Los templos de la Condesa

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Aunque es más conocida por sus atractivos recreativos, la colonia Condesa cuenta con espacios reservados para la experiencia comunitaria de la fe, donde las personas que profesan algún credo pueden reunirse para comunicarse con sus deidades. De hecho, una manera de conocer la dimensión cultural de un barrio o un pueblo es estudiar sus templos, término genérico que aplica a cualquier religión pues reflejan la pluralidad religiosa que la sociedad mexicana ha disfrutado desde las Leyes de Reforma. Y esta colonia no ha sido la excepción, pues dentro de sus límites se encuentran dos parroquias católicas y una sinagoga, edificadas en décadas y estilos distintos, pero que conforman un patrimonio urbano a preservar.

Comencemos el recorrido por la arbolada avenida Tamaulipas, una de las arterias principales que cruza diagonalmente a esta colonia. Justo en su vértice con la calle Alfonso Reyes está la parroquia de Santa Rosa de Lima, cuya silueta y ornamentación podría conducirnos al error de considerar que se trata de un templo virreinal, cuando su construcción inició en 1938 y fue terminada en 1943, como indica la inscripción en el arco del acceso. La disposición interior siguió la tradicional planta de cruz latina, una sola nave, sotocoro y coro sobre el acceso y ábside tras el presbiterio, con ornamentos de retablos dorados y vitrales figurativos que otorgan un dramatismo lumínico al interior. El crucero se halla cubierto por una cúpula y tambor octagonal sobre cuatro pechinas, que son esos pequeños triángulos circulares que sirven como transición estructural entre un cuadrado y un octágono, una solución inspirada en los templos novohispanos y cuya influencia también se percibe en la portada neobarroca flanqueada por dos robustos campanarios forrados de piedra tezontle.


La parroquia está a cargo de los monjes dominicos y está dedicada a Santa Rosa de Lima, aquella mujer peruana que vivió entre 1586 y 1617 bajo el nombre de Isabel Flores Oliva y que ingresó a la Tercera Orden dominica luego de intentar, sin éxito, su admisión como novicia y monja. Su vida virtuosa y los milagros que le reconocieron condujeron a que el papa Clemente X la beatificara en 1668 y canonizara en 1671, convirtiéndose así en la primera santa nacida en América.

Al continuar el recorrido por la misma avenida, unas cuadras más al norte giramos en la calle de Fernando Montes de Oca, donde a una manzana se halla la sinagoga AgudatAjim, cuyo significado es “sociedad de hermanos”. Ha de recordarse que los judíos migraron gradualmente a México y se asentaron primero en el Centro de la ciudad para vivir e instalar sus negocios, pero con el paso del tiempo varias familias se mudaron a colonias cercanas que ofrecía mayor tranquilidad para rentar o edificar sus viviendas, como la Álamos, Roma, Condesa, Hipódromo y Polanco, donde establecieron sinagogas próximas a su vivienda, pues su observancia religiosa prescribía acceder peatonalmente a ellas en los días festivos.

Los judíos procedían de orígenes geográficos y culturales diversos por lo que trataban de tener templos específicos para cada comunidad pues, aunque compartían la misma religión, las tres comunidades principales que llegaron a México diferían en tradiciones litúrgicas y lingüísticas. Tal fue el caso de esta sinagoga que congregó a los judíos ashkenazim provenientes de Galitzia, Polonia, quienes se fueron asentado gradualmente en la colonia. El templo comenzó a construirse en 1959 y se inauguró un año después, con formas sencillas y materiales económicos que provocan que casi pase desapercibida su adscripción y se identifique tan solo por una estrella de David que se ubica en el frontispicio superior y un candelabro de siete brazos menorá que existe en su fachada lateral. Su autor fue el ingeniero civil Abraham M. Chelminsky, constructor de varios edificios y cines como el Polanco, el Ariel y el Maravillas, cuando las salas cinematográficas requerían amplios espacios para albergar a cientos de espectadores, una experiencia que sin duda utilizó para este encargo.

VITRALES. Parroquia de Santa Rosa de Lima. Colonia Condesa, septiembre de 2021. Foto: Iván San Martín.

En su interior, luego de un pequeño vestíbulo, se llega al lugar destinado para el rezo comunitario y cuenta con una galería superior originalmente para las mujeres, aunque también hay una sección para ellas en planta baja pues ha de recordarse la tradicional división de géneros al compartir los mismos servicios religiosos. Al fondo de la nave se encuentra el púlpito o bimá y el armario sagrado arón hakodesh para el resguardo de los rollos venerados de la Torá, un mobiliario adornado por la figura de las tablas de Moisés, flanqueadas por un par de leones y dos menoró realizados por el escultor Adir Ascalón, elementos simbólicos del pueblo judío y del actual estado de Israel. Y es que las sinagogas no sólo son lugares para rezar, sino que simbólicamente refuerzan el recuerdo de sus orígenes históricos, refrendan la prescripción de sus observancias alimenticias y fortalecen los lazos sociales y familiares, como lo recuerda Mónica Unikel, especialista en historia judaica en México: “Recordemos que la sinagoga es mucho más que un lugar de rezo: es un hogar para los judíos de la diáspora, es un lugar de encuentro y comunión”.

Finalmente, nuestro recorrido imaginario termina en la misma avenida, al rematar en la media luna que delimita al Parque España, privilegiado espacio arbóreo que en su origen fuese el acceso a las tribunas del antiguo Hipódromo del Jockey Club de la Condesa, en tiempos porfirianos. Justo en uno de sus vértices, en la cabecera de manzana, se yerguen los restos de un primer templo católico (1930-31), del cual solo queda una torre campanario y una pequeña capilla, cuya ornamentación neocolonial estaba en boga en aquel entonces, pero que con el crecimiento de la feligresía su capacidad fue pronto insuficiente. Una vez demolida casi en su totalidad se erigió la nueva parroquia de la Coronación de Santa María de Guadalupe (1967-80), cuyos autores fueron los arquitectos José Cándano Montemayor y Jorge Herrera, quienes contaron con la asesoría estructural del ingeniero civil y arquitecto Francisco J. Serrano, mientras que la construcción se encargó al arquitecto Leopoldo Vega.

La planta principal fue ubicada en un nivel superior, a fin de contar con suficiente altura para disponer de gradas descendentes que permitiesen visibilidad óptima de la feligresía sóptica, se le llama hacia el espacio celebrativo. Otra novedad fue la incorporación de una planta circular en vez de las tradicionales soluciones de cruz latina con sus bancas organizadas concéntricamente hacia el presbiterio, pues el reciente Concilio Vaticano II recomendaba directrices para los templos, entre ellas incrementar la cercanía física de la feligresía. La gran nave circular se cubrió por un cuerpo piramidal metálico de planta cuadrada apoyado en cuatro elementos intermedios para que las esquinas quedasen liberadas y se percibieran como “voladas” sobre el atrio irregular. Arriba, cuatro grandes alerones triangulares se empotraron en la pirámide que dibuja la silueta de una cruz griega tridimensional cuyos intersticios alojaron vitrales de abstractos diseños que iluminan cenitalmente al interior.

En suma, estos tres templos en la Condesa brindan un lugar de encuentro comunitario para vivir la experiencia de la fe, pues, aunque la vida contemporánea parezca fluir de un modo vertiginoso, los anhelos, temores y creencias acerca de una dimensión espiritual son similares a los primeros humanos que observaban misteriosos el firmamento.

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