Los que se van, siguen siendo

Por:
- - Visto 739 veces

EN EL RECUERDO A Doña Isabel Escudero y Don Francisco Martín

“Amad el silencio, que es fuente de todas las virtudes,
y de la paz interior del corazón …”
Pablo de Obnora

Hace ya días, semanas, que lucho contra ese complejo y nada fácil identificable binomio de sentimientos “tristeza-nostalgía”, sin conseguir encontrar una explicación razonable, aunque sí la causa próxima. Desde luego no cabe establecer una oposición de términos en tal binomio, porque los constitutivos del mismo sin expresar conceptos sinónimos -ni siquiera analógos- tampoco son contradictorios ni excluyentes entre sí, sino, más bien, consecuentes, en un proceso lógico de causa a efecto. La nostalgia, aunque pueda derivar en tristeza, es un síndrome mucho más benigno, que puede alcanzar la melancolía, pero no la aflicción. Y, en este preciso y riguroso sentido -establecida la causa próxima, de modo determinado y concreto- no puedo comprender cómo, dadas mis creencias y hasta mis simples ideas, tal causa puede conducirme al efecto de la menor tristeza, aunque resulte perfectamente comprensible la nostalgia, que es la pena de la ausencia de algo perdido  -sobre todo de alguien-  incluso la melancolía por su inexistencia, siempre en el orden de las coordenadas de Einstein, el tiempo y el espacio. Pero nunca a la aflicción profunda y permanente, por serena pueda ser esta. No sólo no puedo comprenderlo, sino que ello me hace dudar de mí mismo, ver agigantados mi debilidad y mi miedo, circunstancias ambas por si mismas, cada una de ellas, capaces de reducir notablemente las potencialidades de cualquier ser humano, pero que, conjuntamente, pueden producir el resultado de dilacerarlo y sepultarlo en la nada.


La supuesta o pretendida causa próxima de mi indescifrable estado de ánimo, gira en torno, cómo no, a la muerte. No ya a la idea abstracta de este acontecimiento, tan inexplicable en sí mismo como ontológicamente perfecto. El del “dies certus an incertus quando” para todo ser vivo, siempre en sí mismo aterrador, sino al hecho concreto, espacio-temporal, y por partida doble, de la desaparición de unas personas a las que ya no podré ver nunca más, con los ojos de la carne, porque las dos han muerto muy recientemente.  Por curiosa paradoja, aunque pienso también que ello obedece a una causa inaprehensible, las dos convivieron, durante años y años, en el mismo lugar en las que yo las advertí, más bien de lejos, sin haber hablado con ellas prácticamente nunca, hasta este último verano, el del pasado año, y ello me obliga a inter-relacionarlas, aunque sólo pueda ser en mi imaginación y a establecer hipotesis casi sagradas al respecto, alguna de las cuales podría ser corroborada a través de signos sensibles, aunque misteriosamente ocultos a la mente humana. Y estos signos, para mí, y para las creencias que profeso y las ideas que me sostienen en pie cada día, son sumamente alentadores y llenos de esperanza. Por ello, no puedo enteder el efecto de mi tristeza ante su pérdida. Ni puedo admitir ni consentir por mi parte el continuar estando triste por tal causa.

Respetando escrupulosamente, las respectivas fechas de sus fallecimientos, estas dos personas a las que me refiero han corrido, o están corriendo suertes muy distintas en cuanto a la información acerca de su muerte y a los testimonios en honor de su recuerdo. Casi desde el mismo día, el 7 de Marzo de este año 2017, se suceden, de modo notable los homenajes a Doña Isabel Escudero Ríos, la poetisa (ahora la moda ha hecho que se llame tambien “poeta” a las mujeres),  ensayista y profesora de la Facultad de Educación de la UNED. Sin embargo, aunque este fallecimiento es muy reciente, tan sólo de hace días, han sido muy escuetos los recuerdos y notas informativas acerca de la muerte de Don Francisco Martín Martín, el nonagenario sacerdote, Párroco de Nuestra Señora de la Asunción, en el barrio de la Estación de Las Navas del Marqués. Yo, lamentablemente, no he tenido ocasión de poder participar en tales homenajes, ni importa su entidad o medida, pero sí quiero, desde lo más hondo de mi sentimiento personal, dedicar mi humilde recuerdo a ambas personas.

