La metáfora del “portal de fuego infestado de cocodrilos” captura con precisión la sensación visceral de atravesar un momento de cambio profundo. Desde la antropología, los ritos de paso, como los descritos por Arnold van Gennep, son momentos liminales en los que una persona abandona una identidad para abrazar otra. Estos tránsitos —pubertad, menopausia, matrimonio, duelo, o incluso crisis existenciales— son universales, pero la forma en que los percibimos depende de nuestra imaginación, cultura y narrativa personal.
La pubertad, por ejemplo, es un portal clásico. Según un estudio de la Universidad de Cambridge (2020), los adolescentes experimentan un aumento en la actividad de la amígdala, la región del cerebro asociada con el miedo y la incertidumbre, lo que explica por qué este período se siente como un cruce plagado de cocodrilos. Sin embargo, la misma investigación señala que esta hiperactividad también fomenta la creatividad y la resiliencia, preparando al individuo para el “paraíso” de la autonomía adulta. Lo que parece un fuego abrasador es, en realidad, el chispear de un cerebro que se reinventa.
La menopausia, otro portal que mencionamos, es igualmente malentendida. En muchas culturas occidentales, se la asocia con pérdida —de juventud, fertilidad o relevancia—. Sin embargo, en comunidades como las de los pueblos indígenas mayas de Guatemala, la menopausia es un rito de empoderamiento, donde las mujeres se convierten en líderes espirituales y consejeras. Un estudio etnográfico publicado en Medical Anthropology Quarterly (2017) destaca que estas mujeres perciben la menopausia no como un fuego, sino como una corona de sabiduría. La diferencia radica en la narrativa cultural: donde una sociedad ve cocodrilos, otra ve pétalos de rosa.
La imaginación como arquitecta del miedo
La afirmación que “ese fuego es lo que ve tu imaginación” resuena con la filosofía de Baruch Spinoza, quien argumentaba que el miedo surge de nuestra percepción inadecuada de la realidad. Cuando enfrentamos un portal de transición, nuestra mente proyecta imágenes de peligro —quemaduras, cocodrilos— porque teme lo desconocido. La neurociencia moderna lo confirma: un estudio de la Universidad de Harvard (2021) encontró que el cerebro humano, ante la incertidumbre, activa la misma red neuronal que responde a amenazas físicas, lo que explica por qué los cambios vitales se sienten como un campo minado.
Un ejemplo histórico ilustra cómo la imaginación puede transformar un portal. En 1969, cuando Neil Armstrong dio su “pequeño paso” en la Luna, la humanidad enfrentó un umbral colectivo: el salto hacia lo desconocido del espacio. Para muchos, este momento estaba plagado de “cocodrilos” —el miedo al fracaso, a la muerte o a lo inimaginable—. Sin embargo, Armstrong y su equipo, guiados por una visión de exploración, cruzaron el portal con la cabeza erguida, convirtiendo el fuego en un hito de pétalos estelares. Su percepción del riesgo como oportunidad redefinió la realidad.
La decisión de cruzar: Un acto de fe y soberanía
Atravesar el portal es una decisión. Esta idea conecta con el existencialismo de Jean-Paul Sartre, quien sostenía que la libertad humana radica en nuestra capacidad de elegir, incluso frente a la incertidumbre. Cada portal de fuego es una invitación a ejercer esa libertad, a caminar con la cabeza erguida, confiando en que el “paraíso” del otro lado no es una garantía externa, sino una creación interna.
Un caso contemporáneo es el de Malala Yousafzai. A los 15 años, tras sobrevivir un atentado talibán por defender la educación de las niñas, Malala enfrentó un portal de fuego: el trauma, el exilio y la responsabilidad de convertirse en un símbolo global. En su autobiografía, Yo soy Malala (2013), describe cómo eligió cruzar ese umbral no con miedo, sino con la convicción de que su propósito era más grande que los cocodrilos de la adversidad. Hoy, su vida —un “paraíso” de impacto global— es un testimonio de lo que sucede cuando se transforma el fuego en nubes algodonadas.
La certeza del paraíso
La mención de la “certeza que del otro lado hay un paraíso” introduce una perspectiva profundamente esperanzadora, que recuerda el concepto de eudaimonía de Aristóteles: la felicidad como el florecimiento pleno del potencial humano. Cada portal, aunque parezca aterrador, es una oportunidad para acercarnos a esa versión más completa de nosotros mismos. La psicología positiva, en estudios como los de Martin Seligman (2011), respalda esta idea: las personas que enfrentan transiciones con una mentalidad de crecimiento reportan mayores niveles de bienestar a largo plazo, incluso si el proceso fue doloroso.
Un ejemplo inspirador es el de las mujeres que, tras un divorcio, redescubren su identidad. Según un informe de la Universidad de California (2020), el 70% de las mujeres divorciadas encuestadas describieron su vida post-divorcio como “liberadora” después de los primeros dos años, a pesar del dolor inicial. El portal del divorcio, con su fuego de incertidumbre, se transformó en un camino de autodescubrimiento, joyas de autoestima y nubes de nuevas posibilidades.
La alquimia de la percepción
La imagen de “pétalos de rosas, joyas y nubes algodonadas” es una invitación a practicar la alquimia de la percepción: transformar el plomo del miedo en el oro de la posibilidad. Esta idea encuentra eco en el budismo zen, donde se enseña que la realidad no está en los eventos, sino en cómo los observamos. El maestro Thich Nhat Hanh decía: “El sufrimiento es como una flor; si sabes mirarla con compasión, se transforma en una joya”. Los portales de fuego, entonces, no son obstáculos, sino lienzos donde pintamos nuestra propia narrativa.
Un ejemplo cotidiano lo vemos en los emprendedores que enfrentan el fracaso. En 2008, Airbnb estaba al borde del colapso, con deudas y rechazo de inversionistas. Sus fundadores, Brian Chesky y Joe Gebbia, enfrentaron un portal de fuego: la incertidumbre de un sueño al borde del abismo. En lugar de ver cocodrilos, imaginaron un futuro de conexión global. Hoy, Airbnb es un imperio valorado en miles de millones, prueba de que el “fuego” era solo una percepción que podía transformarse en pétalos de innovación.
Conclusión: Caminar con la cabeza erguida
Esta reflexión nos recuerda que la vida está hecha de portales —pubertad, menopausia, crisis, comienzos—, cada uno con su aparente fuego y cocodrilos. Pero estos peligros son proyecciones de nuestra imaginación, no verdades absolutas. Atravesarlos es un acto de fe, valentía y creatividad, un paso hacia el paraíso que no está garantizado, pero que se construye con cada decisión de avanzar.
En este momento estoy en un transe, un umbral entre un tiempo y otro. Y en ese espacio liminal, elijo caminar con la cabeza erguida, sabiendo que el fuego es solo un espejismo, y que del otro lado me esperan pétalos, joyas y nubes. Esta es la lección universal de los portales: no son pruebas para sobrevivir, sino invitaciones para florecer. Como escribió Rainer Maria Rilke: “Tal vez todas las cosas terribles son, en el fondo, cosas indefensas que esperan nuestra ayuda”. Así, cruzamos el portal, no con miedo, sino con la certeza que el paraíso es nuestro para crearlo.
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