Los resultados de la Intransigencia

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Introducción

A pesar que 70 – 80 años no representan un período significativo para la historia de la Humanidad, las atrocidades ocurridas en el siglo pasado deberían dejar tras sí huellas profundas que no se deberían olvidar. En efecto, la primera mitad del siglo 20 puso al descubierto, por un lado, los nefastos resultados de esa antigua tendencia imperialista de dominar el mundo (tal como lo intentó Alemania en las dos Guerras Mundiales) y, por el otro, la injusticia perpetrada contra minorías sociales y étnicas en cuanto a otorgarles su derecho a la vida.

Esta introducción leída en nuestros días, puede producir en el lector la directa asociación al “problema palestino”, ya que la maquinaria propagandística actúa febrilmente, desvinculada casi por completo de los hechos históricos. Pero esa no es mi intención.


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Lo primero que deseo recordar y aseverar, es que el “problema del pueblo judío”, que tanto esfuerzo se hace en la actualidad por mostrarlo al revés, fue el problema humano de mayor magnitud para la moralidad universal de la primera mitad del siglo pasado. Estamos hablando del Holocausto! Quiérase o no, la aniquilación de un tercio de su populación, sin ningún acto provocativo de su parte, dejó claro el contenido y la idiosincrasia del racismo, el cual, armado de la tecnología y fuerza apropiadas, llegó a cometer una barbaridad sin parangón.

Esta tradicional situación anómala del pueblo judío, que permitió la ejecución del Holocausto, fue lo que condujo a la conciencia humana a resolver tal apremiante demanda de este pueblo que desde finales del siglo 19 venía haciendo grandes esfuerzos para que su historia se normalizara. Solucionar el “problema de la Dispersión del Pueblo Judío” era inminente y con ello, como si fuera que la Humanidad toda limpiaba la inmundicia que el Nazismo le había adherido.

Si, los países constituyentes de la ONU aprovecharon esta coyuntura histórica para ayudar al establecimiento del Estado de Israel en el lugar donde convergían la geografía con la historia judías y donde se estaba llevando a cabo un floreciente desarrollo de tierras que se encontraban en su gran parte desoladas. La Humanidad, en su mayoría,  lo entendió. El mundo árabe lo rechazó.

A los líderes de los países árabes, jamás les interesó resolver un problema humano-universal. Su negación de la existencia del Estado de Israel que las Naciones Unidas decidieron por mayoría (1947), fue siempre ciega e inexplicable. El territorio en cuestión no pertenecía a nación alguna. Era parte del Mandato Británico y durante muchos años se trató de hacer una “partición” del mismo de tal forma que tanto el pueblo judío tuviera un lugar de concentración y refugio y a la vez, aquellos pobladores árabes existentes (a pesar de no poseer una nacionalidad clara), dispondrían también de su territorio. Esa “partición” de la ONU habla de un Estado Judío y de un Estado Árabe; no menciona en absoluto un “Estado Palestino” (Palestina es un término usado por el Imperio Británico – gentilicio romano –y de ningún modo un término árabe). Esta misma “partición” otorgaba al Estado Judío menos de 15,000 km2, de cuyo territorio una mitad era desierto. Israel aceptó tal partición, a pesar de su casi imposibilidad de funcionamiento. Por el contrario, 5 países árabes declararon la guerra.

En vez de reconocer que esta “partición”, en el caso de crear buenas y fructíferas relaciones entre ambos pueblos traería un verdadero avance y desarrollo material a la vez que les otorgaría identidad a los pobladores del lugar – los líderes árabes optaron por la violencia, el ataque bélico y el deseo de la aniquilación del otro; nada sorprendente, por cierto. Entonces, ya no la ONU sino la espada, es la que definió los (nuevos y más amplios) límites del naciente Estado de Israel. Y ciertamente, cuando la espada es la que marca los límites, la autodefensa aún más justificada, es acompañada por inevitables errores e injusticias.

Faltaría yo a la verdad si no recordara que también hubo quienes, en el seno de la población árabe, mantuvieron una posición moderada y hasta avizoraban algún arreglo en los marcos de la propuesta de la “partición”. Pero esas voces fueron acalladas, tal como lo fueron acalladas por sus líderes en la década del 30 del siglo pasado (durante la llamada “rebelión árabe”). De la misma forma sería falta de honestidad no reconocer que desde el punto de vista de los pobladores árabes de la zona, otorgar parte de sus posibles expansiones inmobiliarias a un grupo nacional extranjero por decisión de la ONU, no es algo que deben “abrazar con entusiasmo”, por así decirlo.

Pero es aquí justamente donde debió funcionar el raciocinio. El pueblo judío contaba con 600,000 almas en la década de los 40 y su presencia en su histórico territorio era ya un hecho. Estos colonos no vinieron para desplazar a nadie y en efecto no hicieron tal cosa. Durante años y años adquirieron tierras a precio del mercado y los árabes se beneficiaron tanto de la venta como de la posibilidad de trabajo y desarrollo. Estos judíos vinieron con el fin de encontrar solución a sus persecuciones. Lo más racional, útil y justo, era aceptar esta dificultad que se creaba a los árabes. Sería una solución mucho más honesta, moral y noble que la de no entregar al pueblo judío masacrado un pequeño terruño en tierras vastas y mínimamente habitadas en el Medio Oriente para establecer su nación.

Pero para entender este tópico, es menester una mentalidad amplia y humanística. Desgraciadamente, los líderes árabes no “se han distinguido” por poseer una postura con tales características. Ellos no traspasan los límites de su propia existencia. No “ven” al otro.

Y así fue como estos pobladores árabes lugareños, estimulados por los líderes de los distintos países “hermanos de religión”, optaron por la intransigencia perpetua; esto es negar la existencia de un Estado Judío en el emplazamiento del Medio Oriente. Entroncado en el Islam, el mundo árabe encontró aquellos argumentos adicionales para no aceptar la existencia “de otro” en su medio y desatar su acostumbrada tendencia a la guerra. En efecto, desde su nacimiento, el Islam  estuvo abocado a sus luchas internas de secesión, a la aniquilación de herejes, cristianos y judíos. Aportar su contribución a la civilización, al mundo, a la ciencia, a la filosofía, es para él arena de otro costal; tal vez interesa a una pequeña minoría, si es que ésta existe. Por el momento, en los últimas centurias, la humanidad no goza de su aporte…

Todo árabe y en especial todo auto-titulado palestino, sabe perfectamente cuán errónea ha sido esta intransigencia de sus líderes y cuán mentirosa ha sido la actitud de ellos al aparentar, en ciertas oportunidades,  compartir la búsqueda de solución de paz con Israel. Nunca fue su intención bregar por la paz, sino mantener la tradicional negación de la existencia de Israel. Y cuando estos ardides fueron puestos al descubierto, se transformaron inescrupulosamente en víctimas de la “opresión israelí” y tendieron una amplia red económica-propagandista que extorsiona al mundo y que ella detallaré en lo sucesivo.

 

Acerca de Pesaj Kohen

Jurista (LL.B) Sha'rei Mispat - Israel Diplomacia - Agregado de Prensa en la Embajada de Israel en Panamá. México - Fundador y Director de Escuela de Líderes Juveniles "Alumá" - Enviado de Israel para Movimiento Juvenil. M.A. en Educación y Enseñanza de Humanidades, Univ. Tel Aviv. B.A. en Humanidades - Filosofía y Biblia. Univ. Tel Aviv. Miembro del Kibutz Magal en Israel, desde 1964. Nacimiento: Córdoba. Argentina.

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