Conocí a Isabel Escudero, hace ya bastantes años, por pura casualidad, al tomar ambos el autobús de retorno a la Estación desde el pueblo de Las Navas. Durante el viaje, ella entró por inciativa propia en relación conmigo, con una sinceridad y generosidad inusitada. En seguida -imposible recordar ahora el motivo- nos sorprendimos hablando de Poesía, durante el viaje. De estrofas, de rimas, de medidas, del concepto mismo de “verso”. Y desde luego, también de poetas y de poetisas. Creo recordar que, en particular, hablamos de Alfonsina Storni y de Gabriela Mistral. También de Rosalía. Pero muy especialmente, creo reccordar ahora, de la dulce lírica de la novohispana Sor Juana Inés de la Cruz, que aunó el culteranismo de Góngora con el conceptismo de Calderón… Modestamente, Isabel me dijo entonces que ella misma componía estrofas al modo de coplillas, o de coplas populares.  Más presuntuosamente, ahora me arrepiento, yo le dije que escribía sonetos. Mucho más tarde, hace ya varios años, pude tener en mis manos un precisoso soneto de Isabel, con ocasión de la muerte de su madre, titulado “El abanico”. No me pareció ninguna coplilla, sino un soneto maravilloso, lleno de espiritualidad y ternura, a la par que de una perfecta métrica y rima y, por ello, de un melodioso acento rítmico. Era un soneto de verdad, y no como los que de vez en cuando se encuentran por ahí, en ese totum revolutum de Internet, en el que abundan en exceso los poetas, de uno u otro género.

Al bajar del autobús, Isabel quiso mostrarme una casa que se había construido ya allí, en la Colonia de la Estación de Las Navas. Una casa preciosa, casi una mansión, con doseles sobre las camas, sin llegar a baldaquinos, desde luego, pero que a mi me parecieron fuera de contexto en aquel lugar y así se lo dije “a quemarropa”. Además de sincera y humilde, Isabel era muy buena persona, porque, en lugar de corregir mi impertinencia, replicó con una dulce sonrisa, diciéndome que a ella le gustaba eso, aunque entendía mi punto de vista. Fue precisamente entonces cuando del cajón de uno de aquellos muebles de estilo y época, sacó el que entonces era su primer libro de poemas, de “coplas” como ella decía, “Coser y cantar”, que me dedicó muy cariñosamente, con prólogo del extraño personaje a cuya sombra Isabel permaneció durante años, el Catedrático de Latín de la Universidad Complutense, Don Agustín García Calvo.  Por aquel entonces, y durante los años siguientes, no pude enteder el por qué aquella angelical criatura tenía que necesitar nada de aquel señor tan famoso como mal poeta (la letra del Himno a Madrid, no tiene perdón), y que escribía sonetos tan malos como los que pude leer, que en nada podían ni acercarse a aquel tan brillante de Isabel y que, además, se vestía estrafalariamente con dos camisas, una sobre otra, y otras indumentarias propias de “genios”, aparte de tener y montar un burro, al que llamaba “Rafael” (causante por cierto de ciertos males a terceros), y al que escribió un artículo laudatorio, casi una égloga, tras la muerte del borrico. La verdad es que, cuando también por casualidad, cayó en mis manos la traducción del “Rerum Naturae”, de Lucrecio, efectuada por García Calvo, no tuve más remedio que reconciliarme con Don Agustín, ante aquella obra de arte, similar a las restauraciones efectuadas en pinturas valiosas, deterioradas por el tiempo, con pérdida no sólo de la figura original, sino incluso de materia pictórica y hasta del propio soporte. Los  -creo recordar-  88 versos suposticios recreados por García Calvo, siguiendo la idea y el metro del verso épico, el hexámetro dactílico, como los restauradores de pintura siguen la fuga de las líneas, punteandolas a la acuarela, aniquilan de plano la torpe traducción incompleta, en endecasílabos blancos, de aquel otro loco que se llamó “Abate Marchena”, y que ni se llamaba Marchena ni era abad de ningún monasterio cisterciense, sino un suversivo revolucionario refugiado en París. Claro que, en esto, también podía identificarse con Don Agustín. Es más, según algunos filológos latinos, esta traducción-reconstrucción del Profesor García Calvo, puede constituir, una de las más importantes de cuantas se han efectuado en el mundo. Y entonces pude entender también los motivos que hubiera podido tener Isabel.

En cualquier caso, desde enonces, yo casi no había hablado con ella hasta el último pasado verano, cuando ya estaba enferma. Fue entonces cuando tuve ocasión de valorar su personalidad y de sospechar que, en tantos años, me había perdido muchas cosas interesantes. No he vuelto a leer, salvo su “Coser y cantar”, y el soneto de referencia, ningun otro poema de Isabel. Ni  ningún otro texto suyo. Por ello, no puedo saber si son o no proporcionados a su entidad intelectual, poética y ensayística, los homenajes y reconocimientos que se le vienen dispensando. Tal vez, además de perderme sus ideas y puntos de vista, he sido o estoy siendo injusto con ella. Lo que sí puedo decir es que, en los últimos días de su vida, ante la necesidad de que caminase al menos una hora, por precripción de un médico coreano, yo me ofrecí a acompañarla en sus paseos por el parque próximo a su casa y que, ella aceptó mi ofrecimiento. Por desgracia no pudimos llevar a cabo esos paseos. Sí puedo presumir, en cambio, de haber sido una de las últimas personas con las que  tuvo ocasión de hablar por teléfono: “He resucitado”, me dijo. Pero tan sólo era lo que las gentes, en mi León natal, llamaban en los años de mi niñez, “la mejoría de la muerte”. Isabel, se nos fue a todos.

