El día de ayer fue algo pavoroso el tráfico de automóviles.
A media tarde decidí ir a Reforma; la idea era aprovechar la media tarde.
Me empecé a desplazar hacia allá; un tráfico tremendo se fue formando alrededor del camino; se fue haciendo un gigantesco estacionamiento ya no avanzábamos.
Decidí regresar ya a mi casa me encontraba relativamente cerca.
Me tomó aproximadamente una hora un trayecto de escasos quince minutos.
Pensé comer en una cafetería que se encuentra cerca. ¡Oh sorpresa! no pude llegar, la avenida estaba totalmente bloqueada por cientos de autos.
Conocedor de mi rumbo maniobré para llegar a otra cafetería.
¡Llegué finalmente!
Descansé, comí, tomé rumbo a mi casa ya para entonces habían pasado casi tres horas de tiempo perdido, fatiga y frustración.
Salgo del estacionamiento y me vuelvo a encontrar muchos autos rodando lentamente y yo entre ellos.
Yo como muchos otros automovilistas ya he desarrollado la virtud de la paciencia extrema al manejar en esta ciudad, no teniendo otra alternativa.
Despacio, muy despacio, me aproximaba finalmente a mi casa.
A unas cuadras antes de llegar con mucha habilidad un automovilista me rebasa –apenas cabía- por la derecha cerrándome el paso.
Fue entonces que me baje de mi auto y le dije.
-¿Me permite por favor entrar a mi casa?
– Claro que si fue la respuesta.
Después de una espera tome el carril de la derecha ya estaba a cuatro casas de la mía; había tantos coches circulando alrededor que monté mi carro sobre la banqueta para no estorbar.
Este problema resulta ser muy serio porque hay días hábiles que la agenda de trabajo ya es una misión imposible.
Días que finalmente se pudo visitar un solo prospecto, metas que no se cumplen, frustración e impotencia de no poder medianamente trabajar el día.
La solución no la se pero si se me preguntara, seria dividir los automóviles en dos, unos circulan hoy otros mañana, así se evitaría el problema.
Se que no es una solución que se pueda aplicar.
¡Pero es que ya estoy hasta el tope como muchos otros!
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