Después de doce años de gobiernos encabezados por Benjamín Netanyahu y su partido Likud, finalmente Israel tiene, desde hace casi cuatro meses, una nueva coalición gobernante. Una coalición totalmente inédita en la historia del país, en la cual el primer ministro es Naftalí Bennett, de orientación de derecha nacionalista, acompañado de un abanico de partidos cuyas posturas e ideologías son extremadamente disímbolas entre sí. Destaca, además, que esta nueva coalición incluye también un partido árabe-israelí, situación que nunca antes se había dado en los 73 años de vida del Estado de Israel.
Tras las últimas elecciones celebradas en marzo pasado, nadie esperaba que un esquema de coalición como el que actualmente está a cargo del gobierno pudiera siquiera formarse, y tras su insólita integración, muy pocos calculaban que pudiera durar en virtud de ser un gobierno estrecho, frágil y con fuertes contradicciones internas. El vaticinio era que muy pronto tendría que caer. Sin embargo, sigue en pie e incluso parece enfilado a lograr la aprobación de un nuevo presupuesto de aquí al 4 de noviembre. ¿Cómo es que ha sobrevivido?
Todo indica que existe un acuerdo entre sus miembros para evitar el conflicto interno por todos los medios posibles. Eso ha hecho que todos sus integrantes hayan estado dispuestos a sacrificar partes importantes de sus respectivas agendas políticas en aras de mantener con vida al gobierno del cual forman parte. Ello entraña, desde luego, abandonar temporalmente sus objetivos maximalistas para centrarse, en cambio, en aquello en lo que pueden estar de acuerdo en cuanto a políticas públicas para la solución de problemas domésticos por largo tiempo no resueltos.
De igual modo, ha existido consenso en mantener los logros en política exterior —como los Acuerdos Abraham, que normalizaron relaciones con Emiratos Unidos, Bahrein, Marruecos y Sudán— y en trabajar para restituir contactos y relaciones que habían sido descuidadas o dañadas durante la era de Netanyahu, en especial con el partido demócrata en Estados Unidos y con los miembros más relevantes de la Unión Europea. Con ese propósito, el ministro de relaciones exteriores y viceprimer ministro, Yair Lapid, ha tenido una frenética actividad diplomática de tendido de puentes con actores internacionales diversos.
El hecho de que el partido árabe denominado Raam sea hoy un integrante del gobierno representa, sin duda, un paso positivo en los temas de la integración de la ciudadanía árabe al país y de la mayor posibilidad de tener influencia en el monto del presupuesto nacional otorgado para las zonas y barrios árabes que han estado generalmente en desventaja. Se trata de áreas con deficiencias importantes en infraestructura y en seguridad, donde sobre todo en los últimos tiempos se padece una violencia particular ejercida por pandillas y mafias que en el curso del año han producido 90 homicidios, cifra extraordinaria que contrasta con la del resto del país, donde los indicadores de esos crímenes son mucho más bajos. Hoy, Raam está en la posibilidad de influir desde dentro del gobierno para abordar esa problemática con seriedad.
Ahora bien, es cierto que la coalición, encabezada por Bennett, está sobreviviendo y resolviendo cuestiones relativamente importantes gracias a estar evadiendo los asuntos peliagudos que podrían derrumbar al gobierno. Pero, al mismo tiempo, es evidente que eso mismo impide enfocar al “elefante” en el cuarto al que se evade deliberadamente, a saber, el problema palestino.
La necesidad de encarar la reivindicación palestina de poseer su propio Estado independiente, ha sido claramente dejada de lado ante la realidad de que la coalición hoy gobernante en Israel está dividida profundamente en cuanto a ese tema. La derecha nacionalista rechaza sin tapujos la posibilidad de un Estado palestino, mientras que parte del centro, la izquierda y el partido árabe la favorecen. Es por eso que, en su comparecencia en la Asamblea General de la ONU hace unos días, el primer ministro Bennett no tocó el tema en absoluto. La decisión está siendo, por lo visto, no decidir, lo cual, lamentablemente, deriva en que la ocupación continúe, con todas las consecuencias que tiene hoy y que serán cada vez más graves e irresolubles con el transcurrir del tiempo.
lLa palabra ocupacion es altisonante.Ya implica postura politica.
No nos corresponde . Es asunto enteramente de Israel. No de la Diaspora.