El encierro obligado por la pandemia ha provocado un mundo de recuerdos arrinconados en mi mente, surgen a borbotones y llegan a alborotar el alma. Algunos producen alegría, otros no, murmullos del pasado en rincones perdidos entre los dobleces de la memoria.
Aquellos recuerdos escondidos en medio de la oscuridad, guardados en los confines de mi mente han encontrado grietas por donde filtrarse. Aparece un pasado lleno de recuerdos algunos tristes otros alegres, que muestran una vida personal que me convierte en una persona con muchos significados. Por fortuna, ha sido un proceso tranquilo y gratificante que ha mostrado imágenes que brillan y traen consigo reflexiones para seguir adelante.
Estoy cumpliendo ochenta años de vida, acumulados en el rostro, en el cuerpo y en el corazón, algo increíble, me he sentido en paz conmigo misma. Si, mi existencia tiene menos tiempo por delante que antes, pero el final siempre ha estado allí, desde el comienzo. Lo que es diferente ahora es que valoro los placeres de la conciencia, y tengo la suerte de poder compartirlos con mi familia y amigos que conozco desde hace muchos años. Hay una sensación de poder respirar, vivir sin tener que cumplir con nadie.
.Cuando veo alguna foto o me acuerdo de alguna calle de mi infancia, de algún amigo o pariente que nadie que esté vivo haya conocido algo se estremece en mi interior al ver como los trozos de mi antiguo mundo son parte mía, otros van desapareciendo.
Un chasquido de los dedos y la vida ya no está. Así de simple, no hay donde esconderse. La seguridad conlleva inseguridad. La vida ha mostrado ser efímera. ¿Quién no sabe eso? Hay quien no se atreve a pensarlo, nunca pensé demasiado en el tema. No quise hacerlo. Sin embargo, la pandemia me ha llevado a reflexionar en que todo tiene un principio y un final. La muerte de gente cercana produce dolor y la prohibición de salir de casa nos ha mostrado formas sustitutas de relación y convivencia que no imaginábamos, producto del desamparo sentido ante la fuerza incontrolada de la destrucción.
Ante mis ojos aparecen de forma variada algunos apegos unos temporales otros no. El primero de un ser humano es su cuidador primario y da comienzo de manera refleja, desde el chupón, los juguetes consentidos, la cobija o el trapo, se van transformando con el paso del tiempo. Luli de dos años, había perdido su chupón, mamá no quiso comprarle otro al pensar que era una forma de erradicarlo. Un día, al estar con la caja de sus juguetes, esta encuentra el chupón perdido la emoción al meterlo a la boca fue enorme. Mamá escucha ese chupeteo y se asoma a ver a la nena, cuál sería su sorpresa al verla con gran alegría con su objeto encontrado.
Las personas también se apegan a otras personas, a objetos que los rodean: la casa, la cocina, artículos personales, los muebles, el auto, una profesión. He tomado contacto con algunos que aparecen al caminar por la casa en estos días de encierro. Nuestro apego a los objetos varía según el momento de vida. En este proceso hemos valorado los que son útiles y los que no son más. Todos fueron divertidos en algún momento.
La pandemia, entre otras cosas, también nos enseñó a valorar nuestra vida y los objetos pasaron a segundo o tercer lugar. Hemos sobrevivido más de cuatro meses con pocas cosas y lo que pensamos que era necesario, nos dimos cuenta que no lo era tanto, se fueron al baúl de los recuerdos. Nos vimos obligados a vivir de una manera más sencilla de lo que imaginamos. El mundo de los objetos necesarios se ha reducido en forma considerable. Algunas fotografías familiares me han traído recuerdos que se han colado sin pedir permiso, me han inundado con un sentimiento de paz que no recuerdo haber sentido tiempo atrás.
Aquello que pensábamos que era de primera necesidad no lo es, esto me lleva a mi juventud e infancia. Me he transportado a esos tiempos, muchos años atrás, en que los objetos necesarios eran menos, no tantos como en los tiempos actuales; en ese tiempo se producían sólo para para satisfacer necesidades primordiales. Pensemos en la ropa y calzado de aquellos años, bastante menos que en la actualidad. El deseo obsesivo de tantos bienes materiales pretende sanar la frustración y decepción que se renuevan constantemente y encuentran respuesta en una oferta comercial que se multiplica infinitamente. Un anhelo que se cuela con la luz que se perfila por la rendija de la cortina en cualquier mañana tempranera.
Este consumo excesivo, es tan omnipresente que se puede pensar que ha existido siempre, se fundamenta en una falta, una carencia que se puede sentir físicamente; es incontenible y crea en el cuerpo y mente un deseo constante de tener más y mejor. Un impulso que nos maneja y es manejado en forma publicitaria. Acepto que hay que valorar los beneficios que procuran algunos objetos, su aparente e irresistible atractivo, pero nos hemos llegado a convertir en sus esclavos en vez de ser sus dueños, parecen fantasmas salidos de una negra pesadilla. Nuestra resquebrajada firmeza queda escondida tras una fachada de falsa seguridad al darnos cuenta que estamos lejos del sosiego.
La pandemia, nos ha obligado a cambiar el estilo de vida, nuestros armarios se burlan de nosotros, nos damos cuenta que mucho de lo que tenemos no es necesario, lo que produce un pellizco de angustia que presiona el pecho y el estómago. Lo que pensábamos que era imprescindible no lo es, se puede vivir con menos de lo que se tiene. No podemos cambiar lo que sucede, tenemos que cambiarnos a nosotros mismos, estos cambios pueden traer consigo amor, alegría y tranquilidad. No importa tanto lo que tus padres hicieron o dijeron, fue otro momento de vida, ahora eres mayor, debes valorar por ti mismo y amarte cómo eres. No somos perfectos, pero si perfectibles. Cuando nos sentimos bien con nosotros mismos nos valoramos más y eso produce fuerza y paz interior para enfrentar los miedos ante el drama que tenemos enfrente. ¿Quién no los tiene? Hemos comprendido que sucesos como este, está haciendo mella en nuestro comportamiento interno y externo.
Me gusto mucho el articulo
“Si usted difiere con los conceptos vertidos por el autor, puede expresar su opinión enviando su comentario.” (Diario Judío México)
Estimados amigos de Diario Judío:
La reflexiva duda y respetuosa discrepancia son características del judío, compartidas con otros pueblos, pero de marcada presencia en el nuestro.
Tan es así que se me invita eventualmente a enviar comentarios en caso de discrepar con un articulista.
Sonrío agradecido por todo lo que Diario Judío me aporta en su tan meritoria forma de hacer periodismo, y me pregunto: Y si estoy de acuerdo?
El tan cálido y brillante artículo de Esther Friedman, sano, fresco y de positiva esencia, de seguro que ha de conmover a más de un contemporáneo de aquellos que estamos cercanos a culminar, esperemos, la octava década.
Ese válido”lugar común” de sus reflexiones, tan compartible, sigue abriendo caminos a la mencionada constructiva duda y los positivos temores, replanteos existenciales y afanosa búsqueda de lo inasible, tan presentes en la introspección cotidiana y la silenciosa plegaria.
Mi reconocimiento a Diario Judío y a la autora por lo que han promovido, y para ser consecuentes, ojalá (halevai) podamos discrepar con el famoso “qué temprano que se nos hizo tarde”, expresando un esperanzador:
Todavía estamos a tiempo…