Los Partidos Politicos y Simone Weill

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Su compañera de estudios, Simone de Beuauvoir, encontró un día a Simone Weill llorando en las calles de Paris porque los campesinos chinos se morían de hambre. Simone Weill era pequeña, físicamente débil, usaba lentes; muy sensitiva y solidaria, leal hasta la muerte; muy inteligente, seria, dedicada y con una voluntad fuerte y decidida.

A los seis años recitaba de memoria a Racine. Estudio filosofía, filología, ciencias y cuantos proyectos le sugería la realidad a su alrededor. Fue maestra y activista social, por no caer en lo que Sartre señalaría como absurdo de quienes hablaban de los obreros sin conocerlos, se hizo obrera en una fábrica de autos y observo el efecto de la maquinaria y la explotación en los trabajadores. Revolucionaria se unió a un grupo anarquista en la revolución española, pero un accidente puso fin a su intervención antes de que se iniciara.

Judía que nunca se convirtió vivió su primer éxtasis religioso y es respetada, estudiada y admirada como mística cristiana, volvió a Paris.


Después de la ocupación nazi en 1940, Weill se refugió en el sur de Francia como trabajadora campesina. Sus padres insistieron en llevarla a Nueva York con ellos y en cuanto pudo se fue a Londres para ponerse a las órdenes del General de Gaulle, campeón de la resistencia francesa.

Simone Weill nació en Paris hace más de 100 años y murió cuando tenía 34 años en un hospital inglés de tuberculosis e inanición autoimpuesta, solo comía tanto cuanto podían comer sus compatriotas. Fue filosofa, crítica política, judía y mística cristiana. Con su obra frecuentemente causo, y causa, estupefacción, sorpresa, respeto, admiración e inspiración. Siempre presento un significado profundo, sino un método, unidad entre su pensamiento y sus acciones; sin duda merece y aumenta nuestra atención hoy.

Atención es la clave para entender su trabajo, incluyendo sus juicios sobre los partidos políticos. Entre sus últimas notas le escribió a su jefe, el general para quien los muchos partidos políticos franceses habían sido el sistema responsable de la derrota solía decir: “la política es muy importante para dejársela a los políticos.”

Las razones de Weill eran distintas, eran razones filosóficas que iluminan nuestra época, en un tiempo en que los israelíes sienten desconfianza y desencanto por sus líderes políticos.

A Weill le preocupaba menos la abolición de los múltiples partidos que despejar el por qué los ciudadanos que juzgaba flojos y superficiales, los apoyaban sin pensar.

“La democracia y el gobierno de la mayoría, escribió, no son buenos por sí mismos” Estas afirmaciones pueden chocarnos por nuestra tendencia a juzgar la democracia como el gran final de la política, lo que enojaba a Weill. “La democracia, insistía, no es más que un medio para realizar el bien, si hubiera otros medios más eficientes con gusto me despediría de la democracia.”

El bien es el único fin por el que deben luchar los hombres. Para Weill, los hombres se muestran especialmente insufribles cuando dejan de pensar, cuando se unen para conseguir fines políticos. Los partidos políticos cultivan conclusiones en grupo y de grupos, no pensamientos.

Pide que consideremos como empiezan sus discursos los políticos: con una referencia a sus partidos. Esto es: “Como socialista pienso…” o “Como radical pienso…” Pero esas personas no piensan, se unen a partidos. “Weill opina que tomamos partido en favor de, o en contra de, una posición dada para no pensar.

Para Weill el único propósito legitimo en nuestras vidas es atender al mundo: “la atención es la forma más rara y pura de generosidad.” Escribió. Ver a las personas como son y no como quisiéramos que fueran. Ver el mundo tan claro y justamente como sea posible y basar nuestros actos en esa visión se vuelve un imperativo moral.

Los partidos políticos son “un mecanismo maravilloso que, en la escala mundial, aseguran que ninguna mente individual pueda atender el esfuerzo de percibir, en las cuestiones públicas, lo que es bueno, lo que es justo, lo que es verdadero.

Nuestra experiencia con los partidos políticos, alimentada por las noticias en cable o internet no habría tranquilizado a Weill. Hoy es imposible, en sus palabras, “examinar los problemas terriblemente complejos de la vida pública y atender al mismo tiempo, por un lado a la verdad, la justicia y el interés público y por otro lado, a la actitud que se espera de los miembros de un partido político.

Setenta y cuatro años después de su muerte, Weill sigue siendo nuestra contemporánea, nos recuerda su exigencia de un imperativo moral que hoy es exigencia de nuestro tiempo.

 

Acerca de Alicia Korenbrot

Nació en la Ciudad de México, terminó sus estudios de Filosofía en la UNAM, es Escritora y traductora. Actualemente reside en Israel.

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