Desde hace tiempo el presidente López Obrador insiste en sus mañaneras y en declaraciones a los medios que su proyecto y su gobierno son víctimas de conspiraciones. Ese mismo discurso utilizó en sus largos años en que aspiró a convertirse en presidente de México. Si no era el innombrable, era el Instituto Electoral que le arrebató el triunfo, así como ahora son los neoliberales, los conservadores, la derecha, los fifís, los periodistas receptores de chayote, los intelectuales vendidos al mejor postor, las organizaciones de la sociedad civil y los científicos al servicio de los intereses de los ricos, quienes para él, están en constante confabulación para abusar del pueblo y tratar de desbarrancar su proyecto redentor.
Esta constante búsqueda de chivos expiatorios no es exclusiva de él. Es bastante común en los gobernantes populistas recurrir a explicaciones simples de la realidad, sin contemplar matices que puedan dar cuenta de la complejidad inherente a muchos de los fenómenos con los que se enfrentan.
Por ejemplo, esta última semana, en otras latitudes, hubo dos muestras de mandatarios populistas e indudablemente iliberales, que argumentaron ser víctimas de conspiraciones malévolas destinadas a dañarlos y a desestabilizar a sus naciones. Uno de ellos fue el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, y el otro, el primer ministro húngaro Viktor Orban. Dos políticos que, por cierto, se han distinguido por sus pulsiones francamente autoritarias y antidemocráticas.
Erdogan está preocupado por el vertiginoso descenso de su popularidad debido a diversos factores, entre ellos el deterioro de la economía turca marcada por una importante inflación, devaluación de su moneda en 23% este año, y una disminución de las inversiones extranjeras debida a la desconfianza derivada de transacciones ilícitas detectadas en operaciones de la banca turca.
En ese contexto, la Corte Europea para los Derechos Humanos y el Consejo de Europa han exigido a Erdogan la liberación del filántropo y defensor de causas liberales y progresistas turco Osman Kabala, quien está en prisión acusado de organizar las protestas en el parque Gezi en 2013, y de haber participado en el fallido golpe de Estado de 2016.
Hace una semana, también, las representaciones diplomáticas en Turquía de EU, Francia, Canadá, Finlandia, Dinamarca, Alemania, Holanda, Nueva Zelanda, Noruega y Suecia llamaron al gobierno turco a liberar a Kabala, por lo que Erdogan declaró persona non grata a los diez embajadores de los citados países. En su airada declaración condenatoria a ellos y a las instancias europeas que comparten esa demanda, recurrió al chivo expiatorio predilecto de diversos populistas de derecha. Se trata del filántropo norteamericano nacido en Hungría, George Soros, de 91 años de edad, a quien el mandatario turco describió como “el infame judío húngaro” responsable de una campaña para subvertir la estabilidad del país y de manejar a Kabala como uno de sus títeres con ese objetivo.
El mismo día que Erdogan despotricaba contra sus enemigos, en Hungría ocurría algo parecido. El primer ministro Viktor Orban, connotado xenófobo y racista, quien ha concentrado el poder en su país anulando a los otros poderes y ejerciendo políticas contrarias a las establecidas por la Unión Europea de la que Hungría forma parte, lanzó sus diatribas contra quienes pretenden ser una alternativa de oposición en las próximas elecciones que se celebrarán en el país. Acusó a éstos de ser manejados maquiavélicamente por “el judío George Soros” a quien ya por costumbre cita como la fuente de todos los males que aquejan a Hungría.
Soros creó la Fundación Open Society y la Universidad Centroeuropea, además de otras muchas iniciativas para reducir la pobreza, promover valores de tolerancia, libertad de expresión, respeto a los derechos de las minorías y a la diversidad. Desde hace tiempo ha pasado a ser la piñata predilecta de varios de los políticos más vociferantes de la ultraderecha. Aquí nuestro presidente, como copartícipe de sus colegas populistas al otro lado del océano en el juego de elaborar artimañas para polarizar y deshacerse de la responsabilidad por sus pifias, tiene también varias piñatas a las que recurrir, todas ellas locales, pero siempre a la mano cada mañana para elegir cuál le servirá en ese particular momento como blanco de acusaciones de conspiración o como justificación del desastre al que ha empujado a nuestro país.
Carta de respuesta a la columna: “Las teorías del complot”
Aunque respeto completamente la libertad de expresión de los periodistas, no puedo dejar sin comentario la columna del 30 de octubre de la Sra. Esther Shabot, publicada en el diario Excelsior, porque la misma contiene graves afirmaciones y acusaciones falsas sobre mi país y el gobierno húngaro que carecen de fundamento. Ciñéndome estrictamente a lo relativo a Hungría y a su Primer Ministro, Viktor Orbán, democráticamente elegido en varias elecciones libres, justas y transparentes, tengo que condenar enérgicamente que se le tilde a una persona de “connotada xenófoba y racista” cuyo gobierno puso en marcha un programa de becas de enseñanza superior que cada año otorga aproximadamente 2,6 mil millones de pesos (casi 40 mil millones de florines húngaros) para que muchos miles de estudiantes extranjeros estudien en Hungría. Me pregunto ¿cómo es posible que en un país, cuyo jefe de gobierno -según usted- es xenófobo y racista, 50 mil personas, de más de 70 países de distinta religión, cultura y nacionalidad, quieran cursar sus estudios? También me pregunto ¿cómo puede ser xenófobo este político si su gobierno, en 2020, dedicó un histórico monto de 8,3 mil millones de pesos (416 millones de dólares americanos) a la cooperación internacional, proporcionando algún tipo de ayuda o apoyo a 110 países? ¿Cómo puede ser que vivan 13 minorías (etnias) -cuyos derechos (formar autonomía cultural, derechos lingüísticos, representación parlamentaria, etc.) están garantizados por la ley- en un país liderado por un político que es -en su opinión- racista?
Por otra parte, usted alude en su columna que Viktor Orbán ha dicho “el judío George Soros”. Al respecto, le invito estudiar más rigurosamente las palabras y discursos del Primer Ministro húngaro puesto que él nunca se ha referido al Sr. Soros mencionando su religión. El hecho de que el Primer Ministro húngaro no esté de acuerdo con las visiones y medidas del Sr. Soros no significa, de ninguna manera, de que tenga problema alguno con la religión/origen de la misma persona. Por cierto, me cuesta entender ¿cómo podría ser antisemita el Jefe de Gobierno si uno de los principales aliados de Hungría es justamente Israel?
A mi juicio, el periodismo es una labor seria y responsable. El apego a los hechos y el riguroso estudio y evaluación de los sucesos son esenciales.
Zoltán Németh
Embajador de Hungría en México