En el ámbito de la explicación del mundo y de los fenómenos naturales, sociales o psíquicos, la racionalidad moderna exige que todos los enunciados explicativos respondan a los criterios precisos del pensamiento científico. Esto no quiere decir que la ciencia pueda explicar todo lo que parece irracional o ilógico. Con frecuencia observamos que para darle peso a cualquier consejo o sugerencia, de algún alimento, medicamento, receta de uso popular, se dice “eso es científico” porque lo leí en…y menciona algunas fuentes informativas. Esto corrobora la fuerza que puede tener el concepto científico.
La secularización de las sociedades modernas combina de manera compleja, la pérdida del dominio de los grandes sistemas religiosos sobre una sociedad que reivindica su plena capacidad de orientar por sí misma su destino; esto ha favorecido el sentimiento de autonomía. ¿qué tan real es?
Un rasgo fundamental de la modernidad, afirma que el hombre es legislador de su propia vida, y que con la ayuda de otros, dentro del grupo ciudadano al cual pertenece, puede determinar el cumplimiento de sus deseos dentro del mundo que lo rodea. Todos nos hemos topado con esas discusiones con fanáticos atrapados en el convencimiento de la supremacía de la razón humana sin querer admitir el azar y lo imprevisible que redunda en la falta de poder que el ser humano tiene para realizar todo lo que se propone.
En alguna estadística leí que de lo planeado, un 10% o 15% depende de nosotros y lo demás de una multiplicidad de factores que pueden ayudar o estorbar en su realización. Solamente podemos reflexionar acerca de lo que hemos planeado a lo largo de nuestra vida y comprobamos que no somos tan autónomos como lo pensamos, ni tan dueños de nuestro destino. Hay que hacer planes para que se deshagan y podamos hacer otros que si se puedan llevar a cabo y nos abren nuestras esperanzas nuevamente.
Caminando por la calle, voy escuchando el radio y me sorprende que la voz del locutor que estaba escuchando desaparece para dar lugar a otra que anuncia; alerta sísmica, alerta sísmica, alerta sísmica, en forma repetida. Mi primera reacción es de sorpresa, mezclada con temor al no saber que está pasando y me pregunto sorprendida: sigo caminando o me regreso, hacia donde, porqué y para qué, en forma automática checo si no hay edificios altos por donde me encuentro, y todo esto sucede en unos cuantos segundos hasta que en las estaciones del radio anuncian que está temblando.
En ese momento la voz de alarma interna se intensifica. Un escalofrío de inquietud me recorre y todo lo que tengo registrado en mi mente en relación a los temblores surge intempestivamente. Con el paso de los años se almacenan en la cabeza patrones de situaciones pasadas, y los elementos de los que están hechos dichos patrones se unen espontáneamente para formar nuevos patrones.
El mantenimiento de hábitos y rutinas es un baluarte contra la amenaza de angustia, pero al mismo tiempo es un fenómeno cargado de tensión que al final estructura y relaja. Se convierte en monotonía. Pero no siempre podemos regirnos por los usos y costumbres establecidos en nuestra cultura social y familiar.
Desde los primeros días de la vida, el hábito y la rutina tienen un cometido fundamental en el establecimiento de relaciones entre padres e hijos y entre el individuo y el mundo en el que nace. Entre la rutina, reproducción de convenciones coordinadas, y los sentimientos de seguridad ontológica en las posteriores actividades del individuo se establecen vínculos nucleares, y aspectos “menores” de las rutinas diarias se cargan de significado emocional. Una llamada, una caricia, una plática en el café y más.
Sin embargo, las rutinas diarias expresan ambivalencias profundas presentes en cualquier compromiso con la disciplina. Las actividades rutinarias no se ejecutan de manera automática, sino que implican una responsabilidad.
La vida es una rutina que muchas veces nos aburre, pero cuando sucede algo imprevisible nos confronta seriamente y anhelamos aquellas rutinas “aburridas”. Cuando lo esperado no se puede llevar a cabo, surge una sensación incómoda. Hay personas más soberbias que otras y su frustración les produce mayor enojo. Hay que aceptar, que el azar es impredecible y producece angustia; una mínima salud mental implica tener ese poder de adaptación y aceptación a lo que la vida presenta.
Cuando hablo de lo imprevisible, me refiero también a aquellos fenómenos naturales que causan destrozos y pérdidas irremediables tanto de personas como de otras pertenencias. Todo esto es parte del imaginario personal y social y cobra importancia cuando sucede: un temblor, una lluvia demasiado fuerte, un maremoto, un accidente, una enfermedad inesperada, un divorcio, una muerte. Pensemos que llegamos a casa y no la encontramos, o que está inundada, o que tenemos una fiesta y nos avisan de un pariente que falleció; situaciones imprevisibles que dan otra dirección a los eventos planeados con mucho esmero.
A pesar de que tenemos rutinas, la incertidumbre, el azar, lo no planeado sucede. Queremos tener un camino seguro y nos espanta la irregularidad de la vida. Desde siempre, los humanos han tratado o deseado, encontrar una fórmula que resuelva el choque frontal entre las certidumbres y lo incierto. Sólo ha surgido la confusión. Hay que aceptar que madurar duele y que tenemos que aceptar lo que surge en cada momento de nuestra vida y que escapa de lo planeado. En ciertos casos, eso diferente puede ser una puerta que se abre y nos muestra algo más interesante que lo que había en la película anterior.
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