En este espacio se ha dado cuenta en entregas pasadas del monumental deterioro de Líbano en estos últimos años. Incluso se puede hablar de que se trata ya de un Estado fallido en tanto las instituciones fundamentales han dejado de funcionar y la fragmentación étnica, política y religiosa —presente en el país desde siempre— se ha agudizado a niveles tales que hay quien presagia el estallido de una nueva guerra civil como la que se desarrolló entre 1976 y 1980 y que dejó a Líbano en ruinas.
A pesar de que desde hace poco más de un mes ya se logró integrar un nuevo gobierno en el país después de un año de infructuosos esfuerzos por conseguirlo, las cosas no parecen mejorar. La semana pasada hubo un incidente en pleno Beirut en el que milicias cristianas abrieron fuego contra una manifestación de fuerzas chiitas del Hezbolá y del grupo Amal. Ambas demandaban que se pusiera fin a la investigación acerca del estallido hace poco más de un año de toneladas de nitrato de amonio almacenadas sin ninguna precaución, estallido que dejó a Beirut devastado y con cerca de 215 personas fallecidas.
Y es que los hallazgos del Poder Judicial parecen apuntar a que la responsabilidad por el negligente manejo del citado material explosivo reside en Hezbolá y en hombres de negocios cercanos a esa organización, la cual no sólo constituye un partido político, sino que posee su propia milicia mucho más poderosa que el propio ejército nacional libanés.
Tras la reciente refriega entre las milicias cristianas y los chiitas de Hezbolá y Amal, la sombra de una nueva guerra civil se extendió. Sin embargo, expertos en asuntos libaneses, como Shimon Shapira, quien ha estudiado a fondo el triángulo Hezbolá-Irán-Líbano, consideran que una contienda civil abierta es improbable por ahora.
Pero lo que sí es evidente es la creciente hegemonía en el país de parte de Hezbolá y su padrino Irán, cuyo control de los puertos e influencia en las filas del ejército y en el mismo parlamento, son cada vez más visibles. Su táctica parece encaminada a continuar expandiendo su dominio poco a poco, por lo que tienen la determinación de neutralizar cualquier obstáculo que se les presente. De ahí su necesidad de obstruir las pesquisas judiciales para dar con los responsables de la explosión, repitiendo las maniobras realizadas durante años para oscurecer todo lo relacionado con el asesinato del expremier Rafik Hariri, ultimado en un atentado terrorista en 2005. A lo largo de todos los años transcurridos desde entonces, las mayores sospechas acerca de los responsables del homicidio recayeron sobre Hezbolá, y sin embargo, nunca se llegó a conclusión alguna que pudiera hacer justicia en ese célebre caso.
Poco a poco el Hezbolá, cuyo arsenal de cohetes se calcula en decenas de miles de misiles de mediano y largo alcance, y cuyo principal objetivo bélico es Israel, ha conseguido dividir al bando cristiano de Líbano asociándose con la fracción encabezada por Michel Aoun, actual presidente del país. Para ello se ha presentado como defensor de los cristianos ante posibles amenazas de agrupaciones fundamentalistas sunitas, como el Estado Islámico o ISIS.
El problema es que la preeminencia de Hezbolá en la vida nacional no ofrece posibilidades de resolver la profunda crisis en la que se encuentra Líbano. Siendo una organización que a nivel internacional está calificada como terrorista y por tanto carente de confiabilidad alguna para ser interlocutor de actores externos que podrían coadyuvar a resolver las penurias del pueblo libanés, su protagonismo en el escenario local es una monumental desventaja.
Así, mientras más poder acapare Hezbolá, menos será posible sacar al país de esa opresiva realidad consistente en que la mitad de la población vive por debajo de la línea de la pobreza, con escasez de agua, alimentos, medicinas, electricidad y gasolina, una galopante, inflación y una moneda que desde octubre de 2019 ha sufrido una devaluación de 90 por ciento. Si a eso se le agrega el altísimo grado de corrupción que permea a todos los estratos de la sociedad libanesa, no es posible, desgraciadamente, albergar esperanzas de que la pesadilla en la que hoy viven los libaneses, desaparezca pronto.
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