El miedo es una respuesta natural ante el peligro. Una sensación desagradable que atraviesa el cuerpo, la mente y el alma. Puede ser por algo que sucedió, que está sucediendo o que podría pasar. No siempre está sujeto a la realidad. Puede ser una fantasía imaginada individual, familiar o grupal. No hay que olvidar que casi todos tenemos familias que han estado en alguna guerra o revolución, en situaciones difíciles. Entramos en el área de los miedos lógicos, racionales que nos protegen y los irracionales, neuróticos que nos paralizan. Podemos imaginar el peor escenario, y vivirlo intensamente, con el dolor y la ansiedad que conlleva, sin darnos cuenta que ha sido creado por nuestra imaginación.
Muchas veces estamos atorados en miedos ancestrales. Fueron reales allá y entonces pero en el lugar y momento actual han quedado fuera de la realidad. Algunos padres o abuelos han tenido que esconderse de sus victimarios y no se han podido recuperar de lo vivido, ni lo han podido acomodar como parte de un pasado. Se han quedado con el miedo arraigado en lo más profundo de su cuerpo y su corazón; con recuerdos de etapas históricas en que los mejores hombres se convirtieron en bestias humanas.
Piensan que esto se puede repetir, viven y obligan a sus descendientes a vivir y compartir su triste manera de ver el mundo. Se convierten en personas propensas a una melancolía heredada y su corazón está lleno de inseguridades que se traducen en miedos y terrores diurnos y nocturnos. No hay mucho espacio para la alegría. ¿Puede volver a suceder? Puede ser que sí puede ser que no. ¿Cómo encontrar un camino menos tortuoso?
Julián estuvo en la guerra cuando era pequeño, y nos dice: no recuerdo más que algunas escenas y palabras muy nítidas; estaba escondido en el bosque con mi papá y escuchamos el sonido de las botas de los soldados. La respiración dejó de fluir libremente, y hasta que el sonido de las botas se fue desvaneciendo en la distancia, pudimos correr, sentí que mi pecho se abría y me producía un gran alivio al respirar. Cuando surge algún recuerdo lo veo sobre el fondo de una profunda oscuridad, ha pasado mucho tiempo pero en mi memoria sigue vivo y creo que no va a desaparecer. Lo único que puedo hacer es respirar profundamente y evitar que influya en mi comportamiento.
Con frecuencia, vuelvo a sentir como en aquel momento ese miedo, tan mío que se convirtió en un ropaje personal. Una vestimenta que todavía no he conseguido arrancarme, muy al contrario, muchas veces me aprieta como si encogiera semana a semana. Al percibir ciertos signos internos, reales o imaginados, el miedo se incuba silenciosamente y sube por mi garganta. No me permite pensar con claridad. Tengo que abrir bien los ojos para darme cuenta que estoy en un lugar y momento diferente.
Son peligros inciertos e indeterminados; temores que no me permiten pensar con claridad. Una sensación turbadora y paralizante, una opresión sobre los hombros, mariposas en el estómago, como respuesta instintiva y corporal ante un peligro desconocido y acechante.
Leonor vivió cuando pequeña en una familia donde había violencia verbal constantemente. Ahora que es mayor, ante cualquier grito que escucha el terror surge junto con las emociones enloquecedoras que la invadían cuando surgían esas terribles discusiones familiares. Ella tiene que aprender a distinguir entre lo que sucede ahora y lo que sucedió allá y entonces, donde no podía hacer nada más que esconderse debajo de la mesa; esta pequeña sentía que allí se protegía, ya que nadie la veía.
Ángeles y demonios conviven en nuestra mente. El hombre está conformado por el mal y el bien mezclados; llevamos el horror y el infierno dentro. Para huir de esa sensación el ser humano es capaz de cualquier cosa, puede entrar en una espiral envolvente, enfermiza, diabólica. Ese monstruo que nos amenaza, muchas veces sólo está en nuestra cabeza. ¡Que importante distinguir entre la imaginado y la realidad.
Dos amigos transitan por una carretera oscura como boca de lobo. Rodrigo siente que la respiración se le atraganta y le pregunta a Sergio: ¿No tienes miedo de tanta oscuridad? Los árboles se me presentan como sombras dormidas y aterradoras que aumentan las palpitaciones de mi corazón. Sergio traga saliva y contesta: ¿Conoces a alguien que no tenga miedos? ¡Preséntamelo! Puedo sentir ese miedo aferrado a mi estómago pero quiero domesticarlo, usarlo para crecer y aprender a brincar aquellas barreras que nos limitan.
Sergio continúa explicando a su amigo, el miedo es parte del ser humano como las ganas de comer. Vivimos en riesgos permanentes; muchas veces siento que cuando respiro el miedo entra y se queda dentro. ¿Crees que puedo dormir tranquilo con las noticias que escucho y leo? No hay remedio esa es la vida que nos está tocando y hay que combinarla con la capacidad de júbilo y alegría que también son parte inherente a nosotros los humanos.
Es nuestra obligación maquillar esos sentimientos negativos y quedarnos con aquello positivo que nos permite respirar con amor y tranquilidad. Que hermosas son las ilusiones, sin ellas la vida sería imposible. El destino no hace acuerdos, es un laberinto y cada quien tiene que recorrerlo como pueda y tratar de encontrar la salida. Hay miedos protectores y otros paralizantes, es menester saber la diferencia de los que nos atosigan y nos alteran. Cuando esos miedos nos engarrotan hay que tocarlos para sanar nuestro espíritu ya que la vida se ordena y desordena sin pedir permiso.
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