La maqueta que está al fondo de la sección azteca del Museo de Antropología responde a la descripción que hizo Bernal Díaz del Castillo del mercado de Tlatelolco más algunas frases sacadas de las Cartas de Relación que envió Cortés a Carlos V de España relatando lo que veía y sucedía aquí durante la conquista de la Nueva España. Aunque Bernal Díaz llegó a México con Cortés y permaneció acá, nunca escribió acerca de lo que había visto y hecho. Fue solamente al final de su vida cuando comenzaron a aparecer escritos de otros conquistadores y aún de gente que ni había estado durante la conquista que él se molestó considerando patrañas lo que escribían y se sentó a asentar todo lo que él había hecho, visto y participado. Es evidente que pasado mucho tiempo se le debe haber olvidado gran parte de lo que había ocurrido, pero aún así, sus descripciones parecen ser las más fidedignas de las que disponemos hoy en día.
Una de estas es la del tianguis (mercado) que se ponía dos veces por semana en Tlatelolco. La sección azteca del museo ha cambiado bastante desde sus principios. En realidad, todo el museo se ha modernizado y ha incluido entre sus presentaciones muchos de los hallazgos de los últimos años. Por ejemplo, hay una sala donde está hoy en día Cacaxtla. Y, en esta Sala Azteca, se han incorporado muchas piezas del Templo Mayor que salió a la luz pública cuando el Museo de Antropología ya tenía algunos años funcionando. Sin embargo, el tianguis sigue estando en el mismo sitio, más o menos a espaldas de la Piedra del Sol, también conocida como el Calendario Azteca.
Bernal dice que el mercado estaba rodeado de portales y la mercancía se colocaba por calles, de modo que podía uno comparar calidad y diferencias al pasear por estos corredores. Si bien reinaba aún el trueque, una moneda de uso común era el cacao que hacía las veces de dinero en una etapa previa al comercio como lo conocemos hoy en día. Había secciones para adquirir ropa, otras tenían joyas lo mismo de oro, plata, plomo, latón, cobre, estaño, piedra, hueso, conchas, caracoles o plumas. Se vendían muchas clases de animales cazados entre los cuales había todo género posible de aves, vivas o muertas, águilas, gavilanes y halcones. También se encontraban conejos, liebres, venados e izcuintles (los perros que eran comestibles y que casi se habían extinguido pero que actualmente han resurgido gracias al interés de algunas personas). Los herbolarios vendían muchos tipos de yerbas medicinales y los curanderos vendían bebidas, ungüentos y emplastos. Entre las verduras había cebolla, poro, ajo, flor de calabaza y calabacitas, nopales, elote, mastuerzo, berro, acedera y cardo. También se podía encontrar miel con cera y azúcar sacada del maguey. Había hilo de algodón en muy variados colores y cantidades de pinturas de diversos matices; cueros curtidos a veces pintados o labrados; cestería de todas índoles. Se veían cacharros de barro, vidriados o pintados, petates de palma o tule. Igualmente había pescado fresco o salado, crudo o guisado; huevos con cascarón o en forma de tortilla. Como aún sucede actualmente, había sitios donde se podía comer, barberos para lavar o rapar cabezas y muchachos para cargar las canastas repletas. Al centro del mercado solía haber un sitial para tres personas que regían que todo estuviera en orden y que dirimían cualquier disputa que pudiera suscitarse.
Es evidente que este mercado les causó una enorme impresión a los conquistadores españoles pues todos hicieron algún comentario. Bernal decía que aún aquellos que habían estado en Constantinopla por las guerras estaban muy impresionados con lo que aquí veían. Creo que, aún hoy en día, es posible impresionarse con la cantidad y calidad de mercancía y objetos que se pueden encontrar en un tianguis moderno, a diferencia de un supermercado.
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