Acaba de anunciarse la normalización de relaciones entre Marruecos e Israel, con lo que suman ya cuatro los países árabes que en los últimos meses han decidido abandonar la postura oficial prevaleciente entre los miembros de la Liga Árabe desde la creación del Estado de Israel en 1948, de no sólo no tener ningún vínculo con él, sino ni siquiera reconocer la legitimidad de su existencia. Ese consenso se rompió primero en 1979, cuando se firmó la paz entre Egipto e Israel, siguiéndole Jordania, nación que hizo lo propio en 1994. Y ahora se anunciaron, en el curso de unas semanas, acuerdos de normalización de relaciones de Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Sudán con Israel, lista a la que se agregó Marruecos hace un par de días.
En todos los casos registrados este año, el agente promotor y mediador ha sido la administración de Trump, la que al parecer está desarrollando una vertiginosa carrera contra el tiempo para obtener este tipo de logros que serán, quizá, los únicos de los que podrá enorgullecerse cuando se realice el balance de lo que consiguió hacer en sus cuatro años de polémica gestión. Porque no cabe duda de que en el terreno de la política exterior siempre es positivo y luce muy bien hacer paz entre enemigos.
Es importante, para entender cómo ha sido que Trump, Jared Kushner y su equipo han conseguido esos acuerdos, detallar qué concesiones han estado involucradas a fin de convencer a los actores de dar los pasos necesarios para romper con los esquemas del pasado. En el caso de Israel ha sido evidente que no le fue necesaria ninguna renuncia a nada, ya que recibir aceptación y apertura de relaciones normales de parte de algunos de sus otrora enemigos árabes no podía ser sino un gran regalo desde todos los puntos de vista. Mayor seguridad, integración regional, inversiones, comercio, turismo y cooperación estratégico-militar de cara a enemigos comunes como Irán, son algunas de sus ganancias automáticas derivadas de los acuerdos. Además, el premier Netanyahu recibió, a título personal, un empujón en cuanto a la popularidad que tanta falta le ha hecho en estos tiempos de pandemia y economía alicaída, cuando por más de 30 semanas consecutivas se han venido dando en todos los confines de Israel nutridas manifestaciones populares en su contra.
En cuanto a las cuatro naciones árabes hoy ya en relaciones con Israel, el costo a pagar fue tener que hacer piruetas retóricas para justificar por qué han dado marcha atrás en su compromiso de muchos años de no reconocer a Israel mientras no se solucionara la demanda palestina de independencia nacional. A cambio de ello, cada cual ha recibido sustanciales beneficios. Emiratos Árabes, que ya tenía considerables negocios con Israel de manera discreta, ha podido salir del clóset en cuanto a las diversas áreas en las que ahora se destapan francamente los intercambios. Adquisición de alta tecnología israelí, turismo, inversiones de todo tipo, una de ellas, por ejemplo, la reciente compra por un magnate de la familia real emiratí, del 50% del equipo de futbol soccer israelí, Beitar Jerusalem.
De igual manera, se consolidó la colaboración geoestratégica para detener las aspiraciones de hegemonía regional del régimen iraní. Y, sin duda, ha sido notable la disposición de Trump y del propio gobierno israelí, a que EU le abastezca a Emiratos costosos arsenales de armas, entre ellos aviones de combate F-35, a pesar de la resistencia en ciertos sectores del Congreso norteamericano a proceder a tal venta. Para Sudán, también el cálculo del costo beneficio de acercarse a Israel fue conveniente. Trump fue, en este caso, quien sobornó a Sudán con la oferta de sacarlo de la lista de Estados terroristas y, además, dar su visto bueno para que organismos financieros internacionales accedieran a descongelarle su línea de crédito.
En el caso de la relación de Marruecos con Israel, desde hace tiempo prevalecían los contactos frecuentes —inclusive turistas israelíes de origen marroquí viajaban a ese reino— sin haber oficializado nunca tal relación. Pero el avance se dio ahora gracias a que Trump ofreció al rey Mohamed VI inversiones por tres mil mdd y, además, algo sin precedente en la comunidad internacional: reconocimiento a la soberanía marroquí sobre el territorio del Sahara occidental, reclamado por el pueblo saharaui desde 1975, sin que el conflicto entre la monarquía marroquí y el Frente Polisario, representante de los saharauies, haya sido solucionado. Todo esto es revelador de que se ejerció la fórmula trumpiana de manejar la política como si fuera un negocio, sin otro tipo de contemplaciones.
Excelentes los logros de la Administracion Trump.Ahora tenemos uno mas.La relación en el futuro de Marruecos e Israel será sumamente fecunda.Vendrá tiempos mejores,dijo uno que sabia.