Los judíos alemanes

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1963. El Hotel Regis, a unos pasos de la Alameda Central.

“¿El licenciado Karstens, por favor?” – pregunté al recepcionista. El tipo me echó una mirada que decía que lo estaba interrumpiendo en sus labores de atención a los encumbrados políticos que acostumbraban reunirse allí o, cuando menos, tomar un buen baño de vapor y hacerse manicura.

Manfred Karstens era, como nuestro anterior secretario de Hacienda de México, un hombre grande, rubicundo y de voz pausada.


“Ich bin Salomón Lewy” (Soy Salomón Lewy) – y tengo una cita con usted.

Me pidió documentos de identificación, y luego de intercambiar cortesías, me informó que mi viaje a Alemania estaría programado unas semanas después de la entrevista.

Para entonces, el gobierno de Konrad Adenauer ya había autorizado las famosas indemnizaciones a las víctimas de los nazis y sus deudos.

Imagínense: un muchacho de veinticuatro años, iniciando su vida, menos de tres años de casado, dos criaturas y pocos recursos, volando en un “stratocruiser” al país del que sus padres huyeron, dejando atrás a gran parte de sus familias que habrían de ser víctimas del Holocausto. Durante todo el viaje, Karstens se limitó a estudiar los gruesos expedientes que llevaba en su portafolios, sin hacer ningún tipo de conversación conmigo o alguno de los otros del grupo de “reclamantes” – como nos llamaba en alemán.

Mi mente sólo se ocupaba en recordar imágenes de lo que hasta ese momento había sido mi vida: la sinagoga de la calle Monterrey – Yehuda HaLevi – en la que celebrábamos los Roshei Hashaná y Yamei HaKippurim – “Alles Gutte”, parsimonia, seriedad. Mi padre, de traje y sombrero; mi madre, con su mejor vestido; el Jazan Fuldt, con su cántico a la usanza “Yeke”; los notables en las primeras filas; Hatikvah Menorah en todo su esplendor… “Das Jüdische Volk”, recordaba.

Tempelhof, el aeropuerto de Berlín. Eficiencia, limpieza, letreros y altavoces en alemán. En mi hogar paterno fue el idioma que escuché y aprendí desde siempre. Sin embargo, en ese momento lo sentí ajeno, agresivo. El tren a Bonn – la sede de gobierno en ese tiempo – cerca de Colonia, a orillas del Rhin, limpio y eficiente. Según la Historia, parece ser que el idioma Yiddish tuvo aquí sus raíces.

Karstens y el grupo pasamos largas horas consiguiendo documentos, antecedentes familiares, etc. en medio de un olor a papeles viejos y regresamos a Berlín.

Hacía pocos años que la Segunda Guerra había terminado y, sin embargo, Berlín lucía elegante, arreglada, sólida. “Alles in Ordenung”.

Comparada con la burocracia mexicana, esta no fue nada igual. Cada documento y cada palabra eran estudiados y digeridos. Todo sello, toda firma se daba con seriedad digna de funeral. Las miradas de los empleados no revelaban lo que yo creí que era la máxima expresión de antijudaísmo.

Dos semanas. El asunto fluía, La orden venía “de arriba”, por ley.

Dachau, en Bavaria, sede del primer campo de concentración, a un lado de Munich, la ciudad donde mi padre nació; Wannsee, lagos hermosos, apacibles, construcciones sólidas, elegantes. El horror y la belleza juntos. ¿Qué fue de nosotros? Wir sindt Deutsche Juden – somos alemanes judíos. No fuimos nada.

“Muy estimable señor Lewy” – decía el documento – “es nuestro deber informarle que su solicitud ha sido aprobada luego de grandes y ardorosos trabajos (traduzco literalmente) y que le será otorgada una pensión de por vida por la cantidad de… a la persona por usted designada”.

Karstens lucía radiante de alegría. “Herr Lewy” – me dijo – “¡ganamos!”

El pequeño cuarto del modesto hotel me pareció que perdía sus paredes. Tuve que salir al frío aire de la calle; mi desconcierto era enorme y no sentí ganas de celebrar la “victoria”. La mente, esa desconcertante señora, hacía sus trucos y, como pude, conseguí un teléfono.

Llamar a mi madre (Z”L) a Israel fue una odisea. Lo poco que pude hablar con ella me dejó entrever una gran amargura mas logré extraerle varias palabras: Oranienburgstrasse, Hildegardstrasse No. 4… La primera era la calle donde estuvo su escuela, la Gran Sinagoga de Berlín, el cementerio de Moisés Mendelsohn (por horrible coincidencia, Oranienburg se llama la población donde se ubicaba el campo de concentración de Sachsenhausen); la segunda era la casa paterna de mi padre (Z”L) en Munich.

En ese momento decidí cederle los derechos de la indemnización y sólo conservar una pequeña porción para ver el país.

Con Berlín dividido, sólo pude ver algo del “Ost-Sektor”. Munich fue diferente. Tenía menos cicatrices que las otras dos ciudades. La sinagoga del centro estaba siendo remozada, y en Erev Shabat hubo Minyan reunido con dificultad. ‘Cómo es posible que estos judíos se hayan quedado’ –me preguntaba- ‘¿cómo sobrevivieron?’ Sólo la tonada del Bal Tefilá me sacaba de mis cavilaciones.El regreso a México sigue siendo hasta hoy una serie de imágenes borrosas y sentimientos encontrados. Volví al mundo original, a la atmósfera suave, indisciplinada, al sol radiante de México. Mis hijos, mis amigos, el trabajo. Lo único que traje conmigo fue:”¡NUNCA JAMÁS!

Acerca de Salomón Lewy

Nacido el 30 de Enero 30, 1939, se considera oriundo de Orizaba, Veracruz, donde residía su familia y fue llevado a los tres días de nacido.Su Creación Literaria abarca grandes reconocimientos como: Primer Lugar en los Certámenes XVIII y XIX del C.D.I., Mención Honorífica en el Certamen XX del CDI.Dentro de sus publicaciones podemos encontrar: MI AMIGO ISAAC, EL CORAZÓN NO ES UN PASAJERO (Editorial Libros para Todos, EDAMEX).Idiomas:Español, Inglés, Alemán, Hebreo, Yiddish.Especialidades:Temas Judaicos, Israel, Política Mexicana, Relaciones Internacionales, Costumbrista Mexicano.

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