La experiencia, los años, los desengaños, la vida, enseñan al escritor qué es la armonía. Armonía es coherencia. Si falta la coherencia, si el ambiente no armoniza con las personas ni éstas con las ideas que imperan en lo político, deviene la corrupción, la disgregación.
Me parece que las muchas lecturas de libros de filosofía griega me han hecho bastante panteísta, creer que todos los libros han sido redactados por un mismo autor. La desarmonía separa, rompe, diluye. Ignoro si podemos ser judíos y leer, como se recomienda en las esferas literarias, el “Quijote” constante y apasionadamente sin destruirnos.
Américo Castro, que tuvo amplia erudición cervantina, humanista, comenta que el “Quijote” pudo nacer y estamparse gracias al judaísmo. El judío, explica el historiador, muy bien obra basándose en la idea de “estirpe”, de “raza”. ¿Podía don Quijote de la Mancha arrostrar las necedades de los cuerdos y los obstáculos de los follones sin creerse de raigambre divina, heredero de Amadís de Gaula?
¿Quién, luego de leer a Góngora, no sufre la simpleza triste del mundo, tan llano y tan seco? Me es imposible, lo confieso, hacer emanar el espíritu judío después de releer algún capítulo del “Quijote”. El discurso quijotesco, épico, florido, se dirige directamente a los ojos, y el de los sabios judíos a los oídos.
Traigamos a las mientes el enamoramiento de Altisidora, desdeñada por el Quijote, que con canto y vihuela quiso consolarla, diciéndole: “Suelen las fuerzas de amor/ sacar de quicio a las almas”. El “Quijote”, siempre leído al modo vulgar, es todo arenga de amor, y por eso es imposible con él la “sophrosyne”, la templanza. El amor, concebido así, descree de toda estirpe, de toda jerarquía.
Américo Castro, que pese a la tela de cedazo que tiene todo libro pudo vislumbrar la raigambre del “Quijote”, pretende que el libro del “manco inmortal” tiene abuelos judaicos. ¿Ganaría algo la Novela si tuviese dentro sangre de Moisés?
La curiosidad intelectual, apunta Castro, podía llevar a los hombres de los siglos XV y XVI a la hoguera o a mal disputar con la Santa Inquisición, que veía en el desenfado mental impertinencias judaicas. Fray Luis de León, tan buscador de sapiencia ecléctica como eclesiástica, por ejemplo, fue sospechoso de herejía, de suma libertad de consciencia, casi de judaísmo.
Por judío expreso podía pasar un hombre que gustaba más de leer que de labrar, más de errar que de afincarse y más de ser soldado simple que héroe. En el “Quijote”, como suelen decir sus adoradores, hay de todo, hasta costumbrismos judíos. Don Quijote retornó a La Mancha para morir en paz y para referir sus hazañas y el pueblo judío a Israel para emplastar sus heridas. ¿Volverá a salir el pueblo judío de su hacienda para mostrar al mundo la belleza y necesidad de sus armas, que son las letras?
Agradezco la atención prestada a mi texto.