Del anciano sacerdote que durante medio siglo atendió con fidelidad absoluta  a su ministerio, hasta la amargura de verse practicamente incapacitado de vista, la Parroquia de la Estación de Las Navas, Don Francisco Martín, podría yo decir muy pocas cosas. Con él si que no había hablado nunca, salvo en los últimos días ya indicados. Durante muchos de estos años, sí escuché sus homilías, que eran sumamente sencillas, pero a través de ellas pude observar, como realidad palpitante, que aquel santo hombre se iba transformando paulatinamente, cambiando su  -algunas veces- iracundo tronar, ante el llanto de un niño en la misa, porque distraía y confundía su plática, por una angelical beatitud, lo que denotaba el dominio sobre sí mismo. Puede que los años le ayudaran a ello, pero lo que yo pude percibir es que no se había producido esa transformación tan sólo por el mero el paso del tiempo.

Ignoraba hasta hace poco si Don Francisco e Isabel se conocían o no. Ahora he sabido que el sacerdote apreciaba notablemente a la poetisa, hasta el punto de haber bendecido su casa de Las Navas, recien construida. También he podido saber que la composición poética preferida, entre todas, de Isabel, era El Cantar de los Cantares, del que estaba enamorada y por ello era muy devota. Ciertamente, pese a cualquir posible apariencia, yo mismo presencié un año, un 15 de Agosto ya también lejano, cómo Isabel tomaba una de las baras de las andas del modesto trono para portar a la Virgen, el día de la Asunción, y conducirla a la Ermita de San Miguel. Por ello, siento la necesidad de relacionarlos muy directamente, ahora que los dos han abandonado ya esta forma de vida, a la que yo permanezco aún anclado. Y tengo la firme esperanza de que, fuera del tiempo y del espacio, se han encontrado ya bajo otra forma. No puedo dejar de recordar la afirmación de Heidegger – tan citada-  de que “el hombre es un ser para la muerte”, pero tampoco puedo olvidar lo que dice a continuación: “y ésta es su grandeza porque, solámente en el momento de la muerte, en el cual el tiempo y el espacio se diluyen, se hace infinito”. Tengo la esperanza de que los dos “yo”  históricos, el de Isabel y el de Don Francisco, fuera de aquéllas dimensiones, conservan perfectamente su memoria en el Cielo, donde eternamente ambos siguen viviendo de “otra forma”. Ninguno de ellos se encuentra ya entre nosotros. Los que se van del tiempo  -y del espacio-  se hacen inaccesibles a nuestros sentidos corporales, porque ya no existen.  Pero continúan siendo. Por eso, yo percibo también la certeza de que nos envían una sonrisa a cuantos les conocimos. En especial, a Antonio Escudero, el hermano de Isabel, el Hebreo de Quintana, instrumento y vínculo esencial de esta unión metahistórica. Yo, me limito a dar fe de esta eterna esperanza. Y al hacerlo, abandono radicalmente la tristeza, que se torna en una inmensa alegría.

Luis Madrigal

Acerca de Luis Madrigal Tascón

Nace en León (España), el día 19 de Mayo de 1936, en el seno de una familia cristiana. Pertenece por tanto a la generación que no tomó parte en la Guerra Civil española (1936-1939). Cursó estudios de Bachillerato en el Instituto Nacional Masculino de Enseñanza Media "Padre Isla", de León. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca. Ejerce la Abogacía, ante los Tribunales de Justicia, desde el año 1967, siendo en la actualidad el Letrado 9.336 del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. Escribe Poesía, de cuyo género es autor de 9 Poemarios, todos ellos inéditos, así como Ensayo sobre temas históricos y filosóficos. Ha escrito también una novela, "El secreto para ser feliz", ambientada en la India, en la mitología hindú y el panteón hinduista, asimismo inédita.

Deja tu Comentario

A fin de garantizar un intercambio de opiniones respetuoso e interesante, DiarioJudio.com se reserva el derecho a eliminar todos aquellos comentarios que puedan ser considerados difamatorios, vejatorios, insultantes, injuriantes o contrarios a las leyes a estas condiciones. Los comentarios no reflejan la opinión de DiarioJudio.com, sino la de los internautas, y son ellos los únicos responsables de las opiniones vertidas. No se admitirán comentarios con contenido racista, sexista, homófobo, discriminatorio por identidad de género o que insulten a las personas por su nacionalidad, sexo, religión, edad o cualquier tipo de discapacidad física o mental.


El tamaño máximo de subida de archivos: 300 MB. Puedes subir: imagen, audio, vídeo, documento, hoja de cálculo, interactivo, texto, archivo, código, otra. Los enlaces a YouTube, Facebook, Twitter y otros servicios insertados en el texto del comentario se incrustarán automáticamente. Suelta el archivo aquí

Artículos Relacionados: