Algunos de los inmigrantes que llegaron a México salieron de sus países por qué había hambre y en ocasiones sufrían situaciones de agravio. No existía en Europa ninguna oportunidad, ningún futuro, ninguna esperanza, lo único que podían esperar eran largos años, de generaciones enteras, de luchar con tal de comer; sufrir humillaciones y maltrato. Además, aunque no lo sabían en aquel entonces, de haberse quedado, hubiesen perecido en el holocausto nazi.
Pablo nos cuenta que en su casa y en una época en que Polonia vivía situaciones de hambre, su madre le decía: Ve y compra una hogaza de pan y tú la repartes, aunque eres el más pequeño, sabes cómo hacer para que alcance un poco para todos. Cuando vayas por la calle, y te encuentres con aquellos chicos rudos y te griten judío, no te pares, sino que dale velocidad a tus piernas para regresar a la casa. Aún recuerdo el miedo que sentí, como si desde ese día el miedo se hubiera convertido en mi ropa. Una ropa que todavía no he conseguido arrancarme totalmente, muy al contrario, me aprieta como si encogiera semana a semana.
Se vieron obligados a buscar espacios de supervivencia, donde pudieran conservar sus identidades étnicas y religiosas. No era fácil integrarse a la sociedad circundante, se acrecentó la necesidad del apoyo mutuo y organización grupal en los lugares a los cuales llegaron.
Se despidieron de su tierra natal, del núcleo familiar y de cierta certidumbre en su cotidianeidad. Dejaron a los vivos y a los muertos, las tumbas de sus antepasados, toda una historia grupal de siglos. Al encontrarse en los barcos, judíos que hablaban el mismo idioma, se mantenían unidos, platicaban entre ellos, se prestaban libros, hasta cantaban canciones en el idioma común hasta llegar a Veracruz. Se llamaban a sí mismo “hermanos de barco” Son miles de inmigrantes y cada uno tiene su historia. Surge un cambio de visión del mundo y cada quién lo hace en un estilo individual.
Sabi nos cuenta: “unos días antes de tomar el transporte que me llevaría a Europa y después al barco hacia Veracruz, recibí un telegrama de mis hermanos diciendo: “Espera un poco, aún no tenemos arreglados tus papeles”. Decidí que a pesar de todo me iba, corría el año de 1933. Mi equipaje estaba listo, arrugué el telegrama lo metí en la bolsa de mi abrigo y emprendí la aventura. Mi padre me dijo “vete y manda un telegrama de que estás en el barco. Cuando llegues que arreglen lo que tengan que arreglar.” Me fui a despedir de algunas personas, que nunca volví a ver. Quería irme al nuevo mundo, la América, México, nunca imaginé que ese, mi mundo iba a desaparecer para siempre en la forma trágica en que sucedió.
-Una vez que estuve en el barco, con un gran miedo y angustia, envié un telegrama a mis hermanos que iba en camino y me fueran a recoger al puerto de Veracruz donde el barco arribaría. El viaje fue tormentoso y me hubiera gustado poder disfrutarlo un poco más, pero con ese papel que me quemaba la bolsa, era imposible. Algunas de mis compañeras de barco se mareaban mucho y hacían planes yo no podía hacer nada más que pensar en aquello que estaba en mi mano constantemente.
El barco arribó y empezó el descenso, mi alegría no tuvo límites cuando vi a mi hermano tratando de encontrarme entre la muchedumbre. En ese momento sentí orgullo de haber hecho lo que hice y posteriormente pensé muchas veces que sí no hubiera tomado esa decisión me hubiera pasado lo mismo que a los millones de seres humanos que se quedaron.
Dentro de mi gozo observé un enjambre de frutas, vestidos y blusas de colores alegrando el muelle; vendedores que gritaban y ofrecían todo tipo de productos en un idioma totalmente desconocido para mí pero que sonaba como campanas amorosas en el cielo. Había salido con vida de esa aventura, estaba en México y eso me hacía sonreír a todo mundo aun sin comprender el idioma. Sentía una inmensa alegría por haberme atrevido a cruzar el mar”.
Mi hermano me obsequió un plátano, nunca antes había vista esa fruta. Lo empecé a comer sin quitar la cáscara él sonrió y me dijo hay que pelarlo antes de comerlo. Descubrí la tortilla de maíz y poco después, los distintos antojitos que con ella se preparan; la circunstancia de estar entre gente que hablaba otro idioma, y se alimentaban de forma diferente y desconocida para mí fue una novedad.
Los vestidos de China poblana, tehuanas, charros fueron parte de esa nueva cultura. Loli, hija de Sabi, comenta: “mi mamá nos hacía tortas de mole y frijoles yo salía a jugar con una pequeña mancha de mole para que se pudiera ver que tan mexicana era comiendo esos alimentos que aparte de que me fascinaban me hacían igual a mis vecinos”
Con sus contrastes, México significó desde el primer momento un desafío, un mundo ajeno. Adaptarse a él requirió energía, imaginación y voluntad. Se buscaba un orden alternativo. Se le dio significado a las imágenes nuevas y se buscaron códigos de cercanía y aceptación. Nuevos colores, olores y sabores fueron aprehendidos. Estos valientes se lanzaron a la calle, al espacio donde los sucesos se vuelven biografía e historia. La calle, los paisajes, los rostros, los alimentos posibilitan la incorporación, la esperanza de las coincidencias y los encuentros. Estos valientes tuvieron que hacer un cambio de su mundo y de sí mismos. Cada quién tomó responsabilidad de su situación en forma individual y lo hizo posible. . El afán y el trabajo, fue todo lo que aquellos hombres y mujeres tuvieron para seguir adelante.
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