-La propaganda política aspira a crear imágenes reconocibles por el pueblo, imágenes que preparen el ánimo para emprender cualquier acto deseado y que predispongan la voluntad para recibir órdenes fáciles de ejecutar. Los signos, como las palabras, si mucho se repiten se amonedan; y toda moneda tiene dos caras y puede cruzar los aires del azar. La misión del propagandista es, entonces, eliminar toda ambigüedad de los mensajes que urde y determinar si los efectos que provocan son los requeridos y necesarios. Una imagen, es decir, una metáfora o unión de figuras acaso geométricas, es un fenómeno momentáneo. Bien decía el argentino Borges que los poetas trascendentales, saturados de “pathos”, tejen obras de arte que envejecen rápidamente, que pierden con velocidad su significación.
¿Por qué pasa esto? Porque las imágenes, para durar, deben evitar las sombras, el malentendido que todo período histórico causa. Los teólogos comentan que toda revelación, sea auditiva, sea visual, es más fácil para los místicos que para los teólogos, más para quien poco razona que para el frío calculador de posibilidades. La propaganda política, la moral estatal hecha palabra e imagen, quiere que sus ideologías sean imágenes y que las imágenes, por razones claras, parezcan verdades absolutas.
¿Cómo nace una imagen? Citemos al erudito Ezra Pound, que en un ensayo de 1918 rotulado `A Retrospect´ nos dice: “Una `Imagen´ es aquello que presenta un mundo complejo intelectual y emocional en un instante de tiempo”. ¿Complejo? Sí, pues toda imagen que pretenda ser “mundo”, sitio apetecible para vivir, deberá ser compleja, tanto como la existencia real. Lo simplísimo siempre será increíble. ¿Intelectual? Sí, esto es, hecho de silogismos, de múltiples silogismos. ¿Emocional? Sí, fraguado con tristezas, alegrías y deseos. Una masa saturada de formas geométricas que con sus movimientos y siluetas denotan el mal, el bien y la incertidumbre, es una “imagen”.
Los teólogos han hablado de “umbra”, de “imago” y de “veritas”, de un proceso que va de la oscuridad a la visión y de ésta a la creencia. Lo primero que hay que hacer para construir una “imagen” es recoger representaciones, no imágenes, reconocibles por la mayor parte de la población; luego hay que miniar dichas representaciones con “singularidades” del momento, y por último hay que hacer que las representaciones “hablen”. ¿Qué habremos hecho al finalizar? Trocar un esquema, digamos humano, en un rostro que habla.
Dámaso Alonso, como viejo poeta, sabía de ardides metafóricos humanizantes, y escribió los anexos versos: “Gota pequeña, mi dolor,/ la tiré al mar./ Al hondo mar./ Luego me dije: `¡A tu sabor/ ya puedes navegar!´./ Mas me perdió la poca fe…/ la poca fe/ de mi cantar./ Entre onda y cielo naufragué./ Y era un dolor inmenso el mar”. Don Dámaso, primero, habla de una gota que ostenta la calidad de “pequeña”. Si todas las gotas son pequeñas, ¿para qué calificarla de “pequeña”? Para evocar la imagen de la lágrima salada. ¿Por qué no habla desde el inicio de una “lágrima”? Porque quiere que la noción del agua, de “pureza”, no se pierda entre dolores. Todo dolorido busca disimular su pesar, su pena, y para hacerlo cambia los nombres, haciendo del “dolor” un “aprendizaje” o del “desengaño” un “destino” humano. Don Dámaso echa mano de un sistema mayor, el “mar”, para transmitir los rasgos de un sistema menor, la “gota”.
Umberto Eco, en su conocido `Tratado´, argumenta: “Cuando un código asocia los elementos de un sistema transmisor con los elementos de un sistema transmitido, el primero se convierte en la EXPRESIÓN del segundo, el cual, a su vez, se convierte en el CONTENIDO del primero”. Don Dámaso, para que su contenido acuoso tuviese expresión, le dio el don “singular” de “navegar”; don Dámaso, así, nos obliga a imaginar un barco que, entre la “altura de los cielos” y la “anchura de la tierra”, como dice el Salterio, arrostra mareas, un barco que merced a las palabras “gota” y “sabor” signa multitud de seres humanos que quieren hablar y que sólo encuentran expresión en las “imágenes” hechas de palabras. Todos, al llorar, somos gotas ondeando en el azar.
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