Sin embargo, con el paso del tiempo, se ha visto obligado a empezar a definirse, y si bien los lineamientos fundamentales de ese “acuerdo del siglo” aún se desconocen, hay señales de hacia dónde se dirige. No hacia la solución de dos Estados, Palestina e Israel conviviendo en vecindad, sino hacia algo distinto, un híbrido de difícil y extraña configuración. El gobierno de Trump empezó por darle la espalda a uno de los protagonistas centrales de este diferendo cuando decidió reconocer a Jerusalén como capital de Israel al traspasar su embajada a esa ciudad. Esto fue acompañado de un ninguneo continuo al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, y la reducción de la ayuda económica a la región de Cisjordania, lo mismo que a los fondos de asistencia internacionales para los refugiados palestinos. La ruptura entre Trump y Abbas acabó de consumarse cuando éste manifestó que ya no estaría dispuesto a involucrarse en negociación alguna patrocinada o mediada por Washington.
En este contexto es que hace algunos días se llevó a cabo la gira del yerno de Trump, Jared Kushner, junto con Jason Greenblatt, enviado especial de EU para el Oriente Medio, por varios países de la región. Visitaron Egipto, Israel, Arabia Saudita, Jordania y Qatar, presuntamente para construir el marco en el que se dará el mencionado “acuerdo del siglo”. Uno de los planes que parecen haberse contemplado hace referencia a la crisis humanitaria que vive la población de la Franja de Gaza, pero no sólo para paliar la crisis, sino también para tratar a Gaza políticamente como un tema desconectado, tanto de Cisjordania como de la administración de la Autoridad Nacional Palestina encabezada por Abbas. Para ello, los negociadores han contado con la profunda animadversión que hoy existe entre la dirigencia del Hamas, que gobierna Gaza, y el presidente Abbas, quien por lo demás se halla ahora totalmente marginado de lo que gestionan los enviados de Trump.
Lo que se sabe hasta el momento es que los planes armados conjuntamente por norteamericanos, egipcios, israelíes y distintos poderes árabes de la zona del Golfo Pérsico —con aparente anuencia de una parte de la dirigencia de Hamas— consisten en una inversión considerable de recursos por parte de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes en la construcción de un puerto en la costa del Mediterráneo entre Egipto y Gaza, que a su vez detone la creación, en el norte del Sinaí, de cinco grandes proyectos económicos para los cuales la fuerza de trabajo provenga en dos terceras partes de la población palestina de Gaza, y la otra tercera parte sea cubierta por mano de obra egipcia.
No cabe duda que cualquier proyecto que apunte a atenuar la gravedad de las condiciones de vida de la población palestina de la Franja debe ser bienvenido. Pero eso no implica desconocer que aún queda pendiente de solución el importantísimo y toral tema político referente a la autodeterminación nacional palestina, sin la cual no sólo los palestinos, sino tampoco los israelíes, podrán vivir en paz, democracia y seguridad.
Especialista en asuntos de Oriente Medio
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