Libro: “Las luchas de Okon e Ismail”, de Luis Popper Lauferman

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La editorial española Camelot, cuyo sello Camelot América pretende colocar un semillero de autores en el panorama de este continente, tiene ya en su acervo a escritores interesantes del panorama de las letras nacionales como Brenda Ríos, Víctor Sampayo, Eve Gil y Ulises Paniagua. Entre los títulos que ha sumado este año, y que en breve llegará a librerías, se encuentra la novela Las luchas de Okon e Ismail, de Luis Popper Lauferman (México, 1952).

¿Cómo es posible enfermar cuando se pretende curar a otras personas? ¿Qué puede revelarnos el fanatismo, la fe exacerbada, de las honduras de nuestra propia condición?

El escenario que Popper Lauferman elige para su narración es Biafra, el nombre que asumió durante tres años una región del sur de Nigeria tras erigirse como república independiente del país. La recuperación del territorio repercutió en un millón de muertos. Un país  efímero, con bandera que aludía a sol naciente, y su propio himno que empleaba la melodía épica Finlandia, de Sibelius. La lectura de esta novela me remitió a varios temas, entre ellos, la idea de peso y levedad: y eso que Milan Kundera afirma en La insoportable  levedad del ser: ¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno? Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable.


Es justo un bloque de algo irreparable el que se deja ver en la narración del joven Okon, cristiano y seguidor de las tradiciones de su país, quien estudia una maestría en Madrid, y es nada más y menos que el nieto de uno de los héroes caídos de la perdida Biafra. Okon suma su aliento al de otros que pretenden, vía el fuego, la luz del terror, la reivindicación y recuperación de esa patria que ya no es. Estas palabras sellan su destino: “No lo olvides: «Tú eres el elegido». Precisas fortaleza. Vas a tener que luchar, no solo contra el enemigo visible, hay otros ocultos entre los nuestros. Ellos son más peligrosos […]”

En paralelo, el joven Ismail, musulmán de ideas muy semejantes a las de Okon, se lanza al planteamiento de una logística secreta en el Consejo de Boko Haram donde su líder mostrará, en pleno territorio nigeriano, de qué está hecha el alma del Corán, y la vindicación de ideas radicales en cuyo seno, amén de pretender la instauración del Estado Islámico, hay una concepción distorsionada de la justicia. Que un sector radical del islamismo comparta ese sentimiento, aumenta su actitud fanática y el peligro de sus acciones.

Uno lee esta novela de un tirón, conducido por el sendero que el autor nos traza, pero, ante todo, por la intriga de una pregunta inevitable: ¿cómo, cuándo, dónde será el encuentro de estos dos jóvenes cuya lucha, en el fondo, pretende ser la misma? El giro de tuerca que da Popper Lauferman deberá ser descubierto por el lector, a quien encomiendo ir por el libro.

La prosa de Popper Lauferman es directa, dura, y su artífice no vacila en entrar directo a los sucesos dramáticos, conducirnos por la vida, la mente de su par de protagonistas, entre explosiones, fuego, intriga, traición o búsqueda del honor, todo esto reunido en un poco más de cien páginas y un capitulado que nos da pistas de la arquitectura de la novela e incluso de su solución. Entre las líneas hay amargura, esperanza, sospecha y paranoia. En toda literatura es posible notar el absurdo en el periplo de ciertas historias, nunca así en el modo de narrarlas, como es el caso de Las luchas de Okon e Ismail. ¿Quién tiene el cometido de contar la Historia: los vencedores o los vencidos? Hace poco menos de un año, me planteé la misma pregunta ante un amigo escritor, catalán de mentalidad independentista (no es casual que quiera relacionar Biafra, ídem Las luchas de Okon e Ismail, con Cataluña y los sucesos recientes en España). Yo mismo me respondí ante él: no importa quién se haga cargo de la historia, o Historia, si vencedores o vencidos: lo trascendente para la eternidad es quién la cuenta mejor. Mi amigo se levantó de la mesa a darme un abrazo por lo que había pronunciado. En esta novela inquietante, con atinados rasgos de escrito moral, y cuya premisa alude a Amós Oz, hay dos quienes cuentan la historia, o mejor dicho, dos manera de narrar la misma historia de seres dispuestos a internarse en el resplandor del fuego. En esencia, y como lo dice el mismo Popper Lauferman: “Lo que queda por contar es si adentro del cerco, atrapado e inamovible, queda el pasado y afuera está el ancho porvenir. O el interior del círculo es un agujero en el que el futuro cae y se diluye como las cosas que no valieron la pena.”

Advierto a los lectores de esta obra que hallarán magníficos pasajes, pero el triunfo de la novela será, más allá del deleite o el apego a los personajes, el de la voz cruda que no quedará resonando con un recordatorio de que, en el fondo, somos y seguiremos siendo un enigma, contradicción pura, antes de convertirnos en un puñado de ceniza.

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