Mi papá Andrés

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Considero justo y necesario dar mi opinión acerca de la tan discutida resolución de la UNESCO, y de los consecuentes ataques de los que mi papá, Andrés Roemer, ha sido blanco. Reitero que todo lo que expreso es mi opinión personal, y advierto de antemano que nada de lo aquí publicado viene de mi pa, con quien hasta el momento no me he podido comunicar por más de tres minutos. Declaro también mi innegable parcialidad en el asunto, por tratarse de la persona a quien más admiro, e invito a todo aquel que nulifique mis argumentos con base en ésta obvia observación a que intente ir más allá en su razonamiento o se abstenga de agredir.

En cuanto a la resolución (en lo que se refiere estrictamente a su contenido, forma e implicaciones) no me queda más que decir que me parece errónea, estúpida y políticamente cargada para lo que es, en teoría, un órgano de cultura, educación, ciencia y arte. Habiendo dicho esto, también considero que como suele ocurrir en todo tema controversial hay mucha desinformación, por lo que no me sorprendería descubrir que todos los pseudo-activistas online que comentan, publican o tweetean no han leído el documento original. La gran mayoría de los artículos y videos al respecto declaman que la resolución niega todo nexo histórico de la ciudad vieja de Jerusalén con el pueblo judío. Muchos conocidos han publicado extensos recuentos históricos del imborrable lazo que existe entre el judaísmo y los sitios a los que concierne la resolución. Blasfemo e ignorante sería cualquiera que niegue la profunda conexión del pueblo judío con su capital histórica; por suerte, la resolución en cuestión no lo hace.

La resolución afirma en su punto número 36 (quinta y última página) que la UNESCO “comparte la convicción de la comunidad internacional de que los sitios en cuestión tienen significado religioso para el judaísmo, el cristianismo y el islam”. Parece, por cierto, que incluso enlistaron las religiones en orden cronológico intencionalmente. Todo esto viene a que, incluso si rechazo personalmente la resolución en su conjunto, así como mi papá ha declarado hacerlo por ir en contra de sus principios, queda patente la capacidad incendiaria de los medios, y la facilidad con que se pueden movilizar agresivamente tantas personas con tan sólo leer el título sugerente de un artículo tendencioso. Cerrando el paréntesis, condeno la resolución, pero también acuso a todos los consumidores de información digerida y procesada, que se rebajan a coleccionar los títulos de aquellos artículos que refuerzan sus prejuicios.


Otros datos interesantes de la resolución incluyen el hecho de que ésta ha sido presentada ante el comité ejecutivo de la UNESCO en 12 ocasiones  (2 veces por año desde el 2010), y que en cada oportunidad la delegación mexicana ha votado en el mismo sentido. Esto es indicador de una clara postura en política exterior de parte del gobierno mexicano. Postura que, al contar con tanto precedente, no es fácil de revertir. No pretendo que esto sirva de justificación, pues un error reiterado no se convierte en acierto, así como una mentira no se convierte en verdad por más veces que se repita. Sin embargo, puedo asegurar que de todos los embajadores mexicanos que han votado en este sentido, ninguno se ha opuesto tanto como lo hizo mi papá en tan sólo sus dos primeros meses en funciones. Me consta que procuró todos los medios para modificar la postura de cancillería, así como me consta que ésta se negó. Me consta también que después de tanta insistencia se negaron a si quiera tomar sus llamadas, acusación ante la cual, como era de esperarse, el gobierno se blinda al alegar que fue él quien no dio suficientes razones para cambiar su once veces confirmada política exterior en el asunto.

Ahora bien, es cierto que su lucha no dio frutos. En los tan sólo dos meses que ha estado en funciones no pudo modificar la convicción de nuestra cancillería. ¿Eso amerita su renuncia? ¿Qué pasaría entonces? Muchos miembros de la “comunidad” judía han exigido su dimisión, ignorando que sería sustituido por un soldado más del status quo del servicio exterior mexicano.  Muchos otros dicen que debió haber renunciado antes de que la delegación emitiera el voto, lo cual él mismo ponderó mucho, tal y como evidencia la carta del representante de Israel ante la UNESCO, quien lo convenció de que “su decisión de renunciar al cargo era prematura y apresurada”. El embajador de Israel agrega estar seguro de que mi papá “será un gran activo para México y amigo de Israel”. Lo que hace el embajador con ésta carta es reconocer el intento de mi papá por alterar el sentido del voto, a pesar de que no diese resultados. Intuye además que tenerlo como aliado representa un activo en futuras resoluciones. La carta es testimonio de que la delegación israelí lo prefiere antes de a cualquier otro embajador mexicano, pues de lo contrario no convenía en ninguna manera al gobierno israelí emitir dicho comunicado. Esto, de ser coherente la comunidad, debería atenuar las acusaciones de “traidor” y “antisemita” que se le achacan. Desafortunadamente, somos demasiado proclives a emitir juicios tajantes antes de reflexionar, especialmente cuando el juicio se emite vía redes sociales.

Renunciar ex ante era sin duda la salida fácil. Más fácil aún hubiera sido no aceptar el puesto en lo que él sabía muy bien es un órgano que contradice sus valores. Pero mi papá, siendo el guerrero que es, optó y continúa optando por exponer su pellejo antes que rendirse ante un sistema perverso. Él sabe muy bien que si alguien puede modificar la postura de nuestro gobierno es él, un ser cuestionador y crítico, un rebelde anti status-quo y, para nuestra fortuna, anti-diplomático. La única razón por la que he considerado que debe renunciar es porque no merece los insultos a los que ha sido sujeto. Ningún político o servidor público que yo conozca da la cara, aunque sea en redes sociales, para justificarse y dar explicaciones. Nadie se digna a hacerlo, y por lo visto hacen bien, pues no resulta más que en violencia verbal, mal informada e hiriente.

No me queda más que decir que hoy admiro a mi papá más que nunca, por ser el mexicano, judío y ser humano coherente e íntegro que conozco. También quiero expresar mi decepción con una comunidad en la que sé que nunca he sido activo, pero de la cual siempre me he sentido parte. En los últimos días la comunidad judía en México ha puesto en evidencia la velocidad y rabia con la que se puede voltear en su propia contra; en contra de su propia gente. En 1898 Émile Zola escribió el famoso texto de “J’accuse”, denunciando el anti-semitismo inherente del Estado francés en el juicio del Capitán Alfred Dreyfus, quien estaba siendo atacado públicamente por prejuicios infundados y argumentos vacuos, además de que estaba siendo usado como el chivo expiatorio de un gobierno desesperadamente necesitado de alguien a quien echarle la culpa por sus propios errores. Guardando toda proporción, no puedo evitar notar el parecido con la comunidad que hoy le da la espalda a uno de sus miembros, y con el gobierno que oportunísticamente sacrifica a un servidor público de calidad con tal de no admitir sus flaquezas diplomáticas.

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