La sociedad de consumo es un fenómeno de masas y ha reducido las diferencias de indumentaria entre las clases sociales; no importa la calidad del producto, pero existen los mismos modelos con precios diferentes unos más accesibles que los otros y todos lucen bonitos.
Dentro de este renglón, los jeans con una popularidad que ha ido creciendo, iniciaron su vida como unos prácticos pantalones para mineros y vaqueros en 1873. En la década de 1970 se habían convertido en la prenda más popular del mundo. En esos años, fueron un símbolo de gran potencia política que mostraba parte de lo que iba mal en la unión soviética. Las películas americanas de vaqueros los promovieron y se convirtieron en símbolo de “la buena onda” Todos la perseguimos para salir de nuestros conflictos emocionales, huir de la tristeza y perseguir una constante ola de bienestar que es un espejismo.
Aún en la unión soviética, en esos años, se pedían a gritos los vaqueros y el costo era considerablemente más alto que los pantalones que allí se fabricaban. Hubo ingenio para conseguirlos a pesar de las prohibiciones gubernamentales de usar una prenda totalmente occidental. Dado que no se podían comprar, quienes tenían familia fuera del telón de acero pedían a gritos se los llevaran de regalo.
Surgió un mercado negro en donde dicho producto se vendía a precios exorbitantes. Un par de vaqueros del mercado negro podían venderse entre 150 y 250 rublos, y ello en una época en que el salario mensual estaba debajo de los 200 rublos y un par de pantalones ordinarios de fabricación estatal constaba entre diez y veinte rublos.
Esta prenda de vestir tan americana se hizo totalmente atractiva fuera de los Estados Unidos, cuando se inició su exportación en 1960 y 1970. Simbolizaron la revuelta generacional contra los sofocantes convencionalismos.
Quién los usa se ve a sí mismo como el dueño de la libertad sin darse cuenta que es la misma rigidez pero puesta en otros objetos. Cuando vemos a alguna persona que luce un saco y pantalón de casimir, lo juzgamos diferente que aquel que vemos luciendo sus prendas de mezclilla.
Hace muchos años éramos lo que llevábamos puesto. ¿Qué tiene esa ropa, los jeans, la ropa informal, que hace que la gente parezca incapaz de resistirse a ella. Es algo más que una simple ropa. Se trata de abrazar toda una cultura popular que se difunde a través de la música, las películas, los refrescos y la comida rápida. Transmite un mensaje que tiene que ver con libertad, con el derecho de vestir o beber o comer como a uno le plazca, aunque resulte del mismo modo como todos los demás.
Una forma de democracia en donde solo se fabrican los productos de consumo que la gente realmente quiere o que la publicidad le hace desear. Se han convertido en una de esas imágenes que dan sabor a la vida, inexplicables con palabras, y producen un calor interno importante y una sensación de seguridad que sostiene aunque sea por un momento. Todos hemos sentido esa sensación placentera de estrenar una ropa nueva, de pertenecer al grupo fantaseado en donde parece que todo es color de rosa.
Los estudiantes de las revueltas del 68 denunciaban el imperialismo norteamericano y se mantuvieron adictos a esta cultura de los vaqueros. El precio de uno de estos pantalones puede ser bastante más caro que el de otro material. Si uno quiere estar a tono hay que usarlo aunque sea copia de cierta marca registrada a un precio menor que el original.
Ahora nos encontramos con que los usan jóvenes y viejos y se sienten en el colmo de la elegancia al traerlos puestos. Vemos con mayor ojo crítico a los jóvenes que traen pantalones de casimir que a aquellos que usan aún en las ocasiones más elegantes sus pantalones de mezclilla. Me ha tocado ver viejos y viejas de más de 80 años felices usando esta prenda que les hacen pensar que no son tan mayores. Parecería que funcionan como emblema de la juventud y de la libertad que tanto anhelamos. Es parte de la naturaleza humana, escapamos de una jaula para meternos en otra.
Por el contrario, no nos queremos dar cuenta que cortamos esa libertad al usar las prendas marcadas por la moda y la publicidad. La vida humana implica soledad en su origen; no lo es y esta es una forma de vincularnos y sentirnos en el mismo tren que los demás sin que se agudicen nuestras diferencias económicas y sociales. Ante la gran necesidad que tenemos de pertenencia y cercanía, el uso de ciertos objetos nos permite estar cerca de los otros sin que nos vean como los “raros y desadaptados”. “Somos iguales y usamos la misma ropa”
Las comunidades y los grupos surgen para evitar los sentimientos de soledad y desamparo. Los que son diferentes a lo marcado por la sociedad son criticados. Vestir de la misma manera que los demás es también una forma de pertenencia, sin quitar que la ropa es hecha de tal manera que nos enamoramos por sus colores, texturas y belleza. Lo malo es que todo esto nos hacer vernos bien ante los demás y es importante que nos llene internamente también. La búsqueda del bienestar es constante y cualquier cosa que puede ser vista como un elemento que puede proporcionarnos esa felicidad tan buscada es bienvenido.
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