Literatura, fuente de nuevas políticas

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La especialización científica, la fragmentación de la visión, fomenta el individualismo. Las tres potencias del ser humano son la memoria, la voluntad y el entendimiento. Cuando la especialización se extiende sobre tales potencias resulta una memoria corta, un entendimiento achicado y una voluntad pobre. Mísero quien sólo imagina moléculas, ambiciona tuercas y entiende mecánicas.

El estudio de la filosofía, en cambio, expande todo panorama. La especialización enfatiza, sobre todo, la indiferencia. La indiferencia, vista con ojos políticos, tiene visos de tolerancia, cuando es realmente desinterés. No nos interesa la vida del vecino, del compañero de trabajo ni del familiar que vive en el extranjero porque desconocemos cómo estamos relacionados con ellos. El ingeniero tiene en poco al médico y éste al economista porque ambos desconocen cómo sus actividades se influyen, determinan y dirigen.

Están de moda las banderías, las sectas, agrupaciones indignas de la vida adulta. ¿Por qué? Porque los bandos representan nuestra voluntad, muy favorecida por el individualismo. La voluntad es instinto, egoísta deseo de vivir, decía Schopenhauer, mientras que la representación es lo que imaginamos que es vivir. Habrá sectas y bandos, partidismos y favoritismos, mientras el médico no pueda imaginar como lo hace el economista y mientras los filósofos no puedan imaginar como el pueblo.


Martha Nussbaum, en su libro Justicia poética, propone que enriquezcamos nuestra imaginación leyendo diferentes clases de literatura, desde poesía hasta historia. La literatura, nos dice, tonsura nuestra bestialidad, nuestra voluntad, que siempre es localista. La literatura forma, agudiza o perfecciona eso a lo que Nussbaum llama “imaginación literaria”, que es muy diferente a la “imaginación cultural”.

La “imaginación literaria” es un producto hecho por la reflexión, de manera consciente, en tanto que la “imaginación cultural” es uno hecho por la vida cotidiana, por el quehacer inconciente de las hordas que van y vienen en la ciudad. Sostenemos que la literatura, sea cual sea su género, por ser producto hecho con la razón es un tesoro de representaciones útiles para cualquiera que quiera ampliar su visión. La lectura más fructífera, así, es la de los antiguos, hombres muy lejanos que nos muestran vidas totalmente diferentes a las nuestras, vidas regidas por otros mitos, dioses y espíritus.

Los artistas, sobremanera sensibles, ven en la materia a la “madre de todas las cosas”, o “mater rerum” en latín, y por tal la sintetizan, ordenan, armonizan y ofrecen en sus obras de arte. Digamos en kantiano lenguaje que el arte renueva los “axiomas de la intuición”. ¿Qué es intuir? Pongamos un ejemplo: es lo que hacemos cuando esquivamos un puñetazo.

Intuir, usando la sapiencia de Santa Teresa, es recibir mercedes, saber que las recibimos, comprenderlas y poder decirlas. Unos versos de Yehuda Amichai, que por ser poeta intuía no sólo lo presente, sino también lo pasado y lo futuro, lo otro y lo propio, ejemplifican nuestras aseveraciones (Los judíos): “Los judíos son como fotografías expuestas en una vidriera,/ todos juntos de diferente estatura, vivos y muertos,/ novios y novias, púberes en edad de Bar Mitzvá y niñitos de pecho.”

La especialización diezma la intuición, pues acostumbra a nuestras potencias a los mismos estímulos, a tal punto de entumecerlas. Un hermoso ejemplo de lo dicho se encuentra en el famoso discurso de la pastora Marcela, supuesta asesina de Grisóstomo. Los hombres del tiempo de Marcela no podían ver la individualidad de las mujeres porque estaban saturados de discursos que decían qué sí y qué no era una mujer. La mujer, afirmaba la “sabiduría” añeja, debía acatar los dictámenes de su marido, al que le elegían. Podía la mujer leer novelas, mas no tener vida novelística.

¿Cómo se rebeló Marcela contra tal imposición? Criticando los conceptos de amor que en boga estaban, lugares donde enraízan las costumbres. Y al criticar los conceptos de moda destruyó lógicas, esquemas, razones, es decir, intuiciones, y además renovó memorias, voluntades y entendimientos. Oigámosla (Quijote, I, XIV): “Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito”.

Marcela, para no encantar las memorias de sus enamorados no prometía, y para no azuzar voluntades rechazaba, y para evitar el malentendido no engañaba, actos todos que no podían ser intuidos por sus admiradores, que poseían una sensibilidad inepta para comprender la nueva personalidad de Marcela, que por lábaro esgrimía a la libertad, concepto que parecía novelístico y revolucionario, pues la novela, como dice Nussbaum, fue y es “una forma moralmente controvertida que expresa, con su forma y estilo, en sus modalidades de interacción con los lectores, un sentido normativo de la vida”.

La literatura nos obliga a hacernos dos preguntas de gran importancia, y son: ¿veo objetos entre la gente o gente entre los objetos?, ¿oigo palabras nacidas de situaciones o veo situaciones construidas con palabras? La literatura, por proponernos nuevos modos de vida o “axiomas de la intuición”, transforma nuestra percepción o sistema de analogías y muchas veces nos hace descubrir que hemos convertido a las personas en medios, a las cosas en fines, a toda situación en una discursividad trillada y al lenguaje en colección de lugares comunes.

Es necesario que leamos poemas, novelas, biografías o libros de historia no con ojos airados, altaneros, esto es, de especialista censor, sino en paz, en silencio, sin deseos que superen los afanes del pastor, que sólo quiere “la soledad de los campos”.

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

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