El régimen de Bashar al-Assad continúa asesinando alevosamente a sus ciudadanos que reclaman el fin de su dictadura; la Liga Árabe se moviliza para que el Consejo de Seguridad de la ONU emita una resolución que presione al gobierno sirio a detener las matanzas y, finalmente, cuando la resolución es presentada a votación Rusia y China la vetan, a pesar de que se cuidó su redacción para limarla de sus aristas más problemáticas. ¿Por qué? ¿Qué movió a ambos países a funcionar como un factor que de hecho le da manga ancha a Al-Assad para seguir bombardeando Homs y otras ciudades sirias inclementemente?
Como es sabido, los intereses de Rusia en Siria son muchos y diversos. Grandes negocios entre ambos están en juego, incluidas inversiones en diversas áreas y compra-venta de armamento. En la época de la URSS, ésta era la principal abastecedora de armamento a los regímenes árabes, quienes se contaban entre sus mejores clientes, mientras que en la actualidad su mercado en Oriente Medio se ha reducido básicamente a Siria e Irán. Pero no se trata sólo de eso. Hace tres décadas, la URSS poseía bases militares en seis países del Mediterráneo y ahora sólo cuenta con una única base naval justamente en Siria, en la zona de Latakia. Perder a un aliado que brinda esta facilidad es ciertamente indeseable, sobre todo si se considera la competencia inherente a la ampliación de la influencia occidental en la región. La Rusia de Putin ansía recuperar su protagonismo de otros tiempos, y en ese sentido oponer resistencia a aquellos cambios que tienden a proporcionarle a Occidente mayor presencia aún en la zona forma parte de su agenda. Rusia no ignora que tal como se han venido desarrollando las cosas a partir del derrumbe de la URSS, y ahora, con la Primavera Árabe en curso, la Liga Árabe y Estados Unidos, con sus aliados europeos, se hallan en el mismo campo, situación percibida por Putin como un desafío ante el cual es necesario reforzar uno de los últimos bastiones que le quedan.
Hay, sin embargo, otro elemento fundamental que ayuda a entender las posturas de Rusia y China de cara al caso sirio. Ambos países, a pesar de diferencias importantes entre ellos, están regidos por gobiernos autoritarios que enfrentan con esa calidad los problemas emergentes de sus múltiples minorías nacionales y étnico-religiosas. Rusia ha llevado a cabo —y lo sigue haciendo aún ahora— una guerra sin cuartel contra el separatismo checheno, con una crueldad que rebasa con mucho lo que ocurre hoy en Siria. Recuérdese si no cómo Grozny, la capital de Chechenia ha sido arrasada una y otra vez sin misericordia con un saldo de decenas de miles de víctimas. En ese contexto, donde por añadidura proliferan las expresiones de rebeldía de las numerosas minorías islámicas que habitan en la región del Cáucaso, permitir que en el seno del Consejo de Seguridad se actúe contra la represión ejercida por Al-Assad significa abrir la puerta a que Rusia misma sea tasada con ese rasero.
Igual sucede con China. Su persistente represión violenta de las demandas autonómicas de tibetanos y uighures constituye un fuerte motivo para evitar a toda costa una legitimación a la injerencia de la comunidad internacional en esa clase de asuntos, a los que considera dentro del coto exclusivo de su política doméstica. El concepto de respeto a la soberanía de los Estados es esgrimido así por Rusia y China como factor central para justificar su defensa de la dictadura siria, con lo que la ONU, debido a su estructura y normatividad, se ve imposibilitada para ejercer acciones eficaces en pro de la defensa del pueblo sirio, hoy masacrado por su régimen. Cuando en la década de los 90 el desmoronamiento de Yugoslavia derivó en guerras con masacres atroces en Bosnia y Kosovo, se registró una parálisis similar en la ONU. La respuesta en aquel entonces fue que EU y la OTAN optaron por intervenir para detener las matanzas. ¿Ocurrirá algo similar en el caso sirio?
Fuente: Excelsior.com.mx
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