Pensar en mis manos ha sido durante está semana una tarea muy grata. Me remontó a mi infancia, en la primaria, cuando cada lunes, la maestra revisaba las manos incluidas las uñas, estas, deberían estar perfectamente recortadas y limpias.
Cada domingo, con la solemnidad de un rito, las cortaba y cepillaba. La verdad el concepto de higiene y pulcritud no eran lo importante; pero una buena la calificación ayudaba mucho.
En la secundaria y preparatoria el deporte y el cuidado de las uñas no eran ni de lejos buenos amigos, podían romperse hasta los dedos si salvábamos el punto en la cancha, mis manos siempre raspadas con las uñas cortas, los dedos hinchados eran el pretexto perfecto para la crítica y la burla familiar, sin contar los comentarios de mis amigas de adolescencia. Al final, llegaron las primeras ilusiones románticas, él lucir las diez y ocho primaveras implicaba el tormento del salón de belleza, incluido el cuidado de las manos. Justo un mes antes de mi compromiso matrimonial me vi obligada a cuidar de las uñas. No es que fuera realmente importante para mi, tener uñas largas y seductoras, pero si fue fundamental, no escuchar las constantes diatribas de mi familia acerca del aspecto infantil de mis manos el esmero y el cuidado exterior fue pasajero, mis queridas tijeras, volvieron a trabajar cada semana, cuando nacieron mis hijos. ¡Nada de uñas largas! La piel de mis hijos sería cuidada como la más fina seda. Mis manos desnudas, sin anillos o químicos para alimentarlos, bañarlos y acariciarlos.
Empecé a cuidar el aspecto de mis manos ya en forma rutinaria, cuando inicie mi primer trabajo formal. Fue un cambio agradable, empezó hacerse necesario el cuidado profesional de mis uñas por cuestiones de imagen. Al poco tiempo me era indispensable arreglarlas cuando menos cada diez días. De no hacerlo se veían descuidas, se sentían pesadas y adoloridas.
Hasta hace pocos años seguí usando el estilo casi infantil de mis uñas, mi antigua máquina de escribir,la afición por la jardinería y el boliche me impidieron llevarlas como estrella de cine, siempre impecables, largas, pulidas y pintadas con caprichosos colores. Las manos las use para acariciar, escribir, dar…
Poco a poco se ha convertido en un ritual breve y satisfactorio. Los jueves por la noche limpio mis uñas del esmalte, las trato con aceite, algunas veces con azúcar y limón, otras con una crema y finalmente las cubro con unos guantes de algodón.
La vanidad es uno de mis mayores pecados, un día en un arranque de creatividad empecé a jugar con algunos dibujos al pintar mis uñas, por supuesto las alabanzas y piropos me motivaron a seguir buscando nuevos diseños. Ciertamente, y gracias al fugaz recuerdo de infancia, realicé este ejercicio. Hoy, veo a mis manos desde otra perspectiva, y les agradezco las caricias que han brindado, flores que han plantado, alimentos que han cocinado y el maravilloso hormigueo que las recorren cuando escribo.
A mis uñas. la corona de estas mis manos que tanto amo.
Gracias….
La sencillez de este escrito me llevó en las andanzas del tiempo, reviviendo las mismas experiencias; es ciero gracias por la maravilla de tener las manos
Gracias, es increhible lo que hace tu escrito, me hiciste incluso recordar a mi ma., pues ella tenía unas manos bellisimas.