Mi marido está resfriado

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-¿Tu marido está resfriado? ¡Te acompaño en el sentimiento!
– Gracias. Pero mirá que no se murió.
-¿Y pensás que lo digo, por él? ¡Lo digo por vos! Qué Dios “te de” cinco hijos con varicela y no un marido resfriado. ¿No tenés con quién “dejarlo”?
– No. La señora que me ayuda con las tareas de la casa, justo hoy no viene.
-¡Llamála! ¡Qué vaya igual! Decíle que se trata de un tema de salud: La tuya. ¡Inventá algo! ¡Improvisá!
-Es que me da lástima. Si vieras la carita que tiene, pobre. Se levantó tan pálido que hasta me asusté. Y cuando le dije que volviese a la cama: se fue caminando tan despacio…
-¿Caminando? ¡Cuando un hombre se enferma- aunque sea “un poquito” – no “camina”: ¡”Repta”! No va a la cama a descansar; va a la cama: ¡A morir! ¡Pero no se muere nada! Y encima le ofrecés llamar al médico y te dice que “no”. Que no hace falta.
Y ahí empieza el show del termómetro. Un hombre es capaz de tomarse la fiebre cada cinco minutos, después de los cuales te llama a gritos lastimeros para que lo desinfectes.
No lo guarda dentro del “vestidito” de termómetros: aunque le sugieras que es mejor ponerlo en su estuche.
“¡Dejáme tranquilo!” “¿No ves que me siento mal?” –es la respuesta de ese niño grande estirado a medias, como un flan mal desmoldado, en esa cama que ni te deja “ordenar” un poco.

Por fin, mirando el techo- como si fuera un cielo virtual- acepta esa insistencia tan tuya en colaborar con su “mejoría”.
-Ya que se te ve, tan dispuesta en asistirme…
-¿No me hacés un tesito bien caliente?
-¿Pero no era que tenías un poquito de fiebre?
-¿Y?
-Que es mejor tomar algo fresco. Si tomás un té caliente, vas a transpirar. Eso no es bueno.
-¿Quién dijo?
– Se sabe. Además estás demasiado abrigado; y encima tapado hasta el cuello con dos frazadas. ¿Por qué no te das una ducha y te ponés algo más liviano?
– A mi me gusta transpirar cuando estoy con gripe y tomar cosas bien calientes, también. Y que no se te ocurra sacarme una sola frazada si me llego a dormir ¿eh?
-Pero ahora, los protocolos médicos cambiaron.
-¿Decíme? ¿No puedo tener el modelo de gripe que me guste? Yo estoy acostumbrado a las gripes de antes. Arropadas, sudadas y de sopa de pollo de mi abuela de siete días completos en cama; al cabo de los cuales uno se levantaba como nuevo. Resulta que no llevamos ni seis meses de casados: yo me resfrío y vos me querés destapar, desnudar, que me bañe ¡para que me congele vivo y me das una clase de medicina en lugar de darme un té caliente.
Vos lo que querés, Laura: ¡Es matarme!
-¡No digas eso! Quedáte tranquilo. Ya te traigo el té.


La taza de porcelana de Bavaria llegó humeante a la mesa de luz.
-Tu tesito, mi amor. Le puse tres cucharitas de azúcar.
-¿¡Azúcar!? Cuando uno está con gripe, el té: ¡se toma con miel!
– Ah….
– Ahora me vas a decir que no hay miel en casa
– Te digo
-¿Y la que sobró de Rosh Hashaná?
-La tiré
-¡¿Tiraste la miel?! ¿¡Por qué!?
-Se iba a poner vieja
-Igual no le diste tiempo a que eso pasara. La miel no se pone vieja así nomás.
-¿Querés que encargue miel nueva y te haga otro té?
-Dejá. Me voy a tomar este.
Laura miró el reloj. Calculó que la señora Sofía no tardaría mucho en llegar. Sería su oportunidad de oxigenarse un poco.
El sonido del timbre le resultó amable.
La señora Sofía ingresó.

Laura se encaminó al dormitorio.
La taza de té descansaba intacta en la mesa de luz.
-¿No tomaste el té, mi amor?
-¿Vos me estás controlando?
-No. Te estoy preguntando. Como lo querías tomar bien caliente….
-Caliente, sí. ¡Pero no hirviendo!
-Ahora ya está frío.
-Ves. ¡Al final te saliste con la tuya! Yo acá indefenso: achuchado hasta los huesos con un té helado.
-¿Por esas casualidades habrá sal en casa?
-¿¡Sal!?
-Si. Sal
– ¿No era que querías, miel?
-¡Otra vez, habló la “médica” de la casa! Mi abuelo cuando estaba resfriado ponía un puñadito de sal en el cuenco de la mano, agregaba agua, se tapaba uno de los orificios de la nariz y por el otro, aspiraba con energía el agua salada que él mismo preparaba. Después repetía el mismo proceso con el otro orificio. El resfrío: ¡se curaba con un par de esas prácticas. ¡Nada de gotitas “salinas” en frasquitos plásticos, diminutos y recetados!
-¡Mirá vos!
-Mejor ¡Vos, mirá!- la gente de antes sabía mucho de medicina.

Laura comenzó a vestirse.
-¿Pensás salir y dejarme en este estado?
-En qué estado?
-¡Tengo gripe! ¡Estoy enfermo!
-Tengo que hacer un trámite. Regreso en un minuto.
-Andá nomás. Y de paso, comprá un poco de cianuro. Porque, si cuando volvés, todavía estoy vivo, mostrá un poco de compasión y espolvoreáme el té.
Laura se inclinó para darle un beso breve.
-No te me acerques. ¡Lo mío puede ser mucho más grave de lo que vos crees! ¡A ver si todavía, te arrastro conmigo al otro mundo!

Mientras conducía, Laura pensó:
“Hay que ser muy macho para ser Mujer”

¿Haría falta registrar el “Copyright” de tan breve e innegable “verdad”?
¡Sin duda!

Acerca de Mirta S. Kweksilber

Mirta S. Kweksilber. Escritora. Autora de los libros de Cuentos Cortos: “EL MUNDO QUE FUE” (1988) Relatos de Humor y Nostalgia de Raíz Judía. Editorial Milá, AMIA, ARGENTINA (prólogo de Jaime Barylco) y “TRES PASOS EN EL BOSQUE” (2015) Cuentos de Humor y Memoria de Evocación Judía. Editado por ©® Mirta S. Kweksilber, de “Lápiz para pintar sueños” ©® (prólogo del Periodista y Comunicador uruguayo Jaime Clara) Autora del Himno de las Voluntarias –Damas Rosadas del Hospital de Clínicas del Uruguay- música y letra En 1987 ganadora del Concurso Golda Meir Categoría “Cuento Corto” de la Federación Wizo Uruguay.

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