Las rosas y el mar

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art3624 1 Sandra estaba verdaderamente asombrada. Alejandro, le estaba relatando punto por punto, su vida. Con detalles, además, que solo ella conocía. Le recomendaron al hombre como un vidente y con grandes facultades espirituales. Acudió a él porque estaba desesperada, últimamente, todo lo que emprendía, se estancaba. Ella nunca creyó en videntes, ni brujos, pero por lo que estaba escuchando, empezó a creer en Alejandro.

– Has sufrido mucho innecesariamente; tienes un signo que te ha acarreado muchos problemas y contratiempos. A menudo, te sientes culpable; yo te digo: no tienes culpas. Te dedicaste a servir y ayudar a todos los que te rodean. No puedes cargar con las penas de otros. Se que no puedes evitar ofrecer tu ayuda, pero, suficiente; basta de sacrificios. No trates más de resolver vidas ajenas. Resuelve la tuya.

– Dime, Alejandro ¿qué me aconsejas? Estoy mal espiritualmente. A todos los que ayudé, les parezco una entrometida, sobre todo ahora, que ya tienen resueltos sus problemas. Es mi naturaleza dar, quizá exagero y no me doy cuenta de mis imposiciones. Tienes razón, mejor arreglar‚ mi vida. Pero tú dices que es mi signo el que me acarrea problemas. ¿Cómo arreglo eso?


Alejandro entrecerró los ojos, estuvo callado un buen rato, se diría que estaba recibiendo un mensaje. Ella se sorprendió, estaba esforzándose por oír sus pensamientos. Se rió internamente, pero en realidad, este hombre le inspiraba respeto. Tenía un aire muy místico, de santón, le pareció sincero y serio.

– Ya se qué puedes hacer. Recibí un mensaje; ¿dime no es verdad que te gusta mucho el mar?

– En efecto, no hay nada que me devuelva tanto mis energías como el mar, cuando estoy cerca de él me siento renacer.

– La virgen del mar te ayudará. Ve a algún puerto y llévale una ofrenda.

– ¿Ofrenda? Y ¿en qué consiste la ofrenda?

– Llevarás siete rosas rojas muy hermosas en tu mano derecha; con ellas harás la señal de la cruz y las depositarás en el mar. En la mano izquierda siete monedas, esas, las lanzarás al mar.

– Oye, yo no soy cristiana, soy judía. Tal vez la virgen del mar no me quiera atender si sabe que no creo en ella.

– Ni necesitas, de acuerdo con el mensaje, eres sus protegida, ella solo ve las almas buenas, no los credos, pídele lo que desees. Ella te lo concederá, además tendrás paz espiritual.

– Alejandro, creeré en ese milagro. Me agrada la idea, no pensaba que en estos tiempos todavía se hicieran estas ofrendas.

Unos días después, Sandra viajó a un puerto. Siempre que contemplaba el mar le embargaba una sensación de felicidad y bienestar. Se remontó a su niñez, no había nada que le gustara más que ir a pasar las vacaciones a la playa. Para ella, la playa era sinónimo de felicidad. Los días precedentes al viaje, no dormía de la emoción. Fue una maravilla decidir viajar, había olvidado incluso sus penas. Tal vez todo era efecto de un exceso de trabajo.

Miró las rosas; había conseguido las más bellas rosas rojas que pudo encontrar. Se burló un poco de sí misma, recordando las precauciones que tomó para que llegaran frescas y rozagantes a su destino. Tenía también las siete monedas. Estaba arrepintiéndose de ir a dejar la ofrenda. Se vería ridícula adentrándose en el mar con sus rosas y monedas. Pero por otra parte, la idea de realizar esa ceremonia, le atraía. Era mágica. Ya era tarde, pronto oscurecería lo más seguro era que no encontraría a nadie en la playa, esto le daría un carácter más íntimo a la ceremonia.

Se dirigió a la playa, con sus rosas y monedas. El sol se estaba poniendo, el atardecer era bellísimo, había una fina niebla; el oleaje estaba fuerte. No le temía al mar y era buena nadadora. Solamente había dos hombres en la playa, uno de ellos se acercó y le preguntó si se le había ahogado alguna persona querida allí. Movió la cabeza negativamente, el hombre le dijo que todas las personas que tenían algún ahogado, depositaban flores en el mar para el difuntito. Ella ignoraba eso. Estuvo contemplando el mar un largo rato y al fin se decidió a entrar. Hizo apresuradamente la señal de la cruz con las rosas y las depositó‚ en el mar, con la mano izquierda, echó las monedas.

Estuvo un rato en el mar, complacida de haber realizado la ceremonia; ya casi había anochecido, regresaría al hotel. Al salir, vio las rosas en la playa, el mar las había devuelto. Se sintió desconcertada:

¿Sería que la virgen había rechazado su ofrenda? ¡Que tontería! el mar siempre devuelve todo. Se puso a reunir las rosas, de nuevo se metió, el oleaje estaba más fuerte. El mar nuevamente, arrojó las rosas a la playa. Se empecinó y lanzó las rosas una y otra y otra vez. Era imposible que las rosas permanecieran en el mar. Necesitaría tomar una lancha y dejarlas mar adentro. Estaba francamente frustrada. ¡Era inútil! ¡Qué desesperación! Se quedó‚ en la orilla pensando qué hacer.

De pronto, vio una figurilla que se acercaba lentamente; era una viejecita encorvada. Iba inclinada y recogía las rosas una a una. Increíblemente no se habían deshojado y se conservaban hermosas e intactas. Se acercó a la mujer con deseos de pedirle las flores y repetir la faena de dejarlas en el mar. Tal vez la viejecita adivinó su propósito, pues le miró a los ojos y le dijo:

– Señorita, estas rosas se verán muy lindas en mi altar.

– ¿En qué altar? quiso saber Sandra.

– En mi altar a la virgencita del mar.

Así como llegó, la viejecita se alejó con sus rosas, Sandra estuvo mirándola hasta que se perdió en la distancia, tenía los ojos llenos de lágrimas ¡la ofrenda había sido aceptada!

Acerca de Sara Hazán

Sara Hazán es una pintora, grabadora y escritora mexicana. Nació en Milan, Italia, Desde muy temprana edad, ha vivido en la ciudad de México, en donde ha estado casi toda su vida. También vivió en otros paises algunos años.Su pintura es figurativa, costumbrista y de brillante colorido.Tiene también aficiones de escritora, publicó un libro de cuentos que contiene algunas experiencias que ha presenciado o vivido a lo largo de su vida. Tiene varias obras en colecciones privadas, en Colombia, Costa Rica, EE.UU., Inglaterra e Israel.

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