Los Hijos de Sefarad. Inmigración y presencia criptojudía en Hispanoamérica, 3ra. parte

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La Inquisición actuó en América tan severamente como en España. Las Torturas, delaciones anónimas, las condenas, los autos de fe de Lima y México, son clara muestra de ello. Las persecuciones desatadas por el Santo Oficio en Lima, conocidas con el nombre de la “Complicidad Grande”, en 1627, que tuvo, además, un cariz político y económico, logró apresar un importante número de criptojudíos portugueses que integraban un núcleo muy rico e importante, lo que acarreó graves daños al sector comercial de esa ciudad.[1] Ejemplo de ello es el caso del acaudalado Manuel Bautista Pérez, comerciante esclavista dueño de minas de plata y conceptuado como un buen cristiano que educaba a sus hijos en esa religión, se lo conocía entre los criptojudíos con el nombre de “Capitán Grande”, por su gran fervor religioso. Con el fin de lograr su confesión fue sometido a torturas y hasta intentó poner fin a su vida en la prisión, sin lograrlo. Finalmente, condenado a la hoguera “oyó su sentencia con serenidad y majestad rogando al verdugo al tiempo de morir, que hiciese su oficio…”.

La maquinaria inquisitorial atravesaba continentes y océanos en su persecución hasta encontrar a los herejes y a los familiares o sospechosos. Como el caso de la familia Henríquez. El 30 de agosto de 1656, un navío arribaba al puerto de Callao en Perú. En él llegaban como prisioneros del Santo oficio el médico español Don Rodrigo Henríquez de Fonseca con su esposa Leonor Andrade, una hija de ambos de ocho meses y el hermano de Leonor, Don Luis de Rivero, quienes luego de una tormenta  arribaron solamente con lo puesto siendo inmediatamente encerrados en las cárceles secretas de la Inquisición. Ignoraban que sus bienes, que creían perdidos en la tormenta, tres petacas cerradas, un baúl y un negro de su propiedad, habían sido confiscados por El Santo Oficio.

Los Henríquez eran consideradas personas de las “prohibidas” por su adhesión secreta al judaísmo. Las primeras denuncias provenían de Málaga, España, donde debido a ciertas palabras y actitudes, el doctor Henríquez despertó las sospechas que pusieron en marcha el proceso de seguimiento.


inquisicion española

Hacía ya varios años que huellas de estos personajes se habían perdido, cuando la Inquisición de Lima recibe nuevos datos. En una carta del Consejo, fechada en 1655, se informa que el doctor Henríquez y su esposa habían llegado por Buenos Aires hasta Paraguay y Tucumán”. El 30 de Octubre de ese mismo año, se despacha el mandamiento de presión contra ambos y se ordena el secuestro de sus bienes. Nuevos informes agregan que, desde Tucumán se habían trasladado a Chile, donde un sacerdote los acompaña y se establecen en Santiago. Allí deciden cambiar sus nombres por los de Diego y Francisca de Sotelo; pero a pesar de eso son apresados, secustrados sus bienes y trasladados a Lima.

En una carta del 1° de septiembre de ese mismo año dirigida al Consejo de la Inquisición, el Inquisidor Alvaro de Ibarra testimonia que al matrimonio Henríquez de Fonseca y Luis de Rivero se encontraban ya en las cárceles y negaban la acusación de fidelidad a la fe judía. Pero la confesión no tarda en llegar. Poco después, Doña Leonor declara que sus familiares y además, Andrés de Fonseca y su esposa Isabel Henríquez y Luis Henríquez y su esposa, se encontraban presos en las cárceles de España por el mismo delito.

Don Luis de Rivero, por su parte, confiesa que toda su familia cumplía con los ritos y ceremonias propios de la Ley de Moisés. Al día siguiente, debía continuar con las declaraciones y ratificar contra su hermana (lo que significaba una segura y mortal sentencia para ella). Fue hallado muerto en su celda; una profunda herida surcaba la vena de su brazo izquierdo.

En una carta de 1660 los inquisidores informan que los acusados continuaban negando los cargos. Paralelamente comprueban la circuncisión del doctor Henríquez. En enero de 1661 someten a doña Leonor a la tortura del potro “obligándola a la primera vuelta a confesar”. Un mes más tarde, ante la misma prueba, Henríquez resiste cuatro vueltas sin confesar. Al ser sometido a tormento, tiempo después, concluye confesando. En el auto de fe celebrado el 23 de enero de 1664 en la plaza de Acho, finalizan las atormentadas vidas de Don Rodrigo Henríquez de Fonseca y su esposa Doña Leonor de Andrade, siendo quemados en la hoguera.[2]

Los detenidos en el proceso de la “Complicidad Grande” iban descubriendo en sus declaraciones arrancadas con torturas, a gran cantidad de conocidos o familiares residentes en diversos puntos. A raíz de las denuncias provenientes de Lima fue apresado Juan Rodríguez Mesa y muchos otros sospechosos acusados de adhesión al judaísmo.

 El tribunal de Cartagena de Indias

El 10 de agosto de 1608 se decreto la creación de un tercer tribunal en la ciudad de Santo Domingo, en la isla La Española, como respuesta a las quejas interpuestas por las autoridades inquisitoriales de Lima, sobre lo extenso y problemático de su jurisdicción en toda la parte sur del continente. Poco tiempo después, ante los inconvenientes que plantea esta sede, el Consejo de Indias rectifica, el 13 de junio de 1609, a favor de Cartagena de Indias, por encontrarse en una mejor situación estratégica. La cedula de fundación del tribunal es finalmente firmada el 25 de febrero de 1610, designando a Juan de Mañozca y Mateo Salcedo como inquisidores.

Ya instalado el Tribunal en Cartagena de Indias, sus actos fueron complementarios con los de Lima.

Un punto interesante de la comunidad conversa en Cartagena de Indias es que de acuerdo con la investigación de Ricardo Escobar, estos dominaban el comercio de esclavos a todo lo largo del territorio americano.

[1] Ricardo escobar, Inquisicion, 2008, p. 157-159.

[2] Ricardo escobar, Inquisicion, 2008,  p. 172-177

Acerca de Andrés Esteva Salazar

Historiador, mexicano, condesino, bon vivant, ciudadano del mundo.

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