Luz del Aire

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Cada mañana, cuando se levantaba, Schmuel el Buscador de Cortezas, admirador del Baal Shem Tob, a quien había visto sanar  niños y ancianos, salía de su cabaña fuera invierno o verano, nevara, lloviera o luciera el sol, y decía en voz alta:

-Luz del aire, luz del aire: que cada punto del mundo contenga para mi todo el mundo.

Después se adentraba con su pequeña hacha de mango brillante en el bosque de los Cárpatos que rodeaba su aldea, una enorme bolsa a las espaldas y el botellón redondo en el que recogía savia de abedul. Schmuel trizaba las cortezas separándolas por grados de humedad e intensidad de colores y tarareaba músicas cuya procedencia desconocía. Por ese hábito melódico Schmuel se había granjeado la amistad de pájaros y abejas. Las pocas letras que sabía apenas si le alcanzaban para escribir en líneas regulares su nombre completo.


A pesar de comer como un león era más delgado que un bajorrelieve egipcio, y tan sigiloso en sus idas y venidas que se oía antes el chocar de su bolsa de cortezas contra el suelo que sus propios pasos. En aquellos días las cortezas tiernas las comían, hervidas, los pobres, y las usaban los zapateros para hacer frágiles sandalias de verano. En aquellos días, también, todos los que podían se iban a América en pos de cielos más libres y tierras más vastas, lejos del alcance de los cosacos y el desprecio de los nobles. Pero como Schmuel tenía muchos hijos que mantener, pocas luces y casi ninguna ambición, solicitaba de cada uno de sus movimientos cotidianos que le condujera a una modesta plenitud.  Y por eso repetía:

-Luz del aire, luz del aire: que cada punto del mundo contenga para mi todo el mundo.

En una ocasión, al oírlo, el joven Rabí Méndel retornó a su casa con lágrimas en los ojos pues acababa de constatar por boca de un simple lo que las mentes más complejas no cesan de buscar: que aquello que tienen ante la vista se les transforme en visión revelada.

 

****En el libro del Génesis 3:8  se lee: ´´Y oyeron la voz del Creador, que se paseaba por el huerto al aire del día.´´

Frase que, tras las palabras del Buscador de Cortezas, Rabí Méndel no puede de dejar de oír al mismo tiempo que evoca que, para la Kábala, es el aire o avir ( ryw) ), el vehículo que transporta la luz, or  ( rw) ), impulsándolo con el poder puntual de la más pequeña de las letras sagradas, la yod  ( y ).

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.

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