiciones se cumplieron es que teóricamente todo nos salió mal, pero estamos bien y probablemente todas estamos bien –mi familia y yo, pero todos en general- en parte debido a las cosas que nos pasaron aunque hayan sido duras. Las cosas feas que a uno le pasan construyen identidades que muchas veces uno quiere sostener, eso es quizá difícil de aceptar pero es también interesante.
-El fin del amor se convirtió para muchas mujeres en una especie de “biblia” sobre las relaciones amorosas y los mandatos. ¿Cómo viviste que tu primer libro haya tenido una recepción tan grande y que ahora Lali Esposito te interprete?
-Sigue siendo una sorpresa. Respecto a la serie, es rarísimo que Lali “sea” yo. Cualquiera puede pensar que no tiene nada que ver conmigo, pero yo me identifico mucho con ella en la ambición y en cierta cosa del ir hacia adelante. Yo no esperaba ni buscaba la repercusión que hubo porque es un libro súper personal también. No es una arenga ni pretende hablar de la vida de todas las chicas, yo escribo también probando lo que pienso.
-¿Sobre el amor, en definitiva?
-El tema del amor y del sexo opuesto -lo digo así porque es un libro profundamente heterosexual, aunque chicos gays y chicas lesbianas me han dicho que hay dinámicas que se reproducen también en sus ambientes- genera mucha ansiedad y angustia. Creo que muchas sintieron que por fin se hablaba de temas que parecía que no importaban o que no había nada escrito al respecto, que se conversaban entre amigas pero que muchas no sabían que sobre eso se podía producir conocimiento, y que de hecho ya lo había hacia décadas. La filosofía es también una forma de acompañar, de conversar, de sentir: bueno, esto que me está pasando forma parte de una conversación pública, no estoy tan sola.
Tenenbaum básico
- Nació en 1989 en Buenos Aires y se crió en una comunidad judía ortodoxa del barrio de Once.
- Es licenciada en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, donde hoy es docente a la vez que en la Universidad Nacional de las Artes.
- También trabaja como periodista en diversos medios.
- Publicó en poesía Reconocimiento de terreno (Pánico al Pánico, 2017).
- En 2018 ganó el premio Ficciones del Ministerio de Cultura con el libro Nadie vive tan cerca de nadie (Emecé, 2020, que lleva tres ediciones).
- En 2019 publicó el ensayo El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI (Ariel), que lleva diez ediciones en Argentina, tres en España y próximamente se publicará en Colombia, México y Perú.
- Acaba de publicar su primera novela, Todas nuestras maldiciones se cumplieron (Emecé).
- En 2022, se estrenará la adaptación a ficción de El fin del amor –con Tenenbaum como coguionista y productora ejecutiva- protagonizada por Lali Esposito.
Así escribe
“En algún sentido que nunca voy a conversar con nadie es sorprendente que [de mis hermanas] sea yo la que se quedó, y más aún, la que se quiso quedar. O quizás no, quizás es lo más razonable. De entre las tres soy la que más se peleó con todo lo que era nuestra familia y con lo que quedaba de mi papá. No voy al templo ni en Kippur. Cuando cumple años un tío o un primo casi que ya no me invitan, sabiendo que no voy a ir. Crece la mitología sobre mí: es como si todos me tuvieran miedo. Cuando mi tío de Canadá viene a Buenos Aires toca en timbre sin avisar en todas las casas, menos en la mía. No me meto con ese miedo, no lo cuestiono, porque me sirve, y porque tal vez sea un miedo fundado. No sé qué puede pasar si me tocan el timbre sin avisar. Nunca fui a un acto de la AMIA desde que no me obligan a ir con el colegio. De esto último no estoy orgullosa. De lo demás un poquito sí”.
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