“Mi amigo rabino de cumpleaños”, por Martín Goldberg

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Mi amigo, el rabino Pynchas Brener, está cumpliendo 90 años esta semana, y es un placer y un privilegio seguir contando con él en pleno uso de sus facultades físicas, intelectuales y emocionales. Feliz cumpleaños, Rav, hasta 120 con salud, bendiciones, alegrías y todo lo mejor.

He estado vinculado a Pynchas Brener de alguna manera casi siempre, a lo largo de los últimos 54 años, no solo por haber sido un guía espiritual a cargo de la Unión Israelita de Caracas sino por muchas otras circunstancias. La contemporaneidad con sus hijos, con quienes compartíamos en el colegio, que permite apreciar un aspecto más humano de aquella persona que predica la fe desde lo alto del púlpito, que en ocasiones podría parecer inalcanzable; su presencia nunca inadvertida en todos los eventos personales y familiares; la coincidencia en la vida universitaria en la USB; la existencia de una matriz común de cultura, costumbres y valores, que muy probablemente se remontan a nuestros ancestros en Europa; y el trabajo común en pro del buen funcionamiento de la Unión Israelita de Caracas y de la comunidad judía de Venezuela en general, cada quien en su rol; han hecho que tuviese este privilegio de gozar de un poco más de cercanía a esa figura que a veces podría parecer de difícil acceso, y me permite reconocer en él mucho más que un rabino y guía espiritual, y mucho más que un líder, maestro, colega o amigo, sin duda alguna, un gran ser humano.

He compartido con el rabino en muchas ocasiones, no tantas como yo he querido, porque entre sus múltiples ocupaciones, su siempre ocupada agenda e interminable lista de “tareas por hacer” y su propio carácter introvertido, ha sido difícil tenerlo más, o evitar una amable invitación a salir de su oficina, cuando me hubiera quedado muchas más horas conversando con él en esos intercambios donde lo humano y lo cotidiano permiten ir descubriendo ese ser tan normal como extraordinario, que es tan simple y tan humilde como uno mismo, y siempre da una vuelta por lo divino citando, incluso en la conversación mas coloquial posible, un clásico de él: “Mira, te voy a decir una cosa… la Torá dice en “x” capítulo esto….” Y de repente uno se encuentra con ese ser humano que hilvana las milenarias escrituras con los asuntos más modernos de la cotidianidad, para darme cuenta de que estoy frente a lo más lejano posible a la figura de un rabino antiguo incrustado con rigidez en las escrituras, donde las interpretaciones de estas no van más allá de los comentarios talmúdicos establecidos y aceptados.


No, estamos frente a un hombre moderno, que así como maneja con soltura la tecnología desde los comienzos de la era de las computadoras personales, con claros conceptos de la lógica, el álgebra booleana, la dimensión infinita del Internet y las redes sociales, que tiene además de su formación rabínica una formación científica; también se permite el cuestionamiento, cuando en otra de sus clásicas frases te dice “…yo creo que el mensaje que los sabios, o lo que las escrituras, quisieron dar, era…”; y de repente se entremezcla lo milenario con la tradición y con un fresca visión moderna, que termina por explicar por qué es importante realizar una práctica religiosa milenaria que podría parecer propia de la vida de épocas pasadas, y el maestro te muestra que sigue vigente, por qué y cómo.

Esta opinión no se desprende tan solo de múltiples discursos que le he escuchado; he ido más profundo, en clases de Talmud a grupos reducidos le oí decir, mientras nos explicaba varios temas, lo que dice el escrito propiamente, lo que opinaron, por escrito, los comentaristas, y además su propia interpretación personal, totalmente adaptada a estas épocas posmodernas, que te dejan una clara impresión de su profundo conocimiento y respeto por la tradición a la luz de la realidad actual, y en la que no cabe duda que estamos frente a un joven rabino de 90 años con una tenacidad y carisma muy difíciles de igualar, a la vez de ser auténtico; ergo, de una conducta claramente consistente entre su prédica y su ejemplo.

El comportamiento del rabino en lo más íntimo de su oficina es tal cual se le ve, correcto; nunca una palabra de más que deba ser recogida, nunca un comentario indebido, nunca una conducta fuera de lo esperado en alguien de su talla. Empatía, generosidad y solidaridad con el prójimo, en lo institucional y también con todas sus posibilidades y recursos personales. Ejemplo indiscutible de su enseñanza: “Cuando haces algo, debes hacerlo con toda tu energía, de la mejor forma y lo mejor posible”.

Del rabino, mi maestro en lo espiritual, la liturgia, las melodías, aprendí muchas cosas, incluso más de las señaladas aquí, y espero poder seguirlo haciendo. No hago todo lo que él quisiera ni todo lo que él me enseñó, como entre sus enseñanzas no faltó tampoco la referente al “libre albedrío”, pero consciente de ello, y de la responsabilidad que implica, uno va mejorando. Lo que ha sido más importante es el respeto del maestro por la velocidad de respuesta, asimilación o interiorización de sus alumnos, sin que ello vaya en desmedro del aprecio y la consideración.

No puedo dejar de mencionar que quedaron grabados en la historia contemporánea de Venezuela los aportes positivos del rabino en cuanto a la divulgación del judaísmo, y a su integración a la sociedad moderna y la sociedad venezolana. Fui testigo de excepción, al igual que millones de venezolanos, del cambio de protocolo en salutaciones presidenciales en los mensajes al Congreso y en otras ocasiones, en los que se saludaba “Señor Cardenal Arzobispo de Caracas y Señor Rabino”. Este fue un laborioso trabajo de esclarecimiento y de integración, que incluyeron sus esfuerzos en el “Comité de Relaciones entre Iglesias y Sinagogas establecidas en Venezuela” (CRISEV), gracias al cual se acentuaba en la práctica cotidiana la libertad de culto sin que ningún practicante de ninguna religión se sintiera excluido.

Podría escribir mucho más de mi amigo rabino, y seguramente, no me cabe duda alguna, que hay muchos más aportes positivos y de cualidades extraordinarias que no he tenido la oportunidad de conocer, dada su peculiar modestia ligada a su forma de ser. Sin embargo, lo dejo hasta aquí, para los próximos 90 quizá tengamos más claridad. Sin duda alguna, su trayectoria ha sido la del líder que demuestra con sus actos que el pueblo judío es mucho más que pequeños grupos de costumbres y prácticas particulares, y que con una orientación de real inclusión y “Unión”, aglutina el mayor número de correligionarios sin dejar gente en el camino… quizá nada diferente a lo que es su querida Medinat Israel, “un lugar para todos”.

Lo felicito, rabino, gracias por los momentos compartidos, por los que faltan y por todos esos aportes que nos continúa haciendo día a día. ¡Feliz cumpleaños!

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