Ahora que el tiempo se nos escapa, que la prisa humana no cesa de aumentar por influencia de las máquinas y los ordenadores que nos rodean, conviene meditar un rato acerca de lo que los sufíes denominaron devenir ´´hijos del instante´´, ibn ul waqt. Se trata de una observación inteligente sobre la naturaleza real de nuestro ser que deriva su noción de pasado de la exhalación y su idea de futuro de la inspiración o del aire aún no respirado. Sabio, decían y dicen aún los místicos del Islam, es aquél que vive ´´feliz entre dos respiraciones´´ y cuya conciencia lúcida debe más al oxígeno no lastrado por la historia que a la genealogía biológica que articula su pequeño cronograma, considerándose más tributario de lo invisible que de lo visible. Libres, despreocupados de su procedencia tanto como de sus propósitos, esos hijos del instante aprovechan con sumo placer la existencia porque al verla instantáneamente aceptan morir al minuto que se va y fenecer a la ansiedad del que aún no ha llegado.
En la India clásica otro tanto ocurre con los jivanmukti o los liberados en vida, a quienes se denomina, en correspondencia con la idea islámica, naimishîyah,´´gente de lo fugaz, de lo instantáneo´´, palabra que procede del sánscrito nimisha, ´´parpadeo´´. Allí donde miremos, en Japón o en China, en Samarcanda o en el viejo corazón de la Europa de Angelus Silesius( siglo XVII ), cuando los hombres han querido pensar la eternidad, abarcar de una mirada la totalidad del tiempo para superar sus grilletes, se han topado- a escala terrestre- con lo instantáneo, lo que en términos psicológicos supone una cognición simultánea, pues en una misma percepción el mundo cotidiano se nos vacía para que entre en nosotros el universo entero. Se supone que eso es lo que, en definitiva, buscamos en nuestra cortas vacaciones: liberarnos de la esclavitud del tiempo medido por los horarios laborales y las urgencias familiares y sentir el flujo de lo real como extenso, pleno e inconmensurable, para lo cual es preciso tenderse panza arriba sin hacer nada o mirar, hasta confundirnos con él, el incansable vaivén del mar. La contemplación, que así se llama ese arte de transformarnos en hijos del instante, ha sido confinada, en el mundo actual, al período de vacaciones, pero muy pocos de nosotros las empleamos para compensar las taquicardias y sobresaltos, las exigencias de exactitud y el cumplimiento de los plazos de los pagos de nuestras deudas, con una mirada espiritual y desinteresada. De hacerlo, quizá pudiéramos reposar verdaderamente, relajarnos en profundidad pues en ese mismo acto nos reencontraríamos con todos aquellos que, en el pasado, han experimentado que ´´Brahman, el Brahman intemporal tiene por símbolo, en la naturaleza, al rayo instantáneo, y, en el alma, a la imagen instantánea.´´, Kêna Upanishad, IV, 4,5.
Unamuno, tan denostado últimamente por sus propios coterráneos y tan agudo siempre , dijo algo esencial al respecto. Anotó. ´´La eternidad es lo que queda cuando el tiempo pasa´´. Aprender a quedarse, a quedarse quieto, en meditación o reflexión, en lectura o en esa especie de ensueño que es la imaginación activa y librada a sus propias fuentes, es algo que deberíamos enseñar a nuestros hijos y a nuestros angustiados amigos para que puedan, en vacaciones, sanarse de las heridas del tiempo provocadas por el resto del año. De hecho, ser un hijo del instante no cuesta casi nada: para nacer a esa concepción de la existencia es preciso ´´desprenderse´´. Liberarse tanto de la prisión del pasado como de la presión que la noción de futuro ejerce sobre nuestro córtex. En suma, y como sostienen maestros del zen como Takuan( siglo XVII ), ´´no (hay que) circunscribir el espíritu(a lo provisional)´´.
Un instante, es cierto, no vale nada. Pero si el ´´reino de los cielos´´-dijo el maestro de Nazaret-está contenido en un grano de mostaza¿por qué no pensar que, de modo semejante, la eternidad busca engarzarse en la joya del instante más lúcido? Las verdaderas vacaciones son una salida del tiempo común, una plétora, un goce tan cercano como el sol que en estas fechas otorga madurez a los frutos y sonrisa sublime a las mujeres. Deberían ser, por eso, algo más que ponerse morenos, ir a bailar o entregarse al frenesí del ruido. Las verdaderas vacaciones consisten en dejar de ser hijos de nuestra época para transformarnos en hijos del instante que la excede y supera.