México se ve bien

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Lejos está la década de los ochenta. Pero los que la vivimos, la llevamos a flor de piel. Nos marcó de por vida. No por nada se le conoció como “la década perdida”. En lugar de crecer y prosperar, la economía mexicana vivió una de sus peores épocas de la historia.

Todo comenzó en los años setenta cuando el gobierno de Echeverría comenzó a endeudar al país con la intención de mantener el crecimiento de un modelo económico desgastado. En 1976 se dio la primera alerta del sobreendeudamiento. Después de 22 años de tener una paridad fija frente al dólar, el gobierno devaluó el peso, lo cual originó una crisis. Pero, para fortuna del país, inmediatamente vino la jauja petrolera. México había encontrado grandes yacimientos y procedió a explotarlos en un momento en que el precio del crudo se multiplicaba en términos reales. En este contexto, el presidente López Portillo continuó con el endeudamiento. Salvo un par de excepciones, nadie advirtió que en algún momento los precios del petróleo podían bajar y las tasas de interés subir. Fue lo que ocurrió. En 1982 vino otra gran devaluación del peso que desató una larguísima cadena de crisis caracterizada por devaluaciones, inflaciones hasta de tres dígitos, pérdida de ingresos y de empleos.

La enfermedad económica fue dolorosísima. Pero también la medicina. Los mexicanos nos tuvimos que apretar el cinturón. Tuvimos que pagar la francachela de los setenta. A través de la inflación, subieron los impuestos. Con la devaluación del peso, bajó nuestro poder adquisitivo. Además, la calidad de los servicios públicos se deterioró por los recortes presupuestales. En suma: el bienestar económico de los mexicanos sufrió un duro golpe en los ochenta y los noventa.


Algo aprendimos de toda esta historia: que endeudarse cuesta, pero que endeudarse de más es una locura. Hoy los mexicanos lo sabemos. Por eso, desde entonces, hay un consenso de ser prudentes en el manejo de las finanzas públicas y, por tanto, de la deuda interna y externa del gobierno. Lo han sabido los gobiernos priistas y panistas. Desde De la Madrid hasta Calderón. Todos se han comportado de manera responsable en esta materia. Por eso hoy México es uno de los países con mejores perspectivas para capotear una eventual tormenta económica global.

La tempestad que se avecina

Su origen está en Grecia. ¿Qué pasó ahí? Pues lo mismo que México en los setenta: se endeudaron de más y ahora tienen que pagar las consecuencias. Con dos diferencias. Una: que no pueden devaluar su moneda porque se unieron al euro; por tanto la política monetaria la controla el banco central europeo desde Fráncfort. Dos: que el “apriete del cinturón” lo tiene que hacer un gobierno democrático donde siempre es más difícil sacar adelante las medidas que afectan a la población.

Este mismo tipo de problemas está presente en otras economías europeas de mayor envergadura como España e Italia. Toda esta situación está poniendo en entredicho la viabilidad del euro como moneda única de Europa y, por tanto, el futuro económico de esta región. A estos nubarrones hay que sumar los efectos negativos del terremoto-tsunami en Japón y la debilidad que todavía muestra la economía de Estados Unidos.

La consecuencia es que el crecimiento de la economía mundial se ha desacelerado en el segundo trimestre del año. Pero, de acuerdo con las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), “luego se acelerará de nuevo en la segunda mitad del año”. Para México, más que el problema europeo, es muy importante lo que pase en Estados Unidos, economía a la que estamos integrados. El FMI ha bajado su proyección de crecimiento de Estados Unidos en 0.3 para 2011 y 0.2 puntos porcentuales para 2012, de tal suerte que piensan que este país crecerá 2.5% en 2011 y 2.7% en 2012. Esto tendrá un efecto mínimo para México. El pronóstico de crecimiento del FMI para nuestro país bajó en 0.1 puntos porcentuales para quedar en 4.7% en 2011, mientras que el de 2012 se mantuvo en cuatro por ciento.

¿Por qué México se ve bien?

Comparado con otros países, las perspectivas económicas de México son positivas. Esto se debe a las duras lecciones que aprendimos de nuestras francachelas de los setenta y las crudas de los ochenta. Gracias a la responsabilidad de los gobiernos, hoy tenemos una baja deuda pública como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB): es de 34% comparada con 99% de Estados Unidos o 133% de Italia. Hoy, la deuda externa del sector público es mínima comparada a la de los ochenta y podría pagarse con parte de los 130 mil millones de dólares que México tiene en su reserva internacional. Hoy, el gobierno tiene un déficit controlado en sus finanzas de alrededor de 3% como proporción del PIB.

Hoy el riesgo no es que el peso se devalúe sino, por el contrario, que se aprecie y esto afecte a los exportadores, de ahí que el Banco de México siga acumulando reservas en un intento por frenar el fortalecimiento de nuestra moneda. Hoy, la inflación lleva creciendo en tan sólo un dígito desde hace diez años y las perspectivas son que se cumplirá este año la meta de que los precios crezcan entre tres y cuatro por ciento. Hoy, las tasas de interés llevan mucho tiempo en niveles bajísimos: prácticamente en cero si se descuenta la inflación. Hoy, la inversión en papeles mexicanos y en activos físicos no ha parado; al revés, sigue fluyendo cotidianamente.

Conclusión

La economía de México se ve bien. ¿Podríamos estar mejor? Sin duda. Pero no perdamos la perspectiva. Frente a nuestro pasado inmediato, estamos mucho mejor. En comparación a lo que está sucediendo en otras economías, nos vemos fuertes. Hay que celebrarlo. Aprendimos la lección: no más francachelas que dejan crudas durísimas. Es mejor actuar de manera responsable. Evitar, a toda costa, el endeudamiento excesivo: borracheras financieras como las que tienen hoy enfermos a varios países europeos.

Fuente: Excelsior.com.mx

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