Miedo a envejecer

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Suena el despertador y corro al baño porque se me hace tarde. Me veo en el espejo ¿Qué veo? Un rostro cansado, demacrado, lleno de arrugas. ¿Arrugas? ¡Yo, arrugas, si sólo tengo 64 años!

No puedo aceptarlo. No puedo. Es más fuerte que yo. Es como si de repente me pronosticaran una enfermedad incurable. No puede ser que yo sea una vieja y lo peor de todo que me sienta vieja, además para acabarla de amolar, me vea vieja. Me siento no de 64, sino de 84 años.

Qué me pasa? ¡Cómo explicármelo! Estoy viviendo en una sociedad en donde la juventud y la belleza juvenil son el valor más grande. Todos los anuncios para vender productos muestran rostros radiantes de muchas adolescentes.


Antes el viejo era respetado por su sabiduría, por sus conocimientos, ellos contaban la historia. El cuadro de un anciano relatando los episodios de pasadas epopeyas, rodeado por niños y jóvenes era algo tradicional. Hoy en día ya no existe, la computadora o los libros nos cuentan todo.

Las ancianitas que tejían chales y chambritas en la mecedora, tampoco están ya. ¿A dónde se han ido?

Lo que pasa es que los valores de la vejez están en crisis. “Crisis” en chino quiere decir: oportunidad. Esta es la oportunidad para el cambio. A comienzos del siglo sabíamos cual era el rol de los ancianos o adultos mayores, como los llamamos hoy en día. Era sentarse en la terraza y ver pasar el mundo desde su butaca. Hoy en día tenemos: “La rebelión de los ancianos”.

El adulto mayor, ya no quiere ver el mundo pasar. Él quiere ser parte y debe ser parte de ese mundo. Las mujeres en el siglo XX lograron reconocimiento e independencia. Lucharon por ello y lo lograron. Ahora los viejos están luchando por su reconocimiento y su independencia.

En el momento en que yo me acepte a mi misma como soy, con mis arrugas y todo, me va a ser más fácil. En estos momentos de reestructuración de vida, necesito saber que quiero, adonde voy y que quiero lograr. Es algo que en la tercera edad tenemos que definir. En los primeros 30 años sabíamos que teníamos que estudiar y luego trabajar. En los segundos 30 años era claro que la meta era formar una familia y tener éxito en el trabajo. Después de los 60 años, ya no me es tan claro que es lo que quiero y por eso tengo miedo. Miedo de no saber a donde voy, ni como voy a pasar los últimos años de mi vida. ¿Cuáles son mis objetivos, cuáles son mis necesidades, qué quiero para mi? Todas estas dudas me producen mucha angustia.

n la Biblia nos dicen que seis años trabaja la tierra y en el séptimo año, debe descansar. Así pienso que es el ser humano. Debe ser un tiempo de cosecha, la quinta y sexta parte de la vida, en donde se ven los frutos de la labor realizada. Después viene una séptima etapa en donde la tierra se vuelve a nutrir, vuelve a agarrar fuerzas a través del descanso para volver a ser rica en su contenido. Es el momento de volver hacia uno mismo. Ver en su interior, mirar su propia riqueza interna. Resolver sus inquietudes y hacer paz con uno mismo, además de hacer paz con el mundo que le rodea. Aún hay tanto por aprender, por enseñar, por amar.

En el escenario, se presenta el último acto. ¡Debe ser grandioso, espectacular y muy gratificante! Hacer balance de los logros, mientras hay vida, la función sigue hasta el último minuto. Las sinfonías terminan con un cierre triunfal de estruendosos platillos y el público aplaude.

Cuando un bebe nace: “él llora y los demás ríen”.
Al final: “el debe irse riendo, por una vida plena, y los demás deben llorar por el vacío que ha dejado”.

Acerca de Erika Mogyoros

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