Las vacaciones son un espacio diferente a nuestra cotidianeidad y tiene un efecto en nuestro corazón, dura poco tiempo y nos hace anhelar que dure todo el tiempo. La verdad es que si durara todo el tiempo ya no sería igual de placentero.
Sentimos tristeza cuando termina pero lo importante es disfrutar el momento y calentar el corazón con aquella energía que hemos obtenido. Hay que notar que aún en las vacaciones surgen tensiones y fricciones con aquellos que nos acompañan. Cada quien tiene sus propias ideas y cuesta trabajo ponerlas de lado y aceptar las sugerencias del otro; conforme la gente madura es más fácil llegar a acuerdos.
Cuando viajamos en familia o en grupos nuestra tolerancia tiene que ser alimentada ya que cada uno de las personas tiene sus propias ideas acerca de que hacer y como hacerlo. ¿Cómo aprovechar y disfrutar con todos y a todos? Una de las primeras recetas podría ser la de romper con la hipersensibilidad y dejar pasar aquello que sentimos como ofensivo; no darle fuerza e intensidad a ciertos roces que surgen en el camino. Nuestro enojo y frustración puede retroalimentarse con facilidad en este tipo de convivencia.
Podemos tener sentimientos y emociones que nos lastiman profundamente y que tienen más que ver con nosotros mismos que con lo que el otro hizo o dejó de hacer. Es importante dejar de usar la lupa y en su lugar tener un espejito para mirarnos; dejar de mirar (criticar) al otro.
Sucede con frecuencia que el “ofendido” checa o reclama al otro, y este confiesa que su intención no fue como la recibió el primero. Vemos en panorámica que no todo lo que siente es resultado de lo que nos hacen o dejan de hacer. Incluso hay momentos en los que un gesto o una palabra del otro no tienen el mismo efecto. Observamos la complejidad en las relaciones y en los sentimientos humanos.
Dadas las diferencias entre las personas, el establecer acuerdos implica un gran ejercicio de convivencia que no siempre se logra y pueden surgir conflictos fuertes entre los actores en cuestión que complican el disfrute anhelado.
Así, vemos que siempre en cualquier situación tenemos los dos lados de la moneda: lo agradable y placentero se combina con situaciones que producen un leve sabor agrio en el corazón.
Aprender a disfrutar con lo que sucede, una vista, el mar, una comida, la convivencia con los hijos y nietos y los pleitos que surgen entre ellos. Nos toca ver a la pequeñita que ya sabe nadar y un rato después tenemos que presenciar el berrinche porque no quiere salir del agua cuando se ha decidido que ya es el tiempo. Nos gusta verlos jugar y nos aburren los berrinches que hacen cuando quieren imponer su voluntad.
La vida es un proceso y es importante aprender a agradecer por lo bueno que la vida nos está brindando en esos momentos. El aprendizaje implica darnos cuenta que el placer y la incomodidad en cualquier actividad humana son parte de la misma moneda.
Graciela tiene una gran capacidad de disfrute y buena disposición para estar plenamente en sus momentos alegres; nos dice: he aprendido que muchas veces la gente no está a gusto, porque tiene la mente ocupada con algún otro asunto y no ve lo que tiene en la mano sino que se retroalimenta con su propia fantasía de lo que debería tener. Esta es la mejor forma de siempre ver lo que falta sin disfrutar lo que se tiene. El medio vaso vacío y no el lleno.
Así que cuando estamos de vacaciones también podemos aprender que el estar depende de nosotros y no solamente del exterior. El sol, el agua, los paseos, los mercados y museos que visitamos se pueden pintar con el pincel que tenemos a la mano. Incluso cuando hay un mal momento puede ser vivido como una tragedia o con serenidad. El cansancio, la sed, el hambre, el calor, el frío, pueden enturbiar los momentos agradables tanto en los adultos como en los niños.
Recuerdo que estando en el campo se soltó un gran aguacero; los niños corrían con alegría a mojarse y algunos adultos veían que la diversión había sido interrumpida. Al poco rato las nubes se movieron pero el mal humor en algunos se quedó estancado. Cuando tenemos la capacidad de incomodarnos cualquier pretexto llega. Hay quienes tienen como meta inconsciente el sufrir cuando el disfrute es intenso. Todas las emociones, negativas y positivas se tocan entre sí.
Nuestras obsesiones son personales y casi todos tenemos la necesidad de imponer nuestra voluntad. Nada es perfecto ni total, el estar acompañado tiene un premio y un precio por pagar. Lo mismo sucede con la soledad, donde no tenemos que depender de los otros pero tampoco tenemos con quien compartir nuestras alegrías ni recibir ideas que no se nos ocurren.
Se tiene la falsa idea que lo bonito es sólo bonito maduramos un poco al aceptar que no existe ningún momento de alegría que no se pueda salpicar con su contrario. Aprendamos a disfrutar los espacios que la vida nos brinda y permitamos que nos invada la alegría por estar vivos; brincar lo que no nos gusta y zambullirnos en lo que nos produce bienestar.
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