Mirar hacia otro lado

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Una ola de negación azota Occidente. En un mundo normal, todos conocerían nombres como Ilan Halimi o Mireille Knoll. La tragedia vivida en Europa a mediados del XX (hablo tanto del nazismo como de los crímenes stalinistas), debería habernos vacunado contra ciertas tendencias totalitarias y discriminatorias. Desde la Segunda Guerra Mundial no había muerto ningún ciudadano por ser judío, pero eso cambió desde 2006 con el asesinato de Ilan Halimi. Hamili tenía 23 años y trabajaba en un suburbio de París. Fue secuestrado, torturado con quemaduras en el 80% de su cuerpo y finalmente abandonado desnudo sobre las vías del ferrocarril. La justicia tardó en calificarlo de crimen antisemita.

En 2017, Traore Kobili llamó a la puerta de unos vecinos. Eran las 4 de la madrugada, entró a la fuerza y de allí saltó al balcón de Sarah Halimi, una doctora jubilada, única residente judía en el edificio. La golpeó hasta desfigurarla mientras recitaba el Corán. Finalmente, la lanzó por la ventana al grito de “Alahu Akbar” y “satán judío“. Kobili regresó a su piso; aún rezaba cuando la unidad anti-terrorista lo arrestó. En 2018, Mireille Knoll, superviviente de Auschwitz, era apuñalada en su casa y después quemada. Sebastien Selam fue asesinado por un amigo de la infancia. Su asesino, que gritó “¡Iré al cielo, maté a mi judío!”, fue enviado a cuidado psiquiátrico en lugar de ser acusado de un crimen de odio.

Estos días se ha publicado la sentencia absolutoria del caso Halimi alegando que el acusado no tenía “responsabilidad penal” al actuar bajo efecto del delirio psicótico de la marihuana. La indignación entre la comunidad judía ha sido tal que Shimon Samuels denunció perversión de la justicia. Pero más allá de esto, ¿han oído ustedes estupor entre los gobiernos? Hannah Arendt ya dijo que el mal se alimenta de una tolerancia mal entendida de las democracias que, desde un supuesto respeto a la libertad de expresión, no se toman en serio determinados agentes peligrosos. Consecuencia: terminan infiltrándose en el ecosistema político como algo «normal» en momentos de crisis.


La UJI acaba de inaugurar Konzentrationslager, con imágenes de Wences Rambla. En ella, hay silencios que desgarran el alma: un sobrecogedor mutismo recorre las instalaciones de Dachau, Mauthausen o Sachenshausen, evocando el horror del que hablaron Burke y Conrad y nos recuerdan que, si el odio racial puede justificarse como un «atenuante», ignorarse como un error o minimizarse como un desliz, quiere decir que como sociedad plural y libre nos hemos equivocado. Porque el mal se alimenta de nuestro mirar hacia otro lado. Como dijo Stefan Zweig: la Historia no es que se repita, sino que permanece.